El día que Japón vivió el terremoto más mortífero de su historia – 11 de marzo de 2011– el ingeniero geofísico Hernando Tavera estaba en la isla. Investigador de sismos desde los años 80, sintió por primera vez bajo sus pies la potencia de uno de magnitud 9,1. Inevitablemente pensó en el Perú y en Lima, la ciudad que creció ajena a un planeamiento urbano, con autoridades que tampoco se interesaron porque alguna vez lo tenga, de casas levantadas sobre suelos frágiles y una población indiferente a la prevención.
Esa experiencia le mostró que debía “darle un valor público más fuerte” a sus investigaciones. Salir del ámbito académico y hablar con autoridades, con la población, insistir e insistir. Meses después publicó su primer libro infantil: “El sueño de un terremotito”. Diez años más tarde, como presidente ejecutivo del Instituto Geofísico del Perú (IGP) sigue pensando que la sensibilización es la clave. Lima no vive un sismo importante desde 1974 y esa vez la magnitud 7,8 fue menor de la que se espera para cuando se rompa el silencio sísmico del gran terremoto de 1746 (M8,8) que causó la muerte del 10% de la población. Entonces Lima no tenía ni la mitad de distritos, viviendas autoconstruidas y población asentada en zonas riesgosas como ahora.
— ¿Por qué hay seguridad de que habrá un terremoto en Lima y Callao?
Todas las investigaciones que hemos desarrollado en el IGP en los últimos 20 años nos ha permitido ir evolucionando en el conocimiento sobre la actividad sísmica en el país. No es un pronóstico aislado, son procedimientos y metodologías que se aplican a nivel mundial. Hemos encontrado que frente a la costa central hay un área de bastante longitud [desde Pisco hasta Casma, un área de 460 km] que viene acumulando esfuerzos y deformación desde 1746. Eso daría origen a un sismo que probablemente tenga una magnitud de 8,8.
— Con este escenario ¿Qué pasaría con la ciudad?
Un sacudimiento como el que se espera provocará el colapso de viviendas, edificios, establecimientos. Eso es lo que va a provocar daño en la población. El punto crítico es cómo la ciudad ha crecido, qué suelos se han ocupado. En Lima, la autoconstrucción fue el punto de partida para el crecimiento después del 1974, cuando fue el último sismo importante. Villa El Salvador, San Juan de Lurigancho, El Agustino, Comas, Ventanilla, distritos que crecieron de forma acelerada por autocontrucción. A eso le sumamos las viviendas más antiguas y la calidad de suelos. Los suelos arenosos, los de relleno van a ampliar las ondas y el sacudimiento será más fuerte.
— ¿Cómo medir qué tan fuerte puede ser un sismo 8,8?
La población se preocupa mucho por la magnitud pero lo realmente importante es qué tan fuerte es la sacudida del suelo. Eso depende de varios factores como el tipo de suelo. Cuando ocurrió el sismo de Pisco de 2007, por ejemplo, en gran parte de Lima y Callao el suelo se sacudió con valores que oscilaron en un promedio de 80 cm/s2 y en la estación acelerométrica de La Rinconada en La Molina a 110 cm/s2. Esa diferencia nos dice que siempre en La Molina se va a sacudir con mayor intensidad por el tipo de suelo. El sismo de Mala de junio pasado sacudió Lima con valores de 35 a 40 cm/s2. En cambio, las investigaciones que hemos hecho indican que para un sismo de M8,8 los valores serían de 600, 700 u 800 cm/s2. Años atrás se podía pensar que una sacudida así era imposible, pero el sismo de Chile del 2010 (M 8,8) produjo sacudimientos con valores de 980 cm/s2y el de Japón del 2011 sobrepasó los 1100 y 1200 cm/s2.
—Sin contar con un tsunami...
