Los niños pasan la mitad del tiempo en el espacio público en comparación con sus padres. En vez de jugar en la calle frente sus casas, los niños ahora juegan casi exclusivamente en el jardín de su casa, si lo tienen, o en los parques. Estas son algunas de las afirmaciones de un estudio del año 2016 de Sustrans, una organización inglesa. Aunque el estudio se refiere a las ciudades de Inglaterra, es probable que la tendencia se aplique a las ciudades de todo el mundo.
Podríamos atribuir este cambio cultural en parte a un incremento en el tráfico vehicular. En barrios que fueron tranquilos en años pasados, ahora las filas de automóviles, el ruido de motores y la contaminación del aire son el statu quo.
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Enfrentado con esta frustrante realidad, no sorprende que la calle haya sido borrada de nuestro imaginario colectivo como un lugar de juego. Ahora ha sido reducida a algo exclusivamente para la función de movimiento o circulación, perdiendo su rol educativo, donde uno podría aprender la tolerancia y las costumbres sociales de la ciudad a través de la observación de otros.
En algunos distritos, ha habido un esfuerzo para revertir esta tendencia. La gestión actual de Miraflores ha declarado su interés en implementar el concepto de supermanzanas; y las últimas gestiones de San Isidro, Cusco y Puno han incluido el concepto como parte de sus planes de movilidad urbana.
La idea no es nueva, tiene su raíz en conceptos del planeamiento urbano moderno. En las primeras décadas del siglo XX, proyectos como el Plan Voisin para París, desarrollado por el arquitecto suizo Le Corbusier, junto con el plan para la ciudad jardín (Radburn) en Nueva Jersey, buscaban generar una segregación completa entre la circulación de los peatones y los automóviles. Este concepto limitaba la circulación de vehículos a una red básica vial, generando, en efecto, una supermanzana peatonal para la circulación de las personas.
El concepto fue adaptado en 1942 con la publicación del libro “Town Planning and Road Traffic”, escrito por Alker Tripp. En vez de tener una segregación completa de tráfico, Tripp propuso dividir la red vial en dos categorías: unas para el tráfico de paso y otras para el acceso a los edificios. La propuesta buscaba generar “áreas ambientales” donde el tráfico de paso no podría entrar. Bajo la lógica de Tripp, las calles locales tendrían drásticamente menos tráfico, abriendo la posibilidad de recuperar la calle como un espacio público.
Este mismo concepto –con algunas adaptaciones– fue recogido en 1961 por Colin Buchanan; en los años 80 con el concepto del woonerf en Holanda; en los años 90 con la idea del Vauban en Friburgo; y, más recientemente, con la supermanzana de Barcelona.
En Lima, la supermanzana todavía es un concepto nuevo, pero puede servir como un modelo de cómo retomar las calles para los residentes en vez de para el tráfico de paso.