Una ciudad nos recibe al ingreso. A vuelo de pájaro, mientras descendemos por las escaleras de la galería, podemos apreciar sorprendentes rascacielos construidos con basura tecnológica. La instalación de Alberto Borea, realizada en el 2008 y presentada originalmente en la ya desaparecida galería Lucía de la Puente, tuvo que ser rehecha para la retrospectiva que se inaugura hoy en el espacio Germán Krüger Espantoso, por los curadores Max Hernández y Adriana Tomatis. Un esfuerzo posible gracias a registros fotográficos existentes y las notas y recuerdos del asistente que trabajó codo a codo con el artista fallecido en el 2020, a los 41 años.
Esta ciudadela es fundamental para entrar, literalmente, al mundo de mapas y calles trazadas por el artista visual limeño. La muestra ofrece una mirada panorámica a una producción diversa plasmada en videos, fotografía, pintura, collage e instalaciones, parte de la cual nos habla del espíritu ‘recursero’ que caracterizó a Borea desde sus tempranos años como estudiante en la Escuela Corriente Alterna, intentando ahorrar dinero para facilitar su producción. Sin embargo, esta forma de trabajo lo llevaría luego a una exploración conceptual muy potente: en esas ruinas y ciudades reconstruidas en la galería, con viejos videocasetes y obsoletos teclados de computadora, Borea levantó edificios antiguos y modernos, reflexionando no solo sobre la obsolescencia tecnológica, sino también del ascenso y la caídas de los imperios: Nueva York reflejado en las ruinas mayas. Una lúcida mirada crítica a nuestra convencional idea de progreso.
Borea en el mapa
Como señala Max Hernández, Alberto Borea forma parte de una generación de transición, junto con Giancarlo Scaglia, Elena Damiani, José Vera Matos, José Carlos Martinat, Ishmael Randall Weeks o Ximena Garrido Lecca. “Es un artista claramente contemporáneo, cuando surgía la idea de posicionar el arte local a nivel internacional. Él tiene un papel importante en ese proceso”, explica.
Para Adriana Tomatis, Borea y los artistas de su grupo tratan de trabajar enfocados en la calle como tema, buscando formas de autogestión, evitando depender de la venta de arte y más bien abrazando una creación interdisciplinaria, trabajando en videoarte e investigando en la performance.
Y esta opción autogestionaria, acota Hernández, no está ligado a un discurso ‘underground’, anarco-contestatario. Más bien es una búsqueda en lo que no ofrece la ciudad. “No se trata de definirse antisistema o buscar la confrontación. Él quería otro tipo de visibilidad, un grado de independencia en sus propios términos”, afirma el curador.
En la retrospectiva, el guion museográfico nos muestra el profundo conocimiento que Borea tenía de su tradición artística, especialmente de los ‘ready mades’ (objetos encontrados), que los artistas del surrealismo desarrollaron hace un siglo, o de las vanguardias del ‘body art’ y las performances de los años setenta, claves para rastrear las preocupaciones estéticas, temáticas y conceptuales del artista.
“Borea toma pautas del ‘ready made’ para darle giros poéticos. Desde el célebre urinario de Marcel Duchamp, estas obras suelen ser muy enigmáticas; sin embargo, Borea les dio una carga poética y un guiño narrativo. Él sabía que estaba escogiendo al intervenir un casco de policía, un escudo antimotines o partes recortadas de una combi. Ello le permite al espectador imaginar una historia”, advierte Hernández.
“La mayoría de sus amigos consideraban a Borea un poeta visual”, recuerda Tomatis. “Trabajaba con elementos recogidos de la basura no solo por un discurso crítico sobre el consumismo, sino también porque le encontraba gracia y valor estético a estos objetos. En su obra no solo hay un discurso político y contestatario, sino también mucha poética, romanticismo y especialmente humor”, añade.
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