Sus fotografías son el resultado de una experiencia inédita. En su estudio, el fotógrafo Antonio Escalante es pródigo en amabilidades para con su modelo, mantiene una conversación amena y, conseguida la complicidad, coloca al futuro fotografiado frente a la cámara y apaga la luz. Aunque ya su retratado estaba advertido, siempre termina desarmado al enfrentar la oscuridad.
El resultado viene después. Escalante retira la placa de vidrio e invitará al visitante a su laboratorio, donde habita la magia y se practica una química olvidada. Pronto podremos ver el negativo y entender por qué en los inicios de la fotografía había culturas que temían que sus almas quedaran atrapadas en el gelatinobromuro.
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“La gente se sorprende mucho en la primera foto, cuando recién se enfrentan a la oscuridad. No es fácil. No lo tienes pensado. Y el resultado sorprende”, señala el fotógrafo.
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Razones para una sorpresa
Comencemos por el inicio: el trabajo de Antonio Escalante recupera una técnica fotográfica olvidada, utilizada desde mediados del siglo XIX y abandonada en la década del treinta del siglo siguiente. Para ello ha tenido que reactualizar fórmulas químicas y reinventando la tecnología considerada obsoleta para obtener notables resultados.
Para el fotógrafo, se trata de un largo proceso de investigación, que inició a partir de su frustración con los resultados obtenido con equipos convencionales al realizar fotografía documental con comunidades nativas, pues sentía que su trabajo no impactaba en sus retratados. “Mi intención es retratar todos los pueblos originarios del país. Es un trabajo enorme y difícil”, afirma. Pensó entonces que tal esfuerzo debía estar registrado con la mejor técnica. Eso lo motivó a buscar un nuevo lenguaje para fotografiar retratos: paradójicamente, una novedad de 150 años.
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La primera técnica que investigó fue la conocida como colodión húmedo, posterior al daguerrotipo. En ella, el fotógrafo prepara previamente la placa de vidrio, fotografía con la placa aún fresca, y revela antes de que ésta se seque. Intentó dar con la fórmula exacta, aunque estudiar los cuadernos de los antiguos fotógrafos es lo más parecido a rebuscar en las recetas de cocina de la bisabuela: Letra ilegible, caprichosas unidades de medida, variaciones ligadas al clima o la humedad. Y para hacerlo aún más difícil, el colodión, barniz que seca con rapidez y deja una lámina transparente parecida al celofán, es sumamente explosivo.
Para su segundo intento se dedicó a investigar en la técnica de la placa seca, la última desarrollada sobre vidrio. La que en el Perú usaban Martín Chambi, Pedro Emilio Garreaud o los arequipeños hermanos Vargas en sus estudios. Para Escalante, a quien le tomó un año y medio dominar la fórmula, se trata de la técnica más perfecta, precisa y de mayor detalle para hacer retratos.
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Recobrar la magia
A medida que fue profundizando en la técnica, desde su química hasta la misma performance de la sesión de fotos, el fotógrafo siente parecerse en algo a esos magos de feria, cuya fascinación siempre escondía un truco previo. Sus hallazgos de las fórmulas químicas (cuyo secreto guardaban celosamente los antiguos maestros) tienen que ver con ese misterio.
Ya desarrollada la película fotosensible, para la sesión de fotos Escalante utiliza una cámara de fuelle para placas de vidrio, un artilugio de madera de los años treinta con un lente americano con obturador mecánico algo más moderno, adquirida a un coleccionista que se sorprendió al saber que su plan era hacerla funcionar. No es muy precisa y tiene algunas limitaciones, pero para el fotógrafo es un precioso juguete, cuyas imprecisiones enriquecen el mismo proceso.
A causa de la débil sensibilidad a la luz de las placas de vidrio, las fotos se realizan dentro del estudio. Para iluminar, le resulta más práctico usar modernos flashes que, por un brevísimo instante, rompen la oscuridad total a la que debe someterse el fotografiado. “Me di cuenta de que al mantener el estudio a oscuras antes de tomar la foto, algo sucedía con la mirada del retratado. Tiene que ver con el hecho de enfrentarlo con la oscuridad y consigo mismo. El retratado está solo”, explica.
En ese momento, algo extraño sucede. No solo la calidad del soporte (la placa de vidrio) permite ver el rostro del retratado con una definición extraordinaria, sino que la misma dinámica de la sesión fotográfica hace que el fotografiado asuma un gesto que nos vincula con quienes se hacían un retrato hace más de siglo y medio atrás. Esa quietud le da una extraña solemnidad a la foto, esa mirada intimidante y profunda, producto de quien se siente desconcertado en la oscuridad. “Aunque el proceso es anacrónico, largo y tedioso, me parece que el resultado resulta muy vigente”, comenta el artista.
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Vínculos históricos
Jorge Villacorta, curador e investigador en la historia de la fotografía, fue invitado por el fotógrafo a una de estas inéditas sesiones. Para él, ha sido una experiencia súbita y profunda. Para el especialista, si bien la técnica fotográfica utilizada por Escalante es decimonónica, sus resultados son especialmente contemporáneos. “El siglo XIX está marcado por hacer retratos halagadores del cliente. Este se preparaba, se ponía su mejor ropa. Ir al estudio era como ir al cine. El fotógrafo te hacia confiar en él, probablemente había hecho la fotografía de tus padres, de matrimonio, de tu esposa con su primer hijo. Era como el médico de la familia. Normalmente la sesión fotográfica era una sesión con luz, donde el cliente proyectaba lo mejor de sí mismo, seguro que iba a salir embellecido”.
Para el investigador, la vertiente de hacer retratos que sorprendieran a su modelo, como hoy lo hace Escalante, la inició una célebre fotógrafa victoriana, Julia Margaret Cameron. “Ella forzaba la técnica existente entonces para obtener resultados inesperados. Cuando ves sus retratos de amigos y allegados, te das cuenta de que los lleva a un extremo. No los embellece, sino que les da dramatismo, profundidad histórica. Era una mujer del imperio británico, que le interesaba las leyendas, la mitología, el claroscuro de la pintura barroca. Y en sus retratos, les descubría a sus personajes una dimensión que éstos no conocían de sí mismos. De alguna manera, esto es lo que hace Escalante”, señala.
En efecto, a decir del investigador, el fotógrafo limeño crea una situación de la cual tampoco sabe cuál será la dimensión, la profundidad, el espacio sensible en el que sumergirá a su modelo. “Lo que sí sabe es que de esta experiencia saldrán cosas que nunca había visto. Y tampoco nosotros, como retratados, habíamos visto de nosotros mismos. En ese sentido, por la situación creada, estamos hablando de un fotógrafo contemporáneo”, afirma.
“Hay muchos fotógrafos en la actualidad que están investigando en procesos técnicos antiguos. Pero no te apagan la luz como lo hace Escalante. Su trabajo resulta un termómetro muy particular de nuestro tiempo, cuando todos tenemos una sensibilidad alterada por la pandemia. En el momento en que no estamos siendo como nos conocemos, él ha encontrado un proceso de retrato que nos desarma”, añade el investigador.
Sepa más
- Lugar: Taller Bellavista. Calle Bellavista 590, Miraflores.
- Página web: antonioescalante.com.
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