Con el enemigo en casa
Con el enemigo en casa
Jorge Paredes Laos

Un Estado pequeño, ordenado y liberal, pero en crisis. Un Estado arrinconado en el extremo austral de América del Sur mira con terror cómo caen los precios de sus exportaciones, cómo su población es sacudida por el hambre; mientras, en la Araucanía, se desatan feroces enfrentamientos entre aborígenes y militares que ponen en jaque su estabilidad. Entonces, en el último tercio del siglo XIX, se le presenta una oportunidad extraordinaria para cambiar la historia, su historia: la guerra. 
    Ese pequeño país llamado Chile pasó, en pocos años, de ser una república agitada por los vaivenes políticos, por las crisis económicas, por los conflictos entre militares y civiles, entre liberales y conservadores —como las típicas naciones latinoamericanas— a ser un eficiente Estado en guerra, uno que va de la zozobra a la victoria. ¿Cómo ocurrió este milagro en 1879? De eso tratan los dos volúmenes publicados por la historiadora peruana Carmen Mc Evoy —"Guerreros civilizadores" y "Chile en el Perú"—, que narran desde la política, la sociedad y la cultura cómo se fue gestando ese Chile combativo que creía llevar a cabo una cruzada civilizadora en el continente. Ese Estado que ocupó Lima un día triste de 1881, instaurando un aparato político y militar que le permitió presionar y doblegar aún más a la nación vencida hasta conseguir sus objetivos. 
    Como toda guerra de conquista, la del Pacífico también tuvo sus justificaciones morales, y Chile las fue construyendo con premura pero con eficiencia. Primero, a través de intelectuales como Vicuña Mackenna, quien se encargó de expandir la idea de la superioridad intelectual y espiritual chilena sobre Bolivia y el Perú, países que eran descritos como tribus más que como naciones, y que por ello “no podían competir, de ninguna manera, con una república proba, decente, civilizada”. Como explica 
Mc Evoy a esa narrativa se adhirieron políticos, militares, periodistas, dramaturgos, intelectuales y hasta religiosos que en los púlpitos hablaban de una “guerra santa”. Este discurso caló hondo en un pueblo que tomó la guerra como una causa justa, en cada uno de los soldados que desde las provincias se enrolaron de manera decidida, pasando el ejército, en 1879, de los 3.000 a los 15.000 hombres, y después a los 25.000. Por ello, tres años después, cuando esas huestes llegaron a Lima la compararon con la pecadora Sodoma, a la que debían castigar. Esa ciudad donde los “esperaban las delicias del paraíso de Mahoma, la satisfacción, el regocijo, el placer y el amor”, como anotó en sus memorias Lucio Venegas, uno de aquellos expedicionarios ("Guerreros civilizadores", pág. 273).  
    Pero las guerras no se ganan solo con discursos. Mc Evoy destaca que la política chilena mutó rápidamente a un pragmatismo desideologizado y que se echaron todas las cartas a una sola canasta: cruzar el ardiente desierto y tomar Tarapacá, la rica tierra del salitre. Solo así se podía empezar a ganar la guerra. Para ello se construyó un eficiente aparato logístico, “un Estado en perpetuo movimiento” —afirma la historiadora—, encargado del armamento, del agua, de la alimentación de cada soldado, del forraje de los caballos y de todas las contingencias que un conflicto demandaba. Ahí surge el nombre de Rafael Sotomayor: el organizador de la victoria chilena no fue un militar sino un burócrata.


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Carmen Mc Evoy nos recibe en su departamento en el sexto piso de un edificio de La Punta. Ahí, frente a ese plomizo y tranquilo mar chalaco que hace casi 140 años se vio agitado por la guerra, la historiadora explica los lazos que unen a "Guerreros civilizadores", un libro cuya primera edición se publicó en Chile, y "Chile en el Perú", volumen que explica la ocupación. 

El discurso civilizador chileno se construye en la época de la guerra como un impulso de expansión geográfica y política. ¿Cómo explicas este tema?  
"Guerreros civilizadores" se publicó primero en Chile, en el 2011, y tiene una mirada muy crítica sobre la construcción del imaginario heroico chileno. Yo entro en la parte política, cultural y social de la guerra, que pocos analizan. Desde esa lógica, lo primero que aparece es este Estado que se va organizando en la práctica, y que se siente mucho más poderoso que el territorio que domina. Nadie, salvo el presidente Aníbal Pinto, dice “nuestro objetivo es el salitre”, sino que existe más bien un discurso civilizatorio, utilizado en términos funcionales frente a países vecinos vistos como pueblos bárbaros. Aunque ellos tienen sus propios conflictos, se sienten una república modelo. Lo que yo sostengo es que se crea una burocracia eficiente que se va a convertir en el brazo del Estado chileno en el Perú, un Estado subsidiario en el territorio ocupado. 

Existen entonces situaciones paralelas: lo militar, lo burocrático, el discurso… 
Una guerra siempre se trata de justificar de alguna manera. Nadie dice “yo voy por tus recursos”. Hay mundos paralelos: un comando que sabe que la guerra se gana en el campo de batalla, una burocracia eficiente y un discurso que convence al ciudadano, a esa madre que envía a sus hijos al combate. En "Guerreros civilizadores" hay todo un capítulo sobre esa sociedad civil en armas.

Las provincias chilenas se organizaron para la guerra y, a diferencia del Perú, había un vínculo regional y nacional muy fuerte. 
Exacto, hay dos lealtades, y eso se nota en los batallones de las diferentes provincias. Coquimbo, Talca, cada región se va a posicionar en esta guerra para ganarse el respeto de la nación y los futuros favores del Estado. Ellos sienten que este les va a pagar más tarde el esfuerzo que están haciendo. Es impresionante cómo un país tan pequeño, que no contaba con muchos recursos, pudo construir una maquinaria de expansión. Ahí está lo más interesante, más allá de las batallas ganadas o perdidas, lo consistente de la guerra es esta maquinaria.

¿Y cuáles, dirías, fueron los pilares de esa maquinaria?    
Primero, la idea de Pinto de desdoblar la presidencia. Hay un presidente en el Palacio de la Moneda y otro en campaña, que es Rafael Sotomayor, quien muere antes de la batalla de Tacna, pero logra desarrollar todo el aparato de la guerra. Es decir, el Estado no deja la guerra a los militares, sino que está presente en todo momento. Eso lo desarrollo en "Chile en el Perú", donde se ve cómo este país conquista y a la vez construye un aparato estatal que luego le permitirá manejar el territorio ocupado, a lo largo de toda la costa, hasta Chiclayo. Por eso tomaban el correo y lo conectaban con Antofagasta y luego organizaban a los contribuyentes… 

Lo que les permitía tener el dinero para movilizar las tropas. 
Sí. Ellos sabían que era una guerra que se iba pagando en el camino. Con los padrones que dejaron los bolivianos y los que, inexplicablemente, dejamos nosotros en Palacio de Gobierno, ellos tuvieron las listas de la gente adinerada, y sabían a quiénes cobrar los cupos. (Un decreto del gobierno de ocupación estableció que Lima y el Callao debían pagar un cupo mensual de un millón de soles en plata o su equivalente en moneda corriente). Hay muchos documentos sobre cómo las haciendas peruanas eran obligadas a entregar azúcar, café, carne, trigo, caballos, a los invasores. La guerra se pagó con los recursos del vencido. Ante el mundo ellos proclamaron que organizaron Lima, que la limpiaron…

Sin embargo, lo hecho en Chorrillos, con los incendios y los saqueos, contradice todo ese discurso civilizador, y la imagen de Chile se comenzó a desmoronar ante la comunidad internacional. 
Algunas personas creen que me estoy comprando la  idea de “guerreros civilizadores”. No es así. Es un oxímoron, una contradicción. No existe una guerra civilizadora. Yo pruebo todos los atropellos que se cometieron contra la población civil. En "Chile en el Perú" se ve cómo la gente quedó inerme ante la invasión. La única salida que tenían eran las legaciones extranjeras, a donde fueron a reclamar porque les habían quemado sus haciendas, les habían quitado sus animales… 

Al ser una experiencia traumática es difícil avanzar en la comprensión de la guerra. ¿Cómo enfrentas esto?
En el ensayo introductorio de "Chile en el Perú" propongo una discusión historiográfica. Mi propuesta es transformar la guerra en historia. Es cierto que hubo una ocupación, que nuestra bandera fue arriada, que perdimos Tarapacá —que valía más de 500 millones de dólares—, pero debemos asumir que eso pertenece al pasado y que es irrepetible. Y si nos ponemos autocríticos, tenemos que decir que fuimos víctimas también de nuestros propios errores… Yo creo que hoy debe haber un encuentro entre la academia peruana, chilena y boliviana para hacer una reflexión responsable y entender que existe una memoria compartida que sobrepasa la guerra. Tenemos que construir recuerdos positivos.

Libros

Nombre: Chile en el Perú
Edición: Fondo Editorial del Congreso
Presentación: 28 de julio, 20:00, auditorio Blanca Varela de la FIL

Nombre: Guerreros civilizadores
Edición: Fondo Editorial PUCP
Páginas: 413
Precio: S/60 - En FIL: S/50
 

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