El miércoles 14 de febrero, luego de casi tres años, el proyecto de la alameda de la Av. 28 de Julio finalmente fue terminado. Inmediatamente ha recibido una serie de críticas duras sobre su diseño. Muchas de estas son válidas, pero algunas no.
El proyecto ha resultado en la eliminación de varios árboles maduros. A raíz de ello, hoy en día el espacio no tiene sombra. Cuando visité el lugar, varias personas habían ido con sombrillas para protegerse del fuerte sol del verano limeño. La decisión de reemplazar los árboles grandes por palmeras añade al problema dado que estas producen muy poca sombra, incluso cuando llegan a su madurez.
Otra crítica válida es que el proyecto demoró bastante tiempo, funcionando como una enorme barrera para el movimiento peatonal por varios años.
Por otro lado, ciertos aspectos del proyecto son rescatables. En su diseño, como un espacio público útil, este refleja un distanciamiento del diseño tradicional de las bermas en Lima, que generalmente funcionan como espacios residuales para ser vistas desde los automóviles, como el Pasaje de los Héroes Navales y las avenidas San Borja Sur y Norte. En particular, la inclusión de disparadores de agua ha logrado, al menos por ahora, activar la alameda, con personas que vienen para jugar con el agua y escapar del calor del verano –algo especialmente importante dada la falta de árboles y de sombra–.
Sin duda, la alameda podría haber estado mejor diseñada, y como casi todos los proyectos públicos del país, se hubiera beneficiado enormemente de un concurso público de diseño arquitectónico. Sin embargo, comparada con toda la mediocridad de los espacios públicos en Lima, la alameda no está tan mal y las críticas no llegan al problema de fondo: que el paso a desnivel de 28 de Julio era un proyecto innecesario, y por lo tanto, la alameda es un parche verde que sirve para tapar este primer error.
Como un proyecto puntual y no estratégico, el paso a desnivel no ha logrado mejorar el tráfico. El gasto de 70 millones de dólares en esto representa un enorme costo de oportunidad. Podrían haber invertido este dinero en un proyecto más estratégico, tal como un centro de gestión de tránsito, la expansión de la red de transporte público o en una red integrada de ciclovías.
Ahora que el proyecto está terminado, se puede ver cómo funciona como una barrera a la ciclovía de la avenida Arequipa, terminándola abruptamente en este nodo importante, donde se une con la ciclovía de la Av. Salaverry. El paso a desnivel rompe la posibilidad de tener una continuación de estos ejes hacia el Centro Histórico y el Rímac, y refleja una priorización del uso del automóvil sobre la movilidad sostenible. Es en definitiva un parche verde, un proyecto cosmético de una infraestructura en la cual innecesariamente se ha invertido.