La película cuenta la historia de Diego de Zama, funcionario de la corona española, quien se encuentra destacado en un pueblo fronterizo de la actual Paraguay. [Foto: Buena vista international]
La película cuenta la historia de Diego de Zama, funcionario de la corona española, quien se encuentra destacado en un pueblo fronterizo de la actual Paraguay. [Foto: Buena vista international]


Por Claudia Salazar Jiménez


En cuanto vi el afiche de la película, pensé: “Martel lo ha hecho de nuevo”. Después de nueve años desde La mujer sin cabeza, la expectativa solo podía crecer. El afiche revelaba dos cosas: una continuación de la estética de la directora argentina, y una interpretación muy personal de la novela de Antonio di Benedetto. En ese contraste entre las aguas grises del río y lo amarillento de la arena costera bajo un cielo celeste tímido, se sostiene el cuerpo de Zama en inquieta espera. Lucrecia Martel le había extraído la médula a la novela de Di Benedetto.

                                         — La novela —
Antonio di Benedetto publicó Zama en 1956. En ella narra la historia de don Diego de Zama, funcionario de la corona española, en tres años de su vida: 1790, 1794 y 1799. Zama se encuentra destacado en un pueblo del actual Paraguay, alejado de su familia —esposa y dos hijos— y a la espera de un traslado y un ascenso. La novela abre con una imagen muy potente: un cadáver de mono ha quedado atrapado entre los palos del muelle, y da vueltas y vueltas sin lograr salir de ahí. Diego de Zama observa: “El agua quería llevárselo y lo llevaba, pero se le enredó entre los palos del muelle decrépito y ahí estaba él, por irse y no, y ahí estábamos. Ahí estábamos, por irnos y no”.

Desde su narración en primera persona, Di Benedetto crea un lenguaje que parece dislocar cualquier pretensión de fijación temporal. Zama es el perfecto funcionario y nosotros testigos de los maltratos de la burocracia virreinal, que implacablemente lo deja esperando un ascenso que nunca llega y un sueldo que cada vez demora más en llegar. Entre ese “irse y no”, Diego de Zama también se debate en un estar y no estar, pertenecer y no; todo en un territorio del cual no se siente parte, rodeado de personas (españoles, americanos, indios, esclavos negros) de las cuales se siente cada vez más distanciado. El personaje se encuentra inmerso en las miserias de su vida cotidiana: intenta ser fiel a su esposa aunque esté lejos, trata de resistir al sadismo de los gobernadores que postergan el envío de cualquier carta al rey que hable a su favor para un posible traslado, intenta seducir a Luciana —la esposa del gobernador— pero no logra acostarse con ella, se enfrasca finalmente en la cacería de un bandido de rasgos casi míticos llamado Vicuña Porto. Con todo en contra, Zama seguirá vinculado trágicamente a una estructura de cuya jerarquía no puede prescindir.

Fotograma de "Zama", película dramática seleccionada para representar a Argentina en la 90ª edición de los Premios Óscar en la categoría Mejor película de habla no inglesa. [Foto: Buena vista international]
Fotograma de "Zama", película dramática seleccionada para representar a Argentina en la 90ª edición de los Premios Óscar en la categoría Mejor película de habla no inglesa. [Foto: Buena vista international]

                            — Otro cuerpo que espera —
En vida, Di Benedetto tampoco obtuvo un reconocimiento como el que habría merecido. Había sido encarcelado por la dictadura militar argentina y, tras ser liberado, viajó a España, donde permaneció hasta 1984. Siempre visto como un escritor de culto y fiel a su oficio, inspiró el relato “Sensini”, de Roberto Bolaño (con quien, como en el relato, mantuvo una relación epistolar).

A pocos días del estreno de Zama, la escritora Fernanda García Lao posteó en su cuenta de Facebook cierta información sobre el derrotero del cuerpo de Antonio di Benedetto: 31 años después de su muerte, por fin tendrá un lugar en el cementerio con una placa que lleve su nombre. Desde su muerte había permanecido como anónimo en el mausoleo del Círculo de Periodistas de Mendoza. El destino del cuerpo de Di Benedetto (1922-1986) parece haber sido, casi como el de su protagonista, víctima de una larga sucesión de abandonos y negligencias.

A contrapelo de esto, la publicación de la traducción al inglés de Zama, hecha por Esther Allen, ha sido muy bien recibida.
El premio Nobel J. M. Coetzee escribió una reseña con el elogioso título “Un gran escritor que debemos conocer” para el The New York Review of Books, en la que rescata la novela como texto magistral. Si bien establece las posibles conexiones de Zama con obras como las de Camus o Kafka por su carácter existencialista, Coetzee señala que su maestría radica en que “satiriza las aspiraciones cosmopolitas pero lo hace de una manera profundamente cosmopolita y moderna”. Por otro lado, Benjamin Kunkel, en su reseña publicada en The New Yorker, lanza una hiperbólica pregunta: “¿Es posible que la Gran Novela Americana haya sido escrita por un argentino?”.

¿Cómo habría reaccionado Di Benedetto frente a la reciente atención por su obra? Rescato este pasaje de Zama: “Algo en mí, en mi interior, anulaba las perspectivas exteriores. Yo veía todo ordenado, posible, realizado o realizable. Sin embargo, era como si yo, yo mismo, pudiera generar el fracaso. Y he aquí que al mismo tiempo me juzgaba inculpable de ese probable fracaso, como si mis culpas fueran heredadas y no me importaba demasiado: disponía como de una resignación previa porque percibía que, en el fondo, todo es factible, pero agotable”.

Daniel Giménez Cacho, interpreta a Don Diego de Zama, un funcionario americano de la Corona española. [Foto: Buena vista international]
Daniel Giménez Cacho, interpreta a Don Diego de Zama, un funcionario americano de la Corona española. [Foto: Buena vista international]

                               — Un cine de la médula —
Quien no quiso resignarse fue Lucrecia Martel.
Luego de que fracasara su proyecto de adaptación de la legendaria historieta argentina El eternauta, Martel (Salta, 1966) decidió emprender un viaje en barco por el río Paraná. La acompañaron dos amigas y varios libros, entre ellos Zama. Para cuando concluyó el recorrido, Martel tenía clarísimo que haría una película sobre la novela. Organizó una alianza con varias productoras para conseguir el financiamiento, incluyendo la famosa El Deseo, de los hermanos Almodóvar. Tuvo que vender su preciado Cosmos, el velero de su expedición por el Paraná.

Después de algunos atrasos, Zama se estrenó en el Festival de Venecia el 31 de agosto. Ovaciones y el público rendido a sus pies. Recientemente se presentó en el Festival de Cine de Nueva York, a sala llena y con la presencia de Martel. Antes de comenzar, ella advirtió: “Por si acaso, hay solamente dos encuadres durante tres horas”. El público se rio, y ella también. Lo que siguió fue la expresión de su mirada, su propia lectura de la novela. Confirmé la impresión que me había dejado el afiche: Martel había extraído la médula de la novela.

En ese proceso, se ha tomado una serie de libertades que exceden lo que se pueda entender por una adaptación, palabra que le queda corta. Está más interesada por la forma de las imágenes que por la transmisión de un mensaje o de una mirada unívoca de la historia. Más preocupada por el arte, en suma. No rescata la imagen del mono en el remolino, sino que recurre a una imagen posterior, acaso más potente: la de los peces vivos que son rechazados por el río. Configura así una imagen fuerte y dolorosa de la situación de Zama, la del que está atrapado en su propio elemento. Su película es una lectura muy personal del libro y deja de lado una fidelidad que la novela no pide, sino que efectúa una interpretación creativa que es —como ya lo decía Roland Barthes— el acto más desafiante y verdadero de lectura.

La directora de Zama, Lucrecia Martel, durante el Festival de Venecia, en agosto pasado. [Foto: AP]
La directora de Zama, Lucrecia Martel, durante el Festival de Venecia, en agosto pasado. [Foto: AP]

Martel maneja con maestría los planos-contraplanos, así como la paleta de colores que se impregna del ánimo de los personajes y deriva de un minucioso control de la fotografía. La película establece un recorrido hacia los planos más abiertos que se alejan de los cuerpos coloniales para asumir la gran mirada paisajística en el tramo final de la película. Por otra parte, ya desde su primera película (La ciénaga, 2001), Lucrecia Martel ha desarrollado un trabajo excepcional con el sonido, que funciona no solamente como acompañamiento de fondo sino que produce sentido. En el caso de Zama, los sonidos recuperan los elementos naturales pero también producen anacronismo: estamos en el siglo XVIII y, de repente, suenan unos boleros. Esta disrupción temporal nos saca de esos encuadres tan cerrados, asfixiantes, repletos de cuerpos y de piel, de la primera parte de la película; y a la vez nos producen extrañamiento. Frente al mundo creado con tantos detalles visuales, que casi podría atraparnos, el sonido nos expulsa y nos deja tan a la intemperie como a Diego de Zama en ese mundo que le irá quebrando la esperanza.

Al final de la película, entre muchos aplausos, Lucrecia Martel volvió a la sala para una sesión de preguntas y respuestas con el público. Habló de esos cuerpos que están tan presentes: “Todos somos cuerpos y estamos siempre rodeados de deseo y de muerte. Los cuerpos que nos rodean son cuerpos que desean y sabemos que vamos a partir. Es de lo que tenemos más certeza. Tienes más certeza de que vas a morirte que de si te vas a enamorar”.

Martel concluyó su participación hablando sobre el sentido que tiene para ella el cine: “Es compartir una experiencia con el público. Para transmitir eso es necesaria una serie de transgresiones a la percepción del cuerpo. Las películas son un artificio para permitirnos recordar que las cosas pueden ser de otra manera. Y esa es la potencia política del cine; pero es lenta, tan lenta que parece inútil”.

Zama espera espera una carta del Rey que lo aleje del puesto de frontera en el que se encuentra estancado
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