Desde junio pasado, el sector de Manzanilla, en el Cercado de Lima, recibió a la mayoría de los comerciantes informales que fueron desalojados de la avenida Aviación. Eran cerca de 5.000 y, según la Municipalidad de Lima, solo 30 de ellos llegaron a formalizarse en los meses siguientes.
Los demás tocaron las puertas de los vecinos de Manzanilla, les alquilaron sus casas como depósitos y acordaron una paga extra por instalarse frente a sus viviendas para vender sus mercancías. Normalmente, llegan todos los días antes de las 11 a.m. e invaden las calles Alto de La Alianza, Lluta, Uchusuma, Raymondi y García Naranjo, donde la presencia policial es escasa. Manzanilla se encuentra dentro del área de acción de la comisaría de San Cayetano, que, de acuerdo con el INEI, cuenta solo con 18 policías al día para resguardar 97 manzanas. Buena parte de ellas corresponde a El Agustino.
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Por Lluta y Raymondi ya no transitan los vehículos. Pasado el mediodía, avanzar una sola cuadra de Alto de la Alianza (el tramo entre Raymondi y García Naranjo) en carro puede tomar hasta 40 minutos.
En esta calle lo que más abunda son los recicladores y los cachineros, que revenden chatarra, baratijas de procedencia irrastreable y prendas de varios usos. La convivencia es tal que los primeros acumulan su basura en las esquinas y los segundos exponen su mercadería sin dejar mucho espacio entre esta y los deshechos. Algunos muñecos tuertos se confunden entre uno y otro lote.
Una pareja de malabaristas se acerca a un tapete donde se exhiben zapatillas. La muchacha se sostiene sobre el brazo de su novio para descalzarse y probarse unas Nike.
Doblando por García Naranjo la mayoría de puestos son de comida o de productos navideños. Las luces decorativas se venden desde S/ 7 y las bolas para el árbol desde S/ 5 la media docena.
En plena calle, se ha instalado también una peluquería con tarifas desde los S/5 para corte de cabello y S/12 el tinte para hombres. Mientras la inspeccionamos, un sujeto de más de 60 años se aproxima al reportero gráfico. Le acerca la cara a casi 10 centímetros y con voz grave le pregunta: “¿Cuánto quieres por tu cámara?” Lo hace sin apartar la vista del objeto. Tras escuchar la negativa, se aleja y se queda observando a cuatro metros de distancia. Ya no mira la cámara. Mira al fotógrafo sin pestañear. Lo está tasando y no hay policías ni serenos en la zona.
—Irreubicable—
En la comuna explican que se ven impedidos de actuar sin el apoyo de la PNP. Zuleyka Prado, gerente de Fiscalización de la Municipalidad de Lima explica que si intervinieron en junio fue porque contaban con el apoyo de 2.000 policías. “Como municipalidad, solos, no lo podemos hacer. Más del 50% de los residentes quiere que todo se quede como está. Son los que creen que la vereda frente a sus fachadas les pertenece y obtienen un beneficio económico de esta situación”, dice.
Por eso, tampoco se quejan de la cantidad de basura que se acumula. “En junio, cuando hicimos el desalojo, encontramos infinidad de nidos de ratas en la línea del Metro y es probable que haya roedores en zona . Pero hay que tener en cuenta que varios vecinos prefieren callarse", dice Prado.
Tacora funciona en una zona donde no hubo habilitación urbana. La infraestructura tampoco permite la actividad comercial, fuera del hecho de que todas las vías de posible evacuación están obstruidas. Y como los vendedores no siempre pueden probar el origen de sus productos, Prado explica que, para la comuna, esto es “irreubicable”.
Pero concretar un desalojo es, logísticamente hablando, complicado. “Nos vamos a enfrentar directamente a mafias que te dividen los espacios, gente ranqueada que utiliza pistolas, cuchillos. Y no respetan al sereno, al fiscalizador. Es una lástima que en los últimos tiempos se haya perdido el respeto a la autoridad”, se queja la funcionaria.
–Trampas–
Cuando hay alguna emergencia en alguna de las vías tomadas, cuentan los bomberos, nadie levanta su puesto. “Es una zona vulnerable. El ingreso de las unidades siempre es difícil. nadie quiere mover sus productos y casi todos son inflamables. Así que si se produce un incendio no podemos controlarlo de manera inmediata. Tenemos que mover más unidades”, dice el comandante del CGBVP Mario Casaretto. Añade: “Nos insultan y uno tiene que ponerse fuerte. No entienden que no somos el enemigo”.
Un par de veces, cuenta Casaretto, han sufrido robos en la zona mientras atendían una emergencia. "El año pasado, por ejemplo, se llevaron un equipo para cortar vehículos en casos de accidentes de tránsito. Nos tomó horas recuperarlo”, recuerda.
“El mes pasado nos lanzaron piedras porque los habíamos sacado de su sitio para apagar el fuego en un antiguo solar convertido en almacén de llantas y repuestos. Querían que desplegáramos las mangueras de manera inmediata. Se molestaron porque no apagamos el incendio en minutos”, dice.
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