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El bicentenario del pintor peruano Ignacio Merino - 3
Carlos Batalla

Luego de algunos vacíos biográficos que provenían del siglo XIX, solo cuando se conmemoró el centenario de su nacimiento, en 1917, los datos sobre la vida de Ignacio Merino cobraron precisión. Uno de esos biógrafos autorizados por su rigor fue Juan Bautista de Lavalle, quien junto al pintor Teófilo Castillo terminaron un trabajo completo sobre su vida y obra. 

Lavalle confirmó con documentos oficiales que la fecha de nacimiento de Merino fue el 30 de enero de 1817, en el pueblo de San Miguel de Piura, y que fue bautizado el 9 de febrero de ese mismo año. Su padre fue José Merino de Arrieta del Risco y Avilés, y su madre Micaela Muñoz de Ostolaza Cañete y Ríos. Nacido en un ambiente acomodado y criollo, recibió el nombre completo de “José Ignacio, María Pedro, Nolasco, Ramón”.

-Niño precoz-

Sus padres vieron en él a un niño talentoso, inteligente, sensible y capaz de valerse por sí mismo, por eso lo mandaron a estudiar al colegio de Manuel Silvela en París, en 1827, cuando apenas tenía 10 años y hacía apenas 6 años que el Perú había logrado su independencia política de España. En Europa, el futuro pintor enriqueció su mirada sobre el arte, reforzando su íntima vocación artística. Entonces recibió clases de pintura en el taller del retratista Raymond Monvoisin, quien a la larga fue determinante pues llegó a América donde dejó escuela, especialmente en Argentina.

A sus 20 años, el joven Merino vivió la bohemia europea durante la década de 1830. A finales de este decenio, en 1838, ya formado artísticamente y hecho todo un hombre de mundo, volvió al Perú para ser incorporado a la Academia Peruana de Dibujo y Pintura, que dirigía el ecuatoriano Javier Cortés y que fundara el Virrey Abascal. Años después, el propio Merino conduciría tal academia de arte. En América viajó por la costa del Pacífico desde Chile hasta el norte peruano, en un viaje entre exploratorio y artístico. Era la etapa en que el costumbrismo dominaba la mayoría de las artes.   

-Artista en formación- 

Su afán pedagógico y creativo en el Perú duró solo 10 años. Digamos que abarcó toda esa década de 1840, en que dejó en Lima muchas obras acabadas, de aire costumbrista como retratos de personaje de Piura, pero también retratos religiosos como los de Santa Rosa de Lima y Fray Martín de Porres, así como imágenes de fiestas y costumbres limeñas.

En 1841 Merino fue nombrado profesor de dibujo en el Convictorio de San Carlos. El historiador Jorge Basadre indicó que también fue maestro en el Colegio Nacional Nuestra Señora de Guadalupe, al menos hasta su nueva partida a Europa. Bajo esos cánones no solo se fue formando el primer estilo de Merino, sino que estos marcaron la formación inicial de los jóvenes pintores Luis Montero, Francisco Laso y Francisco Masías, todos guiados por el maestro piurano.  

El nuevo viaje a Europa era vital para el artista porque este no quería reducir su mundo imaginario a lo peruano, sin negar la importancia este elemento. Merino poseía una inquietud, un demonio creador que requería espacio, renovación y una nueva visión. En pocas palabras, necesitaba una adecuada distancia para desarrollarse como artista plástico. 

En esa década de 1850, en el Viejo Continente, el pintor maduraría como artista, es decir, técnica y humanamente. En Francia, su segunda patria, asistió al taller de Paul Delaroche. Fue recibido en los salones oficiales y consiguió un merecido reconocimiento; incluso expuso en el Salón de París de 1853 el cuadro “Colón con su hijo en el Convento de la Rábida”, que recibió algunas críticas negativas, como cuenta el historiador y crítico Juan Manuel Ugarte Eléspuru (“Ignacio Merino”, Biblioteca Visión Peruana, 1987).  

-Merino, maestro-

Pero el talentoso peruano se repuso de esas observaciones. Afinó su técnica y superó cualquier aire costumbrista. Merino se llenó de imágenes y, además, empezó a viajar más. Visitó entonces muchos museos y talleres no solo en Francia sino también en Italia y España. El piurano respetaba y amaba las formas clásicas, pero no se negó a apreciar y aprender de las nuevas corrientes plásticas que se desarrollaban en Europa, que tenían en el sentimiento romántico su mejor expresión artística. 

Exhibió sus elaborados trabajos a lo largo de esa década de autoexilio europeo. Con más dominio técnico realizó óleos sobre tela como  “La lectura del Quijote” (1861) y  “Colón ante los doctores en Salamanca” (1863), hoy ubicado en la Municipalidad de Lima. La historia lo reivindicó de su primer fracaso en los salones parisinos, y con dicha pintura recibió una medalla en el Salón de 1863. 

Merino había estudiado y aprendido entonces de la pintura española con Velásquez a la cabeza y con Goya como elemento renovador (y perturbador para un hombre como Merino); pero también vio la potencia y el equilibrio del arte de Flandes y los Países Bajos, especialmente de Rembrandt. Muchos cuadros estuvieron marcados por esa influencia como el óleo “Un matador” (1868). Uno de los más recordados seguramente fue su versión de “Hamlet” (1872), de fuerte inspiración romántica y cuyo modelo fue el “Hamlet” de Delacroix (Salón de 1859), contaba Ugarte Eléspuru.  

El artista pasó entonces de una formación neoclásica hacia una realización romántica, ganando en ello pulcritud, estilo y magnificencia. Este proceso lo vivió en Europa desde mediados de la década de 1860 y cuando ya había decidido no volver al Perú.

Como una etapa superada, cuenta Ugarte Eléspuru, Merino dejó la influencia de Delaroche y “simbólicamente se muda de su antiguo taller de la Ruedes Martyrs donde deja colgada la paleta que le regalara su antiguo maestro Delaroche, y se instala en el N° 1 de la Rue Clichy, que habitará hasta su muerte”. 

Merino falleció 11 años después, el 17 de marzo de 1876. Su obra fue en parte donada al municipio limeño, por decisión del propio artista, quien señaló que los cuadros que a la hora de su muerte estuvieran en su taller, les pertenecería a Lima. Fueron alrededor de 30 obras plásticas. Por eso, en su honor, el municipio limeño creó la Pinacoteca Municipal "Ignacio Merino". Actualmente, buena parte de su obra está también en el Museo de Arte de Lima (MALI). 

-Un centenario en El Comercio- 

En las celebraciones por los 100 años del nacimiento del pintor piurano, el 30 de enero de 1917 el diario El Comercio dio cuenta de una gran exposición organizada por la Municipalidad de Lima. Para ello se formó una comisión organizadora que presidió Clemente Palma (hijo de Ricardo Palma) y que integraban, además, Luis Antonio Eguiguren, Andrés Alvarez Calderón, Manuel Prado Ugarteche y el pintor Teófilo Castillo.

La muestra estuvo abierta a todo el público limeño en el hall del municipio hasta el 10 de febrero de ese año. En la inauguración, el único que pronunció un resonante discurso fue el alcalde de Lima, Luis Miró Quesada de la Guerra (1916-1918). 

Un detalle de esa portada histórica del diario Decano fue la reproducción del autorretrato del pintor en fotograbado: una barba negra muy cuidada y el rostro con unos ojos negros intensos, como los de un demiurgo plástico incurable, revelaban el genio del pintor piurano. En la edición, se recordó una frase de Leonardo da Vinci que Merino repetía frecuentemente: “La belleza, como la luz, no envejece jamás”.

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