“Yo lo contagié”
“Fue mi culpa”
Cuando se acabe este maldito virus y empecemos a crear una nueva normalidad, imagino a los familiares, a los amigos, a los conocidos de los que se irán -que, espero, no sean muchos- repitiéndose si acaso no fueron ellos quienes los contagiaron, quienes sin querer les causaron la muerte.
Pudo haber sido después de ese viaje tantas veces planeado.
O cuando fueron a ese matrimonio lleno de amigos y familiares, a pesar de las advertencias (pero no podían fallarles a los novios, ¿no?).
O esa noche que decidieron irse de patota, zurrándose en el toque de queda (además, era cerquita nomás, con la mancha de siempre).
Nuestro espejo más cercano es España y los datos que llegan no dejan de ser espantosos. Su sistema de salud, uno de los mejores del mundo, desfallece; las morgues trabajan por encima de su capacidad y el Palacio de Hielo, un centro comercial con una hermosa pista de patinaje, hoy ha sido convertido en un improvisado depósito de cadáveres.
Las complejidades de nuestro país hacen que quedarse en casa, para muchos, sea una difícil alternativa. Pero hay otros que simplemente se niegan a hacerlo porque no les da la gana.
España es nuestro futuro cercano. Y se ve horroroso. Hagamos lo imposible por evadirlo