Es el menor de trece hermanos y el único que tuvo el acierto —en palabras de su hermano mayor— de no pisar nunca el seminario. Luis Peirano Falconí (Lima, 1946) es un reconocido actor y director de teatro que ha transitado por el periodismo, la política y la docencia. Es el decano de la Facultad de Artes Escénicas de la PUCP. Dirigió cinco autos sacramentales; el último de ellos, El gran teatro del mundo, en 2017. Tras esa experiencia, anunció que buscaría reencontrarse con la actuación. Y este año cumplió con su cometido: es el protagonista de la obra El patrón Leal, adaptación del ambicioso clásico shakesperiano El rey Lear, un papel con el que soñó desde muy joven y que desempeña con tal solvencia e intensidad que no deja indiferente a ningún espectador.
¿Cómo llegas al teatro desde la sociología?
Bueno, primero por necesidad, pero el teatro me gustó desde siempre, desde que estaba en el colegio. Mi madre decía que yo era un mal hecho porque estaba con un pie en la sociología, en las ciencias sociales —cosa que no le gustaba mucho— y otra en el arte. Pero yo le dije que no había ninguna incompatibilidad entre una cosa y otra. Por un lado, siempre he trabajado desde el arte los proyectos sociales; y, por otro, las ciencias sociales te dan una serie de herramientas que he utilizado desde el inicio para la actuación. Cuando empecé a dirigir, el año 68 —cuando Ricardo Blume se fue del Teatro de la Universidad Católica (TUC)—, yo no tenía idea de cómo hacerlo. En el TUC me dediqué a enseñar a mis alumnos lo poco que sabía, y en ese proceso estudié y aprendí muchísimo.
Dices que hacías teatro en el colegio, ¿eso te impulsó a entrar al TUC?
No. Cuando llegué a la universidad lo último que hubiera pensado era entrar al teatro. El teatro en el colegio era para escapar de las clases de premilitar, de gimnasia, o de la misa. Era un pretexto feliz, que yo disfrutaba mucho. En la universidad me matriculé en la Facultad de Letras y hacía política estudiantil. En realidad hice política desde el colegio. En la universidad participé en el Frente Estudiantil Social Cristiano con José María Salcedo, Javier de Belaunde, Rómulo Franco...nos interesaba mucho la política estudiantil. Hasta que un día me encontré con Jorge Santiestevan en la puerta de la Universidad y me invitó a participar en el TUC. Pero yo no estaba convencido. Me convencí el 1 de mayo de 1964, el día de mi examen de ingreso al TUC. Yo estaba sobradazo porque me sabía bueno y siempre me lo decían, pero cuando llegué, me sorprendí. Había 50 chicos en la cola para el examen que estudiaban sus papeles con total seriedad. Y entrando me encuentro con la figura de Ricardo Blume y otros profesores...me tuve que tomar las cosas en serio. Si tú no llegabas puntual a una clase o a un ensayo, no te dejaban entrar, te eliminaban. La formación, la disciplina que nosotros tuvimos en el TUC fue impresionante. Y yo seguí el TUC mientras estaba en Letras.
¿Nunca llegaste tarde?
Peor que eso. Ese año, en 1964, hice mi primer papel. Hice de uno de los criados en ‘El servidor de dos amos’ de Carlo Goldoni, con tan mala suerte que mi hermana mayor, mi hermana Soledad, se murió dos días antes del estreno y falté a un ensayo general. Cuando fui al siguiente ensayo general ya me habían borrado, por supuesto. Entonces, alguien le contó a Blume que habíamos enterrado a mi hermana esa mañana. Mi hermana Paz me dijo “Luis, ¿tú no ibas a hacer una obra de teatro? ¿qué haces acá?” Y yo le dije “Sí, pero se ha muerto Sole” y ella me dijo “Ya, pero tú no vas a traer de vuelta a Sole, anda haz tus cosas, sé responsable”. Y fui.
También hiciste periodismo.
Sí, y también por casualidad. Me llamó Jorge Chiarella que era mi compañero en el TUC y trabajaba en El Comercio como asistente de la página cultural. Yo llegué a El Comercio que era un mundo impresionante, conocí gente extraordinaria. Más adelante me llamaron de canal del Estado. Fue en una coyuntura muy especial, cuando estaba cayendo el régimen de Fujimori. Al principio me costó trabajo aceptar, pero terminé aceptando de buena gana porque a mí me interesó mucho la relación entre cultura y medios.
La vida académica no te llamó mucho, ¿no?
Yo respeto mucho el ámbito académico, lo valoro muchísimo y espero dedicarme estos años de mi vida mucho más al trabajo académico, porque siempre me ganó la vida. Hay por ahí un amigo mío viejo que me decía, citando a un viejo profesor español “para este trabajo tienes que tener las tres C: cabeza para pensar, corazón y culo, para no moverte del asiento” y yo he sido mas bien inquieto. Y este viejo profesor me decía “yo prefiero mil veces salir a la vida”. Y bueno, el escenario fue para mí un escenario de concentración también académico. Tengo algunos trabajos de corte académico, centrado en el teatro.
¿Cómo te sientes volviendo a la actuación, poniéndote a la orden de otro director en un personaje tan intenso como el que encarnas en El patrón Leal?
Mira, el año 64 yo me enfermé, me dio una cosa que se llama neumotórax espontáneo. Estuve en cama dos semanas. Y ahí llegó mi hermano Dante y me trajo Obras completas de Shakespeare. Ahí leí ‘El rey Lear y sus hijas’ y, rayos, eso me interesó. Y me dije, lo más cercano que conozco son los hacendados, que eran reyes en su tierra, lo recuerdo. Y eso lo he comentado siempre. El año 2017, después de hacer El gran teatro del mundo, llamé a Jorge Villanueva y a Alfonso Santistevan, y les conté la idea que tenía desde chico. La verdad, quería escribirla yo, pero Alfonso, que sabe de Shakespeare más que yo, se entusiasmó de tal manera, y dijo: “Yo la escribo”. Y me hice a un lado. Ahí quedamos en que él escribía, Jorge dirigiría y yo actuaría.
Venías de dirigir un auto sacramental. ¿Te costó soltar la rienda de la dirección y la escritura?
Mira, yo lideraba el proyecto, pero el texto es de Santistevan y la dirección de Villanueva. Yo he sido también una molestia, seguro, porque he dado mi punto de vista y no me han hecho caso, y está bien, así es. Una de las cosas más difíciles de ser actor es ser obediente y diligente frente al director. Yo he dirigido a directores, a Ricardo Blume, por ejemplo, que ha sido mi maestro y director; o a Luis Álvarez, Pablo Fernández..., y es difícil. Es difícil porque llega un momento en el que tienes que decir: “Sí, señor”. Me ha pasado dirigiendo y siendo dirigido.
¿Y cómo se resuelve esa tensión?
Se resuelve en el momento que el actor entiende que el director es el director. Solamente así. Ojo, yo creo en el conflicto creativo. Creo que lo peor que puede pasar es que un actor sea dócil y diga que sí a todo lo que dice el director. Ese tipo de actor no me gusta. El actor debe hacer lo suyo, presionar por donde cree que debe ir la cosa y el director debe ser capaz de canalizar esa energía y convertirla en creación, porque recuerda que el teatro es una creación colectiva siempre. Supongo que también debe haber sido difícil conmigo, aunque yo no he tenido muchos directores.
Dejaste de actuar en 1992. Volver a entrar, como actor, en la construcción de un personaje como el patrón Leal, ¿qué fue más demandante?
Es tremendo, te lo puedo decir. Mira, hay actores que no son capaces de dejar al personaje colgado en el vestuario y se lo llevan a su casa, es todo un tema. A mí me interesa mucho el tema del envejecimiento, el envejecer bien. Todos mis hermanos son mayores, y todas las mañanas cuando me levanto veo que me duele algo y pienso cómo estarán mis hermanos. Y cómo estarán los más viejos, porque envejecer es un reto. Y envejecer bien, aún más. Me he preparado con más de un año de anticipación para hacer este papel, y en algún momento un buen amigo me preguntó “oye, ¿no te está afectando este papel?” y yo lo miré y me miré y dije “sí”. Y a partir de ahí he leído muchos textos sobre el envejecimiento y la vejez. Ahora estoy leyendo uno de una filósofa que se llama Martha Nussbaum que tiene un trabajo sobre el envejecimiento que empieza con el Rey Lear, y dice de él “ese es uno que se jubiló mal”.
Te toca fuerte el tema, ¿no? Ahora tienes 73 años y, como tu personaje, tienes tres hijos
Pero claro. Es imposible no hacer el match entre la vida propia y el personaje. Así el personaje sea un payaso. Siempre hay relaciones. Los grandes teóricos del teatro han desarrollado conceptos que permiten a un actor incorporar elementos de su vida personal en el personaje y reformular los aspectos vitales del personaje en función de ellos. Tú eres el personaje.
Hay muchas versiones del Rey Lear...
Sí, y mi favorita es la de Ian McKellen.
Una pregunta como decano de la Facultad de Artes Escénicas de la PUCP, ¿crees que el teatro vive un nuevo boom? ¿Cómo ves la formación de nuevos actores?
Me gusta mucho haber sido parte del proceso de la creación de la Facultad. Me parece muy importante la profesionalización. Ojo, yo no tengo nada en contra del oficio. Es como cuando dicen que el periodismo se aprende en la calle. Yo les digo a los alumnos egresados del periodismo que ellos salen a la calle con una serie de herramientas que van a validar en el oficio. Lo mismo con los actores. ¿Crees que el estudiar tres o cinco años hace que salgas como un gran actor? Puedes tener talento, pero también es necesario tener dedicación, disciplina, esfuerzo. El talento no lo es todo. Hay que esforzarse muchísimo.