Cuando ocurre un sismo de gran magnitud con epicentro en el mar son por lo menos tres efectos secundarios que sí o sí van a ocurrir. Uno es el tsunami, también la licuación de suelos. En zonas muy cerca de la playa, por ejemplo, donde hay presencia de agua en el interior del suelo, las ondas lo comprimen como una esponja y eso genera hundimientos. El tercer efecto es que los cerros y acantilados se sacuden con tanta intensidad que caen piedras y tierra. De nuestros cerros y acantilados ¿qué caería? Casas.
—En los acantilados de la Costa Verde ya hubo derrumbes
Nunca ha habido un plan de crecimiento urbano, debió haberse hecho después del sismo de 1974. Es un problema de Lima y de muchas ciudades del país. La ingeniería está buscando formas de que estructuras no colapsen, pero si uno pasea por el acantilado desde Magdalena o San Miguel hasta Chorrillos, se va a dar cuenta que hay muchas zonas donde el suelo está fisurado. Eso es un indicativo clarísimo de que realmente el suelo se está moviendo, puede ser por el agua de riego y la carga que ejercen las estructuras. El suelo se está moviendo y lo único que falta un pequeño sacudón.
— ¿Cómo enfrentar esta posibilidad?
La práctica ha demostrado que la mejor preparación es construir una casa segura en un lugar seguro. Si quieres construir en Huancayo, el techo tiene que ser de forma triangular para que la lluvia no dañe tu vivienda, si vas a la selva tienes que construir sobre pilotes por las inundaciones. En la zona costera, donde los sismos son un proceso que ocurre en cada momento, obviamente tu casa tiene que ser segura. Chile en los últimos 50 años ha tenido cerca de una docena de sismos grandes y eso le ha permitido mejorar su construcción y la prevención en base a esa práctica. En Perú no es así porque no hay práctica y la única práctica son los sismos.
— Entonces, la única forma de aprender es con un terremoto...
Exactamente.
— ¿Sirven los simulacros?
Es complicado tener una medida de cuánta población participa. Las estadísticas antes de la pandemia decían que por cada área urbana solo participaba el 30%. Eso quiere decir que hay un 70% de población que ante un sismo va a ser afectada. Como autoridades nos queda dar las directivas, la información, explicar por qué lo hacemos y con eso esperar que la población sea consciente y entienda que el sismo solo le va a afectar si su vivienda colapsa. Una medida más realista puede ser preguntar directamente cuántos tienen mochila de emergencia en casa. Es una forma directa saber si una persona está cumpliendo con responsabilidad el rol que le toca.
— ¿Qué tanto ha cambiado la investigación en sismos en el Perú?
Antes del año 2000, en Perú se estudiaban los sismos ya ocurridos, después del 2007 recién se empieza a mejorar la red sísmica nacional. Ahora tenemos una que merece respeto y eso nos ha permitido tener tantos datos para cuantificar la cantidad de energía liberada, las zonas de acoplamiento sísmico. Hoy solo nos falta ponerle fecha al sismo, pero eso no se puede. La red sísmica nacional tiene cerca de 400 instrumentos distribuidos en todo el país. Tiene una red para conocer el tamaño del sismo, otra para el sacudimiento del suelo y otra para el monitoreo del desplazamiento de placas tectónicas. Lo que hemos aprendido de los colegas mexicanos es que tenemos que preocuparnos por salvar vidas. Es decir, sal de tu casa antes de que se caiga.
— ¿Por qué es importante una campaña como #EstemosListos en plena pandemia?
Los sismos no saben de fronteras ni de pandemias, solo ocurren. Los sismos de Sullana [30 de julio, M6,1] y Mala [22 de junio, M6] con magnitudes pequeñas nos han demostrado que no debemos olvidar dónde vivimos, ni nuestra historia cercana [de sismos]. Los medios tienen que ser el primer aliado para que la ciencia llegue de una manera comunicativa, que nos ayude a entender por qué ocurren las cosas. Las viviendas colapsan no por el terremoto, sino porque están mal construidas. Japón, que es la tercera parte del territorio peruano, tiene más de 16 museos de Ciencias de la tierra mientras que en el Perú no hay ninguno.
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