Todo empezó en octubre. En una entrevista con Nicolás Lúcar, la congresista de Fuerza Popular Leyla Chihuán brindó unas declaraciones que, además de causar indignación o sorpresa, hicieron que su apellido pasara a incrementar el caudal de la jerga peruana. “Yo no vivo enteramente de lo que se gana en el Congreso. ¿Por qué? Porque simplemente, para mí, para el ritmo de vida que llevo, no me alcanza [el sueldo del Congreso]”, fueron las palabras que se viralizaron inmediatamente en las redes sociales.
Después de todo, ¿quién puede considerar que 15.000 soles —el sueldo de un congresista sin incluir las bonificaciones— son insuficientes para vivir? Al parecer la congresista olvidó que miles de peruanos sobreviven con menos de mil soles al mes. Esta muestra de poca empatía no fue perdonada en Twitter y otras plataformas. Y casi al instante empezó a circular la expresión “¡Estoy chihuán!”, como sinónimo de estar sin dinero o de estar misio porque uno gasta más de lo que gana.
Durante noviembre, el neologismo se volvió protagonista de memes, canciones, videos… El reto #ChihuánChallenge, por ejemplo, ha hecho que este vocablo trascienda nuestras fronteras y sea empleado por ciudadanos de otros países. Pero este uso no se restringe solo a las redes sociales: algunos negocios lo han aprovechado para conseguir clientes ofreciendo combos chihuán. La popularidad de este neologismo es evidente, y por esta razón algunos usuarios se han preguntado si la Real Academia Española (RAE) lo incluirá en el Diccionario de la lengua española (DLE).
—¿Inclusión en el DLE?—
Para evitar la incertidumbre, una usuaria le consultó a la RAE, a través de Twitter, qué se puede hacer para registrar chihuán en el Diccionario. La respuesta fue la siguiente: “Solo cuando un neologismo se considera asentado y difundido entre los hablantes, se plantea su inclusión en los diccionarios”. El lingüista Arturo Martel, miembro del equipo que elaboró DiPerú (2016), el primer diccionario de peruanismos de la Academia Peruana de la Lengua, explica que es importante evaluar la cantidad de usuarios que emplean el nuevo vocablo para considerarlo asentado y difundido. “Incluso, su uso debe ser transversal a las clases. Por ejemplo, hay términos como bacán que son utilizados por todos los sectores (clase social alta, media, baja); pero, en cambio, estoy chihuán no sé hasta qué punto sea usado por todas las clases sociales, y si lo usan en otras regiones, además de Lima. Si cumple con estos criterios, podría ingresar al Diccionario como peruanismo”, agrega el especialista.
Le pregunto a Martel por qué este interés por buscar que la RAE valide el uso de este neologismo. “Todavía se ve a la lengua (y a la RAE) como una institución. Se cree que todos los cambios [de la lengua] tienen que pasar por la Real Academia para ver si son legítimos o no”, responde. “Buscan esta legitimización para demostrar que una palabra existe, que tiene validez, pero no se dan cuenta de que ya por el hecho de que toda una comunidad de hablantes la entienda y la use ya es una palabra”, detalla. La función del Diccionario es descriptiva; es decir, no nos dice qué palabras son válidas y cuáles no, sino qué uso les dan los hablantes. Por ello, para la elaboración de un diccionario, las fuentes que se consultan no son solo los textos literarios consagrados, sino también periódicos, conversaciones, redes sociales, blogs, foros. “Todo lo que sea lenguaje natural, conversación espontánea”, afirma Martel, pero advierte que este trabajo no se debe de realizar de manera asistemática.
Justamente, en nuestro país, a pesar del esfuerzo de los lexicógrafos, aún faltan estudios que tengan una base formal. “Los lexicógrafos recogen usos cotidianos; su tarea es registrar en qué contextos y quiénes emplean estas palabras. Pero esta disciplina también tiene que estar ligada a la sociolingüística, que estudia las innovaciones no solamente en el léxico, sino también los cambios sintácticos, fonológicos —que no son considerados por la lexicografía—, a partir de una base científica, estadística, para evaluar, por ejemplo, quiénes usan las palabras, qué edades tienen, entre otros aspectos. Ambas disciplinas están muy divididas”, expone Martel.
En el caso de chihuán, por ejemplo, un estudio que combine lo lexicográfico y sociolingüístico permitirá ver si este neologismo llega a asentarse y difundirse —si sucede, se convertiría en un peruanismo, como los registrados en DiPerú: fujimontesinista, fosforito, zafarrancho, dobletear— o si solo se trata de una moda difundida por las redes sociales.