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Para quienes no les afecta tener que justificar su identidad sexual puede ser muy fácil pontificar acerca del cómo o por qué salir del clóset. La sociedad no penaliza lo normal. Castiga y ridiculiza lo raro, lo diferente. Debe ser una experiencia muy paranoide, además de idiota, ser visto de reojo simplemente por ser lo que se es.

Es cierto que las convenciones sociales son cada vez menos severas. Tenemos congresistas que asumen su identidad diferente sin culpa ni miedos a chantajes anacrónicos. Al igual que figuras mediáticas que hacen su vida sin necesidad de tener que darle explicaciones a nadie. Hace veinte años esas opciones sencillamente no existían. La regla era fingir, vivir una doble vida.

El actor Kevin Spacey, hijo de otra época, respondió a la acusación de hostigamiento sexual en contra de un menor con una explicación canalla e irrelevante: saliendo del clóset. Es como si un acosador de mujeres se defendiera de una denuncia análoga respondiendo: “Soy heterosexual”.

Luego siguieron más acusaciones similares, que esbozaron lo que podría ser un patrón. Esto desencadenó el cargamontón, la deshonra y la muerte civil de rigor. Se acabó Kevin Spacey. Y no menos grave, se acabó House of Cards.

Lo que no se ha terminado de leer de este suceso es la historia entre líneas que bucea bajo ese turbio comportamiento depredador. Kevin Fowler, conocido por el nombre artístico de Kevin Spacey, fingió y vivió una doble vida durante décadas. Y no solo respecto a su sexualidad.

Su padre, Thomas Fowler, fue un nazi norteamericano que remedaba hasta en el bigote a Hitler, azotando a sus tres hijos, dos hombres y una mujer, adoctrinándolos en prédicas racistas y misóginas. Nadie podía entrar a casa para que no vieran la pornografía sadomasoquista con la que Fowler decoraba su hogar. Esa es la parte blanda de esta historia.

Durante años Fowler abusó sexualmente de su hijo mayor, Randall, sacrificándose este —así lo explica ahora— para evitar que su padre tocara a Kevin, el menor de la familia. Este último desarrolló una personalidad introspectiva y sin empatías como método de supervivencia; “una entidad vacía”, lo describe Randall. Un recipiente idóneo para quien quiera hacer un oficio del fingir vidas ajenas.

La hermana huyó de casa a los 18 años. El hermano abusado acabó a sus 62 como chofer de limusina en Idaho que se recursea como doble de Rod Stewart [sic]. La madre, ya fallecida, miró de costado mientras esa pesadilla sucedía bajo su techo. Una biografía oficial y secreta que Spacey enterró con discreción y secretismo. Esa sordidez que brillaba en la mirada de Frank Underwood era demasiado convincente.

Esta crianza espeluznante no justifica en absoluto un comportamiento posterior. Pero sí explica varias cosas. Algunas de ellas podrían ser de uso público. Como, por ejemplo, tener en cuenta que las peores pesadillas se fabrican en casa.
La gente que daña casi siempre lo hace porque fue dañada antes.

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