El domingo 5 de abril de 1992, Alfonso de los Heros, entonces presidente del Consejo de Ministros, tuvo claro lo que debía hacer. En la sede del Cuartel General del Ejército, donde aquella noche habían sido citados de urgencia todos los integrantes del Gabinete, les explicaron lo que en ese momento estaba sucediendo: el presidente Alberto Fujimori, quien ya tenía más de dos años en el cargo, había dictado el cierre del Congreso y lo había hecho público en un mensaje a la nación. Era una acción drástica que tendría un amplio apoyo de la ciudadanía, pero que quebraba de un tajo el orden constitucional.
“Realmente nos sorprendió la decisión de cerrar el Parlamento, nos pareció increíble. Los ministros dijeron: ‘¡Presidente, esto no es posible!’. Como era un hecho consumado, le manifesté que yo no seguiría (en el cargo). De acuerdo a mis principios, no podía avalarlo”, comenta ahora De los Heros, quien nada pudo hacer para detener a Fujimori.
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Treinta años después de aquel suceso que modificaría el rumbo de la política peruana, De los Heros cuestiona el principal argumento utilizado por el fujimorismo para tomar una medida tan drástica como aquella. “Yo no puedo decir que el Congreso obstruía. Estábamos en un Estado de derecho y teníamos un Congreso de calidad, se podían manejar las cosas de otra manera”, asegura. Lo curioso es que tomó la decisión de inmediato, pero no pudo ejecutarla sino hasta varias horas después. “Le pedí a una secretaria que estaba allí que me trajera una máquina de escribir y papel. Me dijo que no había... Después de que terminó esta reunión, volví a mi casa y redacté la carta. Al día siguiente, a las 8 de la mañana, presenté mi renuncia al presidente”, cuenta.
El 6 de abril, se promulgó el Decreto Ley 25418, Ley de Bases del Gobierno de Emergencia y Reconstrucción Nacional. Además de Fujimori, lo firmaron el nuevo jefe de Gabinete, Óscar de la Puente Raygada, y los ministros que habían permanecido en sus cargos.
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EMOCIONES FUERTES, DECISIONES RÁPIDAS
“Para que la verdad prevalezca sobre la mentira, para que la razón prevalezca sobre la fuerza, y la democracia sobre la dictadura. ¡Viva el Perú!”. Con un crucifijo de madera y la banda presidencial que Fernando Belaunde le prestó para la ocasión, el vicepresidente Máximo San Román juró el cargo de presidente el 21 de abril, en una sesión que los parlamentarios defenestrados llevaron a cabo en la sede del Colegio de Abogados de Lima.
No fue fácil lograrlo. El entonces senador Raúl Ferrero Costa recuerda que fue ese el primer lugar que eligieron para poder reunirse, luego de que la sede del Congreso fuera bloqueada con tanques y soldados. “Creyeron que nos íbamos a amilanar”, cuenta Ferrero tres décadas después. La foto que sostiene en las manos muestra el momento en que él es jaloneado por policías y militares. “Lo que no pensaron es que me iba a escapar del coche portatropas”, dice. “Ese Servicio de Inteligencia era muy nocivo. Allí fueron fabricando todas estas ideas”, comenta.
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PERSECUCIONES, DETENCIONES Y AGRESIONES
“Los Congresos nunca han sido populares; lo que han sido populares son los golpes de Estado, y son los que más daño nos han hecho”, reflexiona el entonces diputado Aurelio Loret de Mola, quien fue hostigado y arrestado sin causa alguna, como muchos de sus colegas. “Yo he luchado por la democracia en la época de Velasco, y fui preso en esa dictadura de izquierda. Luego fui detenido en una dictadura de derecha, la de Fujimori en el año 92. Para mí no hay dictadura buena, para mí no hay autoritarismo bueno”, dice.
Los abusos de autoridad se cometían sin que nadie pudiera hacer nada por evitarlo. Los policías y militares, cumpliendo órdenes severas e ilegales, no tuvieron contemplación alguna y tomaron la ciudad. El Centro de Lima se llenó de camiones portatropas, de tanques, de patrullas armadas. Durante las primeras horas de aquella noche fueron perseguidos periodistas, empresarios y, por supuesto, políticos de diversos partidos.
“Había un coronel al mando del operativo. Me cogió la tropa, ese mismo coronel me escupió en la cara, y me reprochó diciendo que los militares ganaban sueldos miserables porque los congresistas ganábamos millonadas”, recuerda otro diputado de aquel entonces, Fernando Olivera, quien se acercó al edificio del Congreso de la República, en la plaza Bolívar, apenas supo del hecho. El autogolpe del 5 de abril –dicen quienes lo padecieron– representó un quiebre.
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