Se han cumplido 173 años desde que se publicó en el Perú la primera traducción en español de un texto de Goethe, en particular, y de un autor de dicha lengua, en general. En efecto, en 1847, apenas quince años después del deceso del sabio de Weimar, apareció en la revista El Instructor Peruano una versión de un poema juvenil suyo, titulado “La muerte”.
A este lo acompañaban otros textos más de Heine, Hartmann, Lenau, Grün, Brachmann, entre otros, si bien nadie acreditara su traducción. Desde aquella versión anónima hasta la fecha son dos docenas de tradittori peruanos los que, con mayor o menor fortuna, han hecho posible que los hispanohablantes tengan acceso a una de las más brillantes tradiciones literarias del mundo.
Juan de Arona
Pero así como hay una lírica germánica, en lo que concierne a la lengua española hay también una tradición de traductores del alemán que, en el caso del Perú, tienen en la figura de Juan de Arona (uno de los seudónimos de Pedro Paz Soldán y Unanue), tenido como el primer germanista peruano. Y esto es así porque a él no solo se le debe muy apreciables versiones sobre todo de Goethe, sino que otra de sus contribuciones es haber aplicado a nuestra lengua, a través de su Diccionario de peruanismos, conocimientos lingüísticos tan novedosos como los que se desarrollan en el tratado La lengua alemana del indogermanista August Schleicher, en los relatos de viaje del suizo Jochann Jakob Tschudi, o bien en la curiosa investigación de Joseph Haller sobre los proverbios de la época de Cervantes. De alguna manera, la de Arona es una de las primeras réplicas peruanas al profundo interés por nuestra cultura que mostraran con creces personalidades como Humboldt, Uhle, Tschudi, Trimborn, Middendorf, entre muchos otros humanistas de lengua alemana que nos visitaron. El mismo Goethe, que nunca estuvo en el Perú, llegó a tener una idea menos exotista y con mayor conocimiento de él gracias a una atenta lectura del Mercurio peruano, publicación recibida como obsequio de manos de Alexander von Humboldt y que en 1808 apareció en dos volúmenes en Weimar, volcada al alemán por E.A. Schmidt, con un documentado prólogo de F.J. Bertuch, primer traductor de El Quijote (el segundo fue el romántico Ludwig Tieck).
Manuel González Prada
Retomando el hilo, todo esto tenía lugar mientras aquí lo poco de la literatura alemana que se conocía era a través de versiones españolas -como Las cuitas de Werther (1835), de José Mor de Fuentes y aparecida bastante antes que la edición francesa, o la de Fausto (1889) del poeta valenciano Teodoro Llorente- y, en menor medida, francesas. Conviene recordar que, en Europa, la hasta entonces desconocida literatura alemana devino gran revelación cuando en 1813 Madame de Staël publicó en Londres De l’Allemagne y, sobre todo, Gérard de Nerval dio a conocer su versión del Fausto.
Un aporte importante en el Perú fue el trabajo pionero de Manuel González Prada al traducir al español toda una pléyade de poetas de lengua alemana que, salvo unos pocos, eran hasta entonces solo conocidos de oídas o por completo ignorados. Aparte de sus en verdad admirables versiones de Goethe, Schiller, Lessing, Uhland, Mörike, Rückert, Chamisso, Grün, Kerner, von Würzburg y varios más, el autor de Exóticas no solo abogaba por una “aclimatación” del objetivismo alemán en lengua española; en sus ardorosas Pajinas libres también cuestionaba la inocuidad y el acartonamiento de gran parte de la poesía hasta ese momento se hacía en el Perú cuando decía: “¿Por qué no toman [los germanistas castellanos] el elemento dramático que predomina en las baladas de Bürger, Schiller, Uhland i muchas del mismo Heine? Ya que nuestra poesía se distingue por falta de perspectiva, relieve, claroscuro i ritmo, ¿por qué no estudian la forma arquitectónica, escultural, pictórica i musical de Goethe?” Por cierto, González Prada fue consecuente con esta observación, pues aparte de traducir un gran número de baladas germanas, editadas póstumamente por su hijo Alfredo, y de pergeñar las suyas propias con motivos peruanos, fue, como bien se sabe, el introductor de formas estróficas de la poesía europea.
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Nemesio Vargas y Ricardo Palma
De las varias traducciones que existen de Lessing en español, la primera de todos es la de su famoso tratado Laocoonte (1895), del arequipeño Nemesio Vargas, quien además tradujo su drama Emilia Galotti (1896). Se podría decir que, hasta cierto punto, el interés por las letras alemanas de Vargas fue infundido por Leopold Contzen y August Herz, quienes llegaron a la Universidad de San Marcos e iniciaron el proceso de difusión de la literatura germánica en el país.
Otro de los que cumplieron un papel importante en su difusión fue Ricardo Palma, en particular por sus versiones del poeta alemán más admirado de la época: Heinrich Heine, publicadas primero en diarios y revistas y, por último, en forma de libro, con el título Enrique Heine. Traducciones (1886). Pese a que no se trataba de un trabajo hecho directamente de la lengua original sino a través de las espléndidas versiones de Gérard de Nerval y de otras revisadas por el mismo Heine, quien tenía al francés como segunda lengua, las de Palma tuvieron amplísima difusión en nuestras letras, e incluso alentaron a otros traductores en ciernes a abocarse a la traducción, siempre desde el francés, más textos del autor de Reisebilder, como son los casos de Modesto Molina, Eugenio Larrabure e incluso Luis Alberto Sánchez, quien además se aventuró llevar al español Historias del buen de Dios (1936) de Rilke.
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Pese a ello, un escritor exigente como González Prada no tuvo reparos en criticar acerbamente el esfuerzo de Palma. Dijo Prada, con la punzante ironía típica de él: “Los que traducen a Heine de las traducciones francesas […] no merecen el calificativo de jermanistas o jermanizantes sino de teutomaníacos.” Ahora bien, si se trata de ser objetivos, salvo Arona -quien cuando traducía del alemán utilizaba el seudónimo de Unberufen (algo así como “el que no ha sido llamado”)-, González Prada y unos pocos más después de ellos (Estuardo Núñez, Ernesto More, Víctor Li Carillo, Federico Camino, David Sobrevilla, Juan José del Solar, Pilar Suazo, RSB…), la mayoría de los que en el Perú han vertido literatura germánica al español lo han hecho a partir de otras lenguas, que no del original, algo que debería ser así, en especial si se trata de poesía. Ello, claramente, pondría en duda la “fidelidad” de un buen porcentaje de las versiones realizadas hasta la fecha.
Westphalen, Sologuren, Sobrevilla…
Felizmente, esta recurrente falencia se ha visto bastante compensada por el trabajo en equipo llevado a cabo, con muy buenos resultados, por parejas de escritores en diversos momentos de esta apretada historia. Tenemos, por ejemplo, el caso de Alberto Ureta y Otto Steffens, que tradujeron varios textos de Rilke; el de Emilio Adolfo Westphalen con Enrique Solary Swayne, quienes nos entregaron ajustadas versiones de Goethe y Hans Carossa o, más recientemente, las duplas conformadas por Javier Sologuren y David Sobrevilla (Hölderlin, Rilke), este con Ricardo Silva Santisteban (Hölderlin) y, a su vez, este con RSB (Goethe, Novalis, Trakl) y con Carlos Beas (Hölderlin), y la de Heinrich Helberg y Christine Hünefeldt (Hölderlin). De especial importancia es el par de Federico More (1889-1955) y Albert Haas (1873-1930), responsables de una antología aparecida en Buenos Aires en 1923 y reeditada mucho más tarde en Lima (PUCP, 2006): Flores de la poesía alemana (pero en la edición peruana lleva el título de Antología de la poesía alemana. Editada por RSB). Pese al tiempo transcurrido desde su primera edición, constituye hasta hoy la única muestra relativamente sistemática de la lírica germánica publicada en el país, si bien nunca apareció el segundo volumen anunciado, que completaría el proyecto general.
Su publicación en 1923 respondía en parte al renovado interés que suscitó en América Latina por la literatura germánica, cuando ya había periclitado el entusiasmo ocasionado por el “descubrimiento” de sus autores románticos debido al auge de la vanguardia europea, con la vitalidad del surrealismo a la cabeza. Es entonces que en medio del arrebato y el barullo de las nuevas tendencias literarias, aparecen en español las primeras traducciones de poetas neorrománticos y simbolistas (los expresionistas nos llegaran dos décadas más tarde) como Richard Dehmel, Rainer Maria Rilke y Stefan George, quienes suscitan justificada admiración y no poco desconcierto en el mundo hispanohablante.
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Es en ese contexto en que Albert Haas y Federico More se deciden a configurar con todo ahínco la antología mencionada. Este último había publicado un año antes un penetrante artículo sobre la obra de Rilke en la revista Nosotros n° 40 de Buenos Aires y el mismo 1923 adelantó una parte de dicho trabajo en la porteña Fénix, con el marbete de “Diecisiete poesías alemanas”. Dos meses después, More publicó el artículo “Noticias críticas sobre poesía germánica. Meyer y Storm, dos poetas terminales y anunciadores”, el cual, según el germanista Estuardo Núñez, es probablemente uno de los mejores comentarios escritos en español sobre ambos poetas. Por último, en 1931, ya fallecido Haas, More dio a conocer la versión de uno de los textos más hermosos de Rilke, Canción de los amores y la muerte del corneta Cristóbal Rilke, una de las mejores muestras del afiatado trabajo que realizaron ambos escritores.
Antes de referirnos a Albert Haas, cabe terciar la importante labor que hizo en este campo el poeta, periodista, político y traductor Ernesto More (1897-1980), hermano menor de Federico. Amigo íntimo de César Vallejo, autor del andinista poemario Hésperos y el día de los búhos (1918) y de la novela Kilisani (1939), desarrolló una intensa labor de traductor de ingleses, franceses y alemanes, especializados en temas históricos y arqueológicos. Para remitirnos a los germanos, destacan sus ajustadas traducciones de El runasimi o la lengua quechua de Ernst Middendorf, Tiahuanaco de Max Uhle, El Titicaca y sus alrededores de Oskar Greulich, entre muchas otras obras de este cariz sobre las cuales en otro momento habría que comentar. Ejemplo de esa posibilidad es su traducción de las interesantes y vívidas crónicas que dio sobre el Perú Friedrich Gerstäcker (1816-1872), viajero hamburgués muy famoso en su época, autor de más de ciento cuarenta libros de aventuras: Viaje por el Perú (Biblioteca Nacional, 1973), con estudio prologal de Estuardo Núñez, y “Tres días de Carnaval”, incluido en Tiempos de carnaval de Rolando Rojas (IFEA, 2005).
Alberto Haas
Pero en cuanto a la figura de Alberto Haas, sabemos, entre otras cosas que estudió literatura y filosofía en Berlín y Ginebra, que durante diez años fue profesor de lengua y literatura en Filadelfia, y que luego de la Primera Guerra Mundial se trasladó de Alemania a Argentina como corresponsal de la Transozean Nachrichten Gesellschaft. Ya en Buenos Aires, escribió la importante Historia de la literatura alemana moderna (1928), al tiempo que traducía aforismos de George Christoph Lichtenberg y diarios de viaje por América de Robert Krause, discípulo y compañero de ruta del paisajista Johann Moritz Rugendas.
En cuanto al origen específico de Flores de la poesía alemana, habría que decir que el también poeta Federico More, autor del vanguardista Miosotis (1908), estuvo siempre interesado en otras literaturas y que a la sazón vivía en Argentina, y trabajó con Albert Haas en la confección de una amplia muestra de la poesía alemana, poco menos que desconocida hasta entonces en nuestra región. Haas se encargaba de hacer una versión lo más literal posible de los originales, mientras que por su parte More se dedicaba a darles el acabado literario que requerían, de conformidad a los parámetros formales de la tradición poética española. El resultado de ese afán conjunto -hay que decirlo- es una traducción de época, hasta cierto punto modernista (o posmodernista), con una fuerte vocación por un lenguaje rebuscado y, por momentos, preciosista, que se esfuerza por adaptar de la mejor forma posible al español los diversos metros germánicos. Esto no impide destacar el esmero y la devoción con que ha sido labrada esa antología, la cual se constituye en una obra sin precedentes en el Perú por ser un faro de referencia obligada hasta Rilke.
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