Tinta Invisible: Adicción a la nostalgia - 1
Tinta Invisible: Adicción a la nostalgia - 1
Jaime Bedoya

El dolor de no encontrar el retorno a casa: tal es la melancólica definición de un neologismo construido en 1688 por un estudiante de Medicina, el suizo Johannes Hofer, para referirse a una dolencia que aquejaba a mercenarios suizos lejos de su madre patria, el reloj cucú y el queso con huecos. Acabar con vidas ajenas lejos del hogar tenía un costo sentimental: la nostalgia.

Entonces dicho síntoma era considerado enfermedad. Además del multiuso baño de asiento se recetaba el consumo de opio, sabandijas y sendas purgas con poderosos preparados expectorantes que eran los antepasados europeos de nuestra limonada Markos, ya que de querencias hablamos. El mal era considerado curable, aunque costoso para la moral castrense: usualmente derivaba en deserción, enfermedad y hasta muerte.

Una de las medidas preventivas a su manifestación fue prohibir las canciones folclóricas entre los guerreros en suelo extranjero. Desgarradora prohibición solo comparable a cancelarle a un peruano lejos de la patria refugiarse en el bálsamo curativo del catálogo musical de Augusto Polo Campos, Chabuca o Yola Polastri.

Extendida la propagación del mal al siglo siguiente, aparecen evidencias de su presencia en las tropas rusas que entraban en Alemania en 1733. La manera rusa de contrarrestarlo fue un tanto más drástica, siendo detalles como estos los que luego explicarían el carisma idiosincrático de personajes como Putin. Se advirtió que todo aquejado de nostalgia sería enterrado vivo en suelo extranjero, pesadilla al cubo de su raíz etimológica: en griego, nostos es regreso, algos es sufrimiento. Bastaron dos o tres entierros así para que la enfermedad llamada hipocondría del alma desapareciera de la tropa rusa.

Con el avance de la ciencia la nostalgia perdió su connotación médica, derivando hacia una condición emocional emparentada con la añoranza de una dicha perdida. 
El suizo Hofer pergeñó en realidad tres palabras nuevas para referirse a esta emoción, y afortunadamente quedó la que usamos ahora, nostalgia: La ele en su sílaba intermedia parece deslizarse líquidamente hacia el recuerdo cuando, con suave adherencia y deslizamiento de la lengua sobre el paladar, replica el quedo retorno de una marea privada.

Acaso solo la supere, por otros motivos lingüísticos, la sensual expresión brasileña de saudade (1).

Las otras posibilidades de Hofer eran nosomanía y filopatridomanía, que evocan a una afección colorrectal antes que a una pena del corazón.

EL COLECCIONISMO COMO ANTÍDOTO
Para el feliz, o por lo menos, pronto regreso a casa, tenemos Waze. Para cualquier otro tipo de travesía sentimental queda la memorabilia. El acopio y coleccionismo de fragmentos visuales de un regreso atenúa el dolor por el tiempo perdido, a la vez que estructura la reconstrucción simulada de lo ido.

Jorge Marín tenía un baúl lleno de este invalorable material reunido a lo largo de su vida de educando en el Colegio 1074. Al menos lleno lo dejó en su casa paterna de Pueblo Libre cuando emigró a Suecia en 1985, prehistóricos tiempos en que no existía Internet. 
En Suecia se encontró con un idioma que pensó jamás llegaría a entender. Se encontró con días de invierno de oscuridad total. Con códigos sociales donde el contacto físico era de una austeridad propia del área de epidemiología de un hospital. Además las señales exteriores de ciudadanía, todas muy parecidas, hacían imposible distinguir clases sociales. Una homogeneidad austera, insípida; en resumen, civilizada. Tan distante de los exabruptos coloridos e hirientes de su Perú con pe de patