La Bodega Verde. (Foto: Paola Miglio).
La Bodega Verde
Paola Miglio

La Bodega Verde se convirtió en ese espacio cómodo al que todos llegaban por opciones más frescas y saludables de comida. Un patio encantador, un interior hasta con juegos de mesa. Un local con relativa calma, de amplios salones, amigo de los animales, rodeado de verde y buena onda. Aunque a veces la atención fuera lenta y despistada, funcionaba. Fue creciendo, se asentó, abrió una segunda sede en el y le seguimos queriendo. Sin embargo, con los años llegan la rutina, el "así nomás" y eso puede hacer que caigamos en un acomodo equivocado que nos haga tropezar. Siento que a La Bodega Verde le ha sucedido eso.

Me explico más. Hay una desidia que recorre casi el menú entero. Astucia y originalidad en las ideas de algunas preparaciones, pero una mala ejecución, lo que da como resultado platos con defectos tan obvios: un waffle demasiado húmedo (debería estar crujiente por fuera y blando por dentro) y unos quiches de poro, pepperoni y chorizo con una corteza tan gruesa que no se termina de cocinar y un relleno que más parece de soufflé. Sus lasañas, también pobres en construcción, se plantean de masa bastante gorda y relleno atropellado (la de alcachofas, por ejemplo), y el risotto del campo o de vegetales no termina de agarrar el punto, a pesar de que el sabor se muestra definido. Echarle mucho queso al arroz no es sinónimo de risotto.

Las bruschettas de palta y queso muestran una correcta elección de ingredientes (fruto maduro y firme, queso de cabra sabroso y tomates secos), pero el pan sin gluten estaba demasiado suave y blandengue, cuando es sabido (y lo comento porque tengo varios parientes celíacos) que en estos casos funciona mejor en versión tostada para que tenga más consistencia. La quesadilla de queso y jamón era un sanguchito (no una quesadilla) de poco ánimo pero de contundente relleno (le faltó un poco más de tiempo en la plancha). Y es que si hay algo que caracteriza a La Bodega Verde, a diferencia de muchos otros espacios similares que he visitado, es la generosidad de las porciones, que incluso dan para compartir. Como ese estupendo y bien logrado croissant de pollo, un sánguche estilo cumpleañero, bastante casero, en que el pollo, la mayonesa y las pecanas permiten un delicioso mordisco.

Los postres sin gluten, como el pie de limón y el alfajor, también desencantaron en consistencia y estallaron en dulce. A estas alturas del partido y del tiempo, ya no debería ser tan inmanejable lograr masas buenas con harinas distintas. Definitivamente hace falta más que un sánguche para sostener una propuesta. Más que un buen café con leche y que un ambiente afable (el trato de sala ha mejorado muchísimo en rapidez y manejo). Quizá se debería revisar la carta entera, achicarla y evitar subirse atropelladamente a nuevas tendencias (pokes y arepas) sin ajustarlas antes al concepto inicial. Aprovechar la imaginación que brota, esos productos de estación que saben cómo elegir (aunque no se entiende lo del salmón) y no apagarlos con la cocción. Echar mano de herramientas, como los años en el negocio y el entendimiento de la clientela, para ponerle más cariño al fogón. En serio, espero que suceda porque quisiera volver.

AL DETALLE
​Puntuación: 12/20.
Tipo de restaurante: saludable y artesanal.
Dirección: Jr. Sucre 335, Barranco.
Horario: todos los días, de 8 a.m. a 10 p.m.
Estacionamiento: público.
Precio promedio por persona (sin bebidas): S/35.
Carta de bebidas: refrescos, gran variedad de tés e infusiones, cocteles sin alcohol, café.

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