Recientemente, una revista económica publicó un artículo con la lista de los terrenos más codiciados por las inmobiliarias.
Desde ya la palabra “codiciado” nos genera la imagen de un salivante especulador con los ojos desorbitados, frotándose las manos por puro afán crematístico. Además, pasan a ser considerados solo como terrenos, obviando el hecho de que son áreas en uso (colegios, hospitales, puericultorios, etc.). Pero lo que más me preocupa es que estos sean descritos como áreas desperdiciadas dado su alto valor (como terreno) en el mercado. Se olvida que algunos sitios son o deberían ser patrimonio de la nación como el puericultorio y el Larco Herrera, por ejemplo.
Lo que ha estado sucediendo con nuestro patrimonio es su relativización ante la presión inmobiliaria y no solo con lo más llamativo, sino también dentro de zonas enteras con identidad patrimonial (barrios tradicionales, casas de arquitectura tipo chalet o inclusive pequeños edificios de los años cincuenta y sesenta) que son arrasadas por la homogeneización y, lo que es peor, la segregación de uso, es decir, zonas de uso mixto, residencial y comercial se vuelven comerciales o viceversa. Y esa segregación obliga a usar más el carro.
Cuando se produjo la urbanización de Lima a partir de los años veinte hacia el sur, hubo planeamientos urbanísticos que consideraban el aspecto holístico del mismo: la dotación de servicios, el transporte, el comercio, etc. Fruto de estos barrios nuevos es la aparición de bodegas en esquinas, parques, por poner solo unos ejemplos. ¿O pensaban que todo eso había aparecido mágicamente y por coincidencia? Con las migraciones barriales a partir de los cincuenta y sesenta, se comenzó a trastocar el planeamiento ordenado que hoy parece haberse transferido a las inmobiliarias que, ávidas de espacio, no les interesa estar pendientes del impacto de una megaobra en la ciudad. La culpa es compartida con el gobierno central y/o municipales que, con un excesivo ‘laissez faire’, no lideran el cambio urbanístico en materia de lo que se debe y no se debe hacer en la ciudad (¡recurran al PLAM 2035, por Dios!). El tráfico, del que tanto nos quejamos, no es tanto un tema de falta de infraestructura, sino de sobreofertas planteadas en zonas donde nadie pensó en su impacto.
El proyecto del Cuartel San Martín duerme el sueño de los justos precisamente por el impacto que este tendrá en la zona. Se están evaluando en un tira y afloja las consecuencias y la rentabilidad de un proyecto en un lugar que debió ayudar a destugurizar su vecindario (las inmobiliarias también deberían tener responsabilidad social). En vez de venderlo, un parque no hubiera sido mala idea, pero ya sabemos que los parques no son rentables y bajo el razonamiento de la revista económica también podrían ser considerados “espacios desperdiciados”.