RENZO GINER VÁSQUEZ
Nací hace 43 años en Jesús María, pero viví en Bellavista. Estudié en el colegio Claretiano y en 1994 me gradué en la PUCP. Tengo dos hijos, la mayor de 11 años y el menor de 3. Fui profesor en la USIL por cinco años. Siempre trato de ver las cosas desde afuera, por eso creo que en Lima todos los grupos deberíamos interconectarnos. Soy muy desorganizado, algo que no le gusta a María Paz, mi pareja. Siempre me gustó montar bicicleta y salir a correr, pero lo que amo es la música y tocar guitarra, hobby que pienso convertir en trabajo.
El desorden de su taller y las decenas de lienzos no son impedimento para que Fito Espinosa pueda conversar con nosotros. Deja a un lado sus pinceles y su guitarra para contarnos más sobre su vida.
¿Qué relación existe entre su pasión por la música y la pintura?
Están totalmente ligadas para mí. Llegué a pensar que es muy similar la manera de hacerlas. Cuando pinto, normalmente invento una historia, una especie de fondo, el lugar donde ocurren las cosas, que sería la armonía, luego vienen los personajes, los elementos, que es como la letra.
Entonces una exposición suya acompañada de su propia música sería una experiencia completa...
Claro, tengo ganas de juntar las cosas en algún momento. La manera más bacán sería con animaciones. La música transcurre en el tiempo, en cambio la pintura está ahí. La única manera sería darle movimiento.
¿En qué momento nace una obra o está constantemente inspirado?
Para mí, mi vida es mi trabajo. No es uno en el que te cambias, sales y luego te vas a casa. Todo está mezclado. Voy creando a partir de lo que veo, las cosas bonitas, las feas, las frustraciones, ideas que se me ocurren en la calle. Me he acostumbrado a tener siempre un cuaderno para apuntar todo. Uno generalmente tiene ideas en momentos inesperados y no le da valor, parece una tontería y la memoria es muy frágil. Si comienzas a apuntar todo, te das cuenta de que hay cosas interesantes, después solo vas atando cabos. Lo más bacán del arte es que siempre deja vestigios.
¿Cómo es un día en su vida?
Nuestro hijo nos despierta muy temprano [risas], escuchamos los gritos “¡Mamá! ¡Papá!”, y se mete a la cama. Ahí sabemos que empezó el día. Lo llevo al nido y regreso a las nueve. A esa hora empiezo. Hay épocas en las que pinto de noche. Cuando pasa eso no me levanto por nada al otro día. Pero estoy tratando de ser más diurno.
¿Considera necesario aislarse o desconectarse para pintar?
Sí, un poco. Considero que hay dos fases. Una en la que tienes que concentrarte, atar cabos, ahí yo siento que sí necesito estar separado. Después viene la otra fase, la de trabajo manual. Hay que darle la forma a lo que ya se te ocurrió, es más físico, puede demorarte días de días. Pero ahí es más relajado, ya está en camino, solo debo sentarme a hacerle las mil rayitas y el color.
¿Cuál fue el trabajo más difícil?
Son etapas, cada vez que uno quiere ir cambiando, buscando otra forma, un lenguaje diferente, es como una pequeña crisis. Yo siempre he pensado que un artista, para que sea artista, debe tener un grado de inconformismo, buscar algo que no sabe si va a encontrar o que está ahí, eso te hace ir encontrado otras cosas. Cada tanto uno tiene esas pequeñas crisis en las que todo es un desastre, todo es horrible y no ves la salida.
¿Ha habido algún dibujo que nunca se haya atrevido a plasmar?
Hay varias ideas que están esperando el mejor lugar para salir. Hace poco me acordé de un boceto que había hecho, tenía que ver con una frase de Cortázar que decía “el alacrán clavándose el aguijón, harto de ser un alacrán pero necesitando de su alacraneidad para acabar con el alacrán”. Es fuerte, habla de suicidarte, esa idea hace tiempo la quería hacer, pero como es fuerte, difícil y no me interesa pintar a un hombre suicidándose [risas], quería encontrar la mejor manera de simbolizarlo.
¿Cómo separas el lado artístico del empresarial?
Ha sido una experiencia difícil para mí y en eso estamos [risas]. Mucho ha sido posible gracias a María Paz. Yo me dedico a la parte creativa y ella a la de la producción. Gracias a ella he logrado darle una forma más de producto a lo que hago. De otro modo hubiera sido muy difícil. Es complicado estar metido en esos temas, demandan mucho tiempo.
¿Qué le falta hacer?
Mucho [risas]. Es infinito lo que se puede hacer. Me buscaron para adaptar “Un mundo invisible” al teatro. Eso ya es llevar una creación que ha partido de dibujos a una obra. No solo música sino tiempo, personajes, diálogos, es algo que hace tiempo quería. Desde hace años me gustaría hacer una especie de espectáculo que junte todas las artes.
¿Tiene algún proyecto a corto plazo?
Hay dos que tienen que ver con teatro para este año. Uno es la obra “El mundo invisible” a partir de agosto en la Universidad del Pacífico. Y en julio voy a estar en una obra de improvisación con Cristian Ysla. Ahora he grabado un disco, lo que falta es saber cuándo lo vamos a presentar, imagino que en octubre o antes. Es uno de mis retos más grandes.
¿Cómo definiría la imaginación?
Hay dos maneras de ver la realidad. Una en la que el mundo está hecho a partir de la materia, células juntándose, creando seres y de pronto aparece la conciencia. La otra, que es la que yo creo, es al revés. Hay algo que hace que la materia tenga un orden, la imaginación. La capacidad de crear y hacer que luego la materia tome orden. Detrás de cada cosa ha existido esta energía, la energía de la creación. Si crees que todo ha partido de una energía con capacidad de construir la materia, entonces la imaginación es todo.