A fines de la década del 70, tomar una fotografía a un presidente del Perú haciendo deporte era tan difícil que se consideraba una primicia periodística.
Un reportero gráfico de la revista “Caretas” tuvo que esconderse en una vivienda aledaña al Círculo Militar, en Jesús María, para fotografiar al general Francisco Morales Bermúdez en pantalones cortos, mientras jugaba frontón. Casi cuarenta años después, el presidente Pedro Pablo Kuczynski y el grueso de su Gabinete realizan una sesión de estiramiento y gimnasia, a ojos de todos, en el patio de honor de Palacio de Gobierno. Son tiempos distintos.
Que el 58,2% de la población tenga sobrepeso (21% ya son obesos) es una buena razón para impulsar una política en favor del ejercicio físico y la alimentación saludable. Lo adelantó la ministra de Salud, Patricia García, y lo ratificó el mandatario tras la agitada sesión gimnástica del pasado jueves.
La ocasión sirvió también para recordar que en apenas tres años los ojos de gran parte del mundo estarán sobre nuestro país, cuando Lima organice los Juegos Panamericanos. No tienen la dimensión de los Juegos Olímpicos de Río, de cuya maravillosa inauguración fuimos testigos anoche, pero están apenas unos escalones abajo. Y serán el acontecimiento deportivo más importante de nuestra historia.
Por lo pronto, que el gobierno haya puesto los Panamericanos en vitrina, tras el estado de virtual parálisis en que los dejó la administración anterior, es un enorme avance. Esto ha insuflado de optimismo al jefe del Comité Organizador, Luis Salazar, quien ha declarado en Río que los Juegos de Lima serán “los mejores de la historia”.
No hace mal Salazar en ponerse la valla tan alta; habla mucho de su confianza en el grupo que encabeza. Pero se requiere más que palabras para que eso se haga realidad. Basta con recordar que hace poco más de dos años, en los Juegos Bolivarianos de Playa celebrados en Trujillo, los deportistas tuvieron que ser acomodados en hoteles porque la villa deportiva no se terminó de construir.
Tres años pueden parecer una eternidad para emprender la construcción de la infraestructura deportiva planificada. Pero en el país de los trámites laberínticos y absurdos, de los burócratas aletargados, de la coima casi institucionalizada, parece un tiempo demasiado corto para emprender obras que, se estima, costarán unos 600 millones de dólares.
Cruzando los dedos probablemente lleguemos a tiempo. Para no pasar apuros –ni mucho menos papelones– esa voluntad expresada por el gobierno no debe quedar en palabras. Es una estupenda oportunidad para demostrar que el país es capaz de organizar megaeventos de envergadura, con modestia, pero de manera eficiente. Además, a solo dos años del bicentenario, serán nuestra gran vitrina hacia el mundo.