RENÉ ZUBIETA @renezp
Redactor de Sociedad
Cuando con solo 8 años llegó a Lima desde su natal Pativilca, Guillermina Suárez Ventura tenía la esperanza de estudiar y forjarse un futuro, pues no había pisado escuela alguna. Pero otra fue la realidad con la que se encontró. Tras la muerte de su padre adoptivo, trabajó como niñera y empleada del hogar durante años para la familia que la trajo al Rímac, luego lo hizo en Barranco y en otras casas.
Aunque la matricularon en un colegio capitalino, sus tempranos deberes evitaban que asistiera a clases. Recién a los 23 años y ya con hijos a cuestas, intentó estudiar por las noches, mas no pudo pasar del tercero de primaria. Comenta con pena que incluso obtuvo su DNI recién a los 40, pues no podía escribir bien y mucho menos firmar. Sin embargo, el año pasado -con el apoyo de sus hijos- dejó la vergüenza atrás y se animó a retomar sus estudios: ahora ya suma, resta, multiplica, hace listas y saca cuentas, lo que le ayuda mucho en sus labores de cocina en un comedor popular.
Todos los días, de 2 a 6 p.m., va al periférico Tayta Wasi, una sede del Centro de Educación Básica Alternativa (CEBA) Manuel Scorza, en Villa María del Triunfo (VMT). A punto de culminar la primaria, cuenta que se siente feliz y es más sociable gracias a la interacción con sus compañeras de aula, que hasta “palomilla” la llaman con cariño. “Mi meta es seguir para adelante, para poder brindarle un apoyo más a mis nietos, mi bisnieto que tiene seis meses. Y poder ayudar un poquito más a mi familia […] Nunca es tarde para seguir aprendiendo y tener más conocimiento de la vida. No se avergüencen porque no sepan, porque al contrario, aprendemos más y nuestros hijos se sienten felices”, recomienda con su voz calmada tras confesar su gusto por leer.
Como Guillermina, hay poco más de 126 mil personas mayores de 15 años que han tenido el coraje de volver a empezar, dejar la vergüenza y el temor atrás y retornar a las aulas. Pero son más de un millón 346 mil los peruanos (alrededor del 6% de la población) que son considerados no alfabetizados; es decir, que no han seguido estudios de primaria, según cifras oficiales. “En estos últimos años ha habido incremento en estudiantes adultos, los cuales han sido atendidos en 800 CEBA a nivel nacional”, indica Marilú Martens, titular de la Dirección General de Educación Básica Alternativa (Digeba) del Ministerio de Educación.
“NO ME DA VERGÜENZA”
Janet Alache San Miguel es una de los estudiantes. A sus 39 años, es una de las primeras en su salón del periférico ‘Madre Teresa de Calcuta’, en Campoy, San Juan de Lurigancho. Volvió a las aulas el año pasado para culminar la secundaria, pues se quedó en el segundo grado a los 13 años debido a su situación familiar: su padre la abandonó y ella tuvo que trabajar “en todo lo que se ha podido” -hasta como albañil- para apoyar en la educación de sus cinco hermanos.
“Mi sueño siempre fue terminar mi secundaria”, confiesa acotando que luego tiene como meta estudiar una carrera corta para formar una empresa con sus hijas mayores -una confeccionista, la otra diseñadora- y su menor hijo varón. “No me da vergüenza. Más bien, me siento contenta. Día a día voy con entusiasmo. Con esas ganas de decirle a los chicos vamos a adelante, porque ellos son más chiquillos que yo”, comenta. ¿Su clave? No faltar a clases y tener mucha responsabilidad.
“QUIERO HACER EMPRESA”
Una ventaja de los CEBA es que tienen modelos de atención desarrollados para poblaciones específicas. Por ejemplo, adultos mayores, internos de penales, pescadores artesanales, víctimas de violencia, desplazados por el terrorismo y personas del servicio militar voluntario. Además, se busca que empresas incentiven a sus empleados a culminar sus estudios y les den facilidades.
Un caso es el de Guillermo Delgado Guzmán, de 56 años. En diciembre se graduaría de sus estudios de secundaria en el CEBA instalado en un centro de capacitación de Sedapal, donde trabaja hace 35 años. Problemas económicos y familiares causaron que llegue hasta segundo año allá por 1972, pero el 2013 volvió a las carpetas encontrándose con compañeros mayores de 50 años, con los que intercambia experiencias y bromea.
Así como Guillermina y Janet, no tener los estudios completos redujo sus posibilidades de superación. “No tenía mi secundaria completa, por eso es que no podía ascender. Ahora que voy a recibir mi certificado, sé que voy a subir”, expresa con entusiasmo Guillermo, quien no solo quiere graduarse, sino ser el primer puesto. Y es que, como dicen, la tiene clara: “Nunca es tarde para estudiar y lograr las metas. Apenas se presente una oportunidad, hay que seguir para adelante […] Voy a estudiar administración para poder tener mi pequeña empresa”.
Marilú Martens, titular de la Digeba, agrega que los horarios y la duración del ciclo de los estudiantes se acomodan a necesidades específicas de la población. En cuatro años se puede terminar la secundaria o en un solo año, realizar dos grados de primaria. Según apunta, hay un CEBA en cada región. Guillermina, Janet y Guillermo son solo tres ejemplos de muchos peruanos que dejan los prejuicios y se atreven a volver a empezar.