(Foto: Paola Miglio)
(Foto: Paola Miglio)
Paola Miglio

En el Perú somos sangucheros y mientras más grande el sánguche mejor. Que tenga todas las cremas, que lleve lechuga y tomate, papitas al hilo. Que no quepa entre las manos. A veces, por tanta ansiedad, sacrificamos calidad por abundancia, y eso no es bueno. Buscar entonces espacios que mantengan ambas características y además que el precio no se dispare es ciertamente un reto.

Uno de ellos, de toda la vida, y que pasa la valla raspando, es tan peruano que hasta nombre de patria lleva: . Siempre en chiquito aunque, valga la ironía, las porciones que sirve se nos escapen de los dedos. Muchos que las compran, recatados, piden uno a medias. Otros, como nosotros, sin vergüenza nos rendimos al goce entero solo porque sí.

Muy casual, casi despreocupado y solo enfocado en lo que sirve, El Peruanito se ha caracterizado desde el inicio de los tiempos (porque parece que el mundo aún no estaba completo y sus sánguches de lechón ya existían) en ser el salvador de hambres tempraneras, antojos momentáneos y de finales del día. Si bien su ritmo no es el más ordenado, se ha generado una suerte de actuar que fluye y atiende a varios clientes sin que estos se quejen de largas esperas.

No es un lugar calmo (hay bullanguería y gritos); no pretende serlo, tampoco. Acá lo que importa es vender sánguches y jugos, y quizá sea por eso que el alto tránsito tiene como consecuencia inmediata, al menos en este caso, la frescura de la mayoría de sus ingredientes. La mayoría, porque algunos como el pan fallan: se ve seco y sin gracia, y podría mejorar su consistencia y sabor, pues termina siendo una lámina triste pegada a la carne cuando se humedece con sus jugos y salsas. No contiene.

Los sánguches. El principal atractivo y la esencia del lugar. Son grandes y muchos de ellos contundentes, cosa que se aprecia sobre todo si los piden solos y sin accesorios, un par de cremas (mayonesa y ají pasan la prueba, los colores de la aceituna y la golf no motivan) y ya. Los de pavo y de lechón, por ejemplo, se lucen carnosos y jugosos, y al probarlos resultan bien aderezados.

El de pollo está bien servido pero lleva apio, lo que puede ser un escollo para los que no gustan del crujiente inesperado (y para tantos, innecesario). Y el de chicharrón es toda una sorpresa: clásico, importante, amenizado con camote de buena anchura, nada grasoso y con criolla bajo pedido. Hay problemas con el de lomito ahumado, que a pesar de estar sabroso lleva láminas muy finas. Y con el de jamón del país: otra oportunidad más y nada, sigue demasiado seco y desabrido.

Datos extra: no se detenga ante las empanadas ni el pastel de acelga, tampoco ante los postres de la vitrina interna ni se deje engatusar por la chicha morada que corre fresca y tentadora, está demasiado diluida y dulce. Pero eso sí, casi afuera, justo pasando la puerta, están las sorpresas que lo regresarán a su pequeñez: aquella empanada de boda que seguramente compartió en un parque alguna tarde de juegos; esos merengues con grageas amelcochados en el interior que pueden convertirse en un vicio invernal; y el camotillo, suave y hasta meloso por dentro y con una cáscara crujiente y azucarada que se muerde con tanta felicidad.

Tipo de restaurante: sanguchería.
Dirección: Av. Angamos Este 391, esq. Gral. Suárez, Miraflores.
Teléfono: 241-2175.
Horario: de lunes a domingo de 7 a.m. a 1 a.m., viernes y sábado hasta las 2 a.m.
Estacionamiento: puerta calle.
Bebidas: refrescos, café e infusiones.
Precio medio por persona: S/20.
Calificación: 13 puntos de 20

Contenido sugerido

Contenido GEC