Hijo de periodistas, creció rodeado de libros y se le inculcó el amor por la lectura. Su padre, Federico, es además filósofo. José María Salazar (1994) escribió su primera novela breve a los 15 (que ahora jura nunca publicaría). Viajó a España y hizo dos años Literatura General y Comparada en la Universidad Complutense de Madrid, regresó al Perú y hoy continúa sus estudios en la PUCP. Conduce en redes el programa de entrevistas literarias 'Somos libros, seámoslos siempre' en el canal digital CNV.
Tartamudo es su primer libro de poesía. En 20 poemas Salazar explora cómo nos comunicamos cuando la tecnología parece abarcar cada ámbito de nuestras vidas.
¿Por qué se llama Tartamudo?
En un taller de poesía al que asistí con Victoria Guerrero, todos teníamos que leer. Yo lí tartamudeando, a Victoria le gustó mi poema e hizo un análisis de cómo la manera de hablar puede afectar la interpretación de la poesía. El poema hablaba sobre la espera, y la gente tenía que esperar que terminara de leer porque me bloqueaba y leía como autores que tienen Parkinson, cuya voz vibra. Entonces, los textos que empecé a escribir de ahí los junté con esa idea. El libro no tiene que ver con mi condición, la idea me pareció interesante.
¿Qué has querido transmitir con esta idea?
El primer poema del libro se llama “Quiero cambiar el mundo, pero hasta ahora siento que no he podido deshacerme de toda esta mierda”, con esta idea de que nos conformamos con no poder comunicarnos y nos quedamos en la superficialidad, con solo una aspiración a querer cambiar las cosas. No de la misma manera que antes, a partir de una utopía, sino a través de la tecnología para encontrar nuevos caminos para poder comunicarnos. Para mí la gran utopía no se trata de cambiar el mundo, sino que eso nace de la comunicación con el otro.
¿Y cómo fue la construcción de ese proyecto?
Al final de ese taller tenía que entregar nueve poemas, pero yo tenía como 30. Los reduje, me di cuenta de que necesito una progresión, no una ‘trama’ sino una idea que vaya creciendo. Los lectores pueden tomarlos sueltos y a su aire, pero me gusta la idea de que se lea como los álbumes antiguos de música, que los escuchabas una canción tras otra e ibas hacia algún lugar.
Tus poemas transmiten también que las redes sociales han vuelto tediosa la comunicación.
Sí, yo estaba leyendo mucha Sociología mientras escribí el poemario. Un filósofo que me interesa es Lipovetsky, quien explica que vivimos en una época de ligereza, nos ‘comunicamos’ con mayor facilidad y no tenemos grandes instituciones. Como las estructuras sociales son ligeras, la pesadez está en nosotros. Creo que de eso va un poco mi libro, de esa dicotomía que hay al supuestamente comunicarnos más fácilmente, pero con también con dificultad y tedio.
Empleas memes y términos de la nueva cultura popular (Whatsapp, YouTube, Word). ¿Son solo alusiones o hay algo más detrás?
Creo que nos equivocamos si lo único que destaca en nuestra poesía es las menciones que hacemos. Utilicé esos referentes porque tenían que ver con lo que quería decir. Hay un poema que dice “aún no encuentro un Word con las palabras para decírtelo”: puedes concentrarte en la palabra Word, pero para mí más importante es el “aún no he encontrado palabras…”. A pesar de tener miles de tecnologías no he encontrado nada para poder decir lo que quiero decirte.
¿Te sientes dentro de los ‘contemporáneos’ poéticos?
Yo creo que es un error unificar todo, cuando lo genial es que haya distintas vertientes. Si unificamos hacemos que se pierdan los matices. A muchos poetas los he leído en Internet. Valeria Román es una poeta brillante, sus libros Feelback y Matrioska me parecen estupendos. Son dos son libros buenos, distintos, es muy difícil encontrar la relación entre ellos. También hay poetas que juegan más con el lenguaje como los hermanos Santiago y Rodrigo Vera, más irónicos. Me parece interesante que todo esto se comience a ver y leer. Salen de Internet y ganan al premio Watanabe, por ejemplo.
¿Crees que ahora los premios, las editoriales, el público tienen mayor interés en los poetas jóvenes?
Creo que por Internet las personas publican y se dan a conocer más rápido. Yo no uso mucho el nombre de ‘poesía joven’, es un poco condescendiente; es como decir “escribes así y bien, pero después, cuando crezcas, vas a escribir mejor”. Creo que hay gente joven que está escribiendo más, surgen más ideas y oportunidades. En poesía todas las editoriales son pequeñas, pero están empezando a dejarse de prejuicios.
Internet es un medio sin prejuicios, no pone trabas para ‘publicar’.
Internet recibe a todos, la tarea es rastrear y ver bien cuáles de esas voces se pueden mantener. Lo que me parece interesante de las personas de mi edad es que hay propuestas muy distintas que se publican en la red, y luego en libros. En la reciente feria La Independiente noté las muchas editoriales vigentes que eran de poesía. Fue genial, aunque aún tienen que crecer dicha industria.
Estás a cargo de ‘Somos libros, seámoslos siempre’. ¿Te ves conduciendo un programa cultural en señal abierta?
Ojalá, sí. Desde chico he tenido la cuestión literaria y siempre me he querido dedicar a escribir, sobre todo periodismo. Mi mamá tiene una empresa de relaciones públicas y me hacía escribir notas de prensa, que nunca me pagó. Me gusta entrevistar, es algo que quisiera seguir explorando. Quiero mantener el programa en Internet, pero si surge la posibilidad de señal abierta me parecía bastante muy interesante.