¡Bum! Un agitado coro de risitas nerviosas, sazonado por algunos gritos, acompaña la explosión. Los colegiales se miran entre sí, comentan, hacen bromas; los policías se mantienen imperturbables. En tanto, en el suelo, el muñeco de plástico apuradamente vestido como un niño yace inerte, derrotado, con los humeantes restos de lo que fue su mano desperdigados a su alrededor.
La temporada navideña reabre las puertas a varios clásicos del periodismo criollo: los informes sobre la seguridad en Mesa Redonda, la venta de juguetes bamba, los panetones insalubres, los champanes de 5 soles. Y, como no podía ser de otra manera, la venta de pirotécnicos ilegales. Las pruebas son una delicia para los noticieros matutinos necesitados de enlaces microondas de impacto. La puesta en escena casi no varía. Tampoco los protagonistas: el policía o el alcalde frente a una mesa con cohetes de distintos tamaños, presidida por el artefacto de moda que, además, lleva un nombre ad hoc. El pequeño explosivo que en nuestra infancia setentera llamábamos cohetón a secas, ahora no solo es más grande y más potente, sino que tiene un apelativo marketero: ‘mamarrata’, ‘Bin Laden’, ‘King Kong’ o ‘Guty’. Este año la vedette es la ‘pokerrata’.
Pero las exhibiciones de maniquíes de falanges incineradas ya no asustan a nadie. Resignarse a celebrar las fiestas alumbrados bajo la tímida inocencia de una chispita mariposa entra en los planes de pocos, a juzgar por el papel de ciudad bombardeada que asume Lima por estas fechas.
¿Las grandes tragedias sensibilizan? En el 2001, cuando ocurrió la desgracia de Mesa Redonda, hubo 74.430 incendios en el país, 6.926 de ellos en diciembre, según el Cuerpo General de Bomberos. Al año siguiente se pensaba que la situación iba a cambiar; sin embargo, empeoró: hubo 87.017 siniestros, 8.248 en diciembre.
Incendios recientes como el de Cantagallo, Larcomar o el almacén del Minsa tampoco han activado los mecanismos de prevención. A noviembre, su número (113.948) superaba el total del año pasado y los máximos alcanzados en las cuatro temporadas precedentes.
Los cohetes y cohetecillos son los enemigos principales de los más pequeños. El Instituto Nacional de Salud del Niño estima que unos 15.000 pequeños son atendidos cada año por quemaduras. A partir de noviembre, el número crece en 30% por el uso de pirotécnicos.
Si alguna vez hacer explotar muñecos de plástico tuvo un poder disuasivo, este no existe más. Mientras en casa se incentive el uso indiscriminado de estos artefactos, las desgracias no darán tregua. Y si las restricciones a su venta se siguen haciendo con el rigor con que se acarician los cabellos de un schnauzer, que no nos extrañe que las víctimas sigan creciendo. No es un mal deseo. Son las consecuencias lógicas de nuestra propia estupidez.