Perezagua es sevillana, tiene 38 años, nada en el mar —de verdad, del tipo cruzar el estrecho de Gibraltar—, es profesora universitaria en Nueva York. También escribió dos estupendos, desconcertantes libros de cuentos que han sido afortunadamente seleccionados para una edición local llamada “Cómo saber si respiro”; y una novela, “Yoro”, que acaba de ganar el Premio Sor Juana Inés de la Cruz a la mejor novela escrita por una mujer en español. Perezagua viene al Hay Arequipa. Léala: es una experiencia estremecedora.
¿Qué te da nadar en mar abierto que no encuentras en la escritura? ¿O existen corrientes que las conectan, que les permiten confluir?
Ambas cosas están conectadas. Tengo una mente que ya por la mañana se despierta en estado de agitación: me estimulo por detalles a veces insignificantes, pienso muchas cosas, muchas historias. Lo que me permite el mar es filtrar todas esas voces y quedarme con las que más peso tienen, que suelen imponerse por el estado de relajación que me produce el esfuerzo físico de nadar largas distancias. Digamos que la natación y la apnea me permiten transformar un estado de ansiedad creativa que sería estéril, por uno de paz más fértil.
Respecto a la apnea, que a la mayoría nos causaría angustia, ¿tú experimentas...?
Muchos piensan que la apnea es un deporte que conlleva adrenalina, pero es lo contrario. Requiere consumir tan poco oxígeno como sea posible, y eso implica evitar el pensamiento elaborado, porque el pensar también requiere un gasto de oxígeno. Cuando practico apnea mi mente entra en un estado de gran relajación, y es esto lo que me evita la angustia. Yo he sufrido muchos ataques de pánico en tierra, en los aviones, en el metro, pero nunca practicando apnea, y creo que se debe a que la angustia viene de la mano del pensamiento.
Tus historias son tan fascinantes como inquietantes: ¿de dónde viene ese interés por buscar el revés? (Si es que se trata de una búsqueda).
Ese revés surge de una manera muy natural. Normalmente parto de una imagen que me da el final, que es precisamente esa vuelta de tuerca, y a partir de ahí llego al principio. Si tuviera que aventurar una explicación, diría que ese revés me interesa porque implica siempre una resistencia a un sistema establecido.
¿Cómo un cuento (“Little Boy”) pasó a convertirse en una novela (“Yoro”)?
Cuando escribí “Little Boy” estaba obsesionada con el cuento como género; me parece aún hoy el que más se ajusta a mi manera de procesar la información, un tanto obsesiva. Por eso no me di cuenta de que “Little Boy” era en realidad una novela, eso es lo que pedía ser, y yo no quise escucharlo en su momento. Al terminarlo, la historia siguió reclamándome atención, y cuando se la di surgió la novela, también de un modo bastante natural.
En la mayoría de tus historias, además de la central, se pueden leer varios subtextos, ciertas intensiones, que quizá son más notorias en “Yoro” (amenazas bélicas, intolerancia, etc.). ¿Cómo ensamblas eso?
El hecho de que una buena parte de mi carrera haya sido académica me ha ayudado a elaborar ciertos discursos ideológicos que me interesan, y que no trato de manera deliberada, pero que obviamente surgen por esa parte de mí que se interesa por cierto grado de compromiso. De todos modos, para mí lo más importante es crear una historia, la creación en el sentido más literal de la palabra; y si para ello tuviera que renunciar a una ética, lo haría. Afortunadamente uno puede practicar una escritura solidaria con el entorno, al tiempo que, sin resultar panfletario, crea una historia autónoma, con alma, igual que una persona.
En ‘Aniversario’ (con la figura del padre), en “Yoro” (con la de la madre)… ¿estás ajustando cuentas?
Es cierto que con mi padre, en algún momento, ajusté cuentas por medio de la ficción. Creo que ha sido la única vez que me he delatado como persona. Hoy en día estoy en paz con él, y le deseo lo mejor, como siempre se lo deseé, aun cuando no tenía esa paz. Mi madre es una de las alegrías de mi vida, y cualquier parecido con un ajuste de cuentas es mera casualidad.
En una entrevista dijiste que no escribes ni por venganza, ni porque te sea terapéutico, ni para saldar deudas, sino que porque te da paz. Eso llamaría la atención de quien encontrara truculentas tus historias. ¿O es que esa truculencia te habitaría si no la escribieses?
No había pensado en esto que sabiamente dices: quizá la truculencia me habitaría si no la escribiera. De todos modos, como persona, soy bastante optimista, alegre, y creo que me gustan estas historias porque solo a partir de ellas puedo resaltar mejor la humanidad, ya sea a partir del amor o del odio. En estas historias más sórdidas uno puede aprehender mejor la complejidad de cualquier individuo.
Esta pregunta también es boba: Schweblin, Enríquez, Harwicz… ¿tus hermanas son argentinas?
Pienso que la hermandad literaria se da no solo en una línea de discurso similar, sino de comunicación, de intercambio, de calor humano. Hasta ahora solo he tenido un trato personal con Enríquez, y en ese sentido, si ella quiere ser mi hermana, yo estaré encantada, porque es de enorme calidad literaria y personal.
He leído en varios sitios web que te consideran “escritora de culto”. ¿A qué crees que se deba?
No lo sé. A veces me da un poco de miedo. Yo sé que se dice como algo positivo y lo agradezco, pero ser autora de culto me suena a quedar más del lado de aquellos que pueden entenderte por una especie de iniciación intelectual y superior, frente a aquellos que no te leen porque no pueden apreciar una escritura no por la escritura en sí, sino por la propia incapacidad de ellos como lectores. Yo prefiero ser una autora accesible para cualquiera.
¿Qué sigue tras “Don Quijote en Manhattan”?
Aún estoy pensando. Me apetece probar con el género erótico, pero voy a darme unos meses para dejar que la historia se me imponga.
¿David Lynch o Cronenberg?
Parece que me conoces bien. Difícil elegir, pero creo que Cronenberg por las historias y Lynch por la estética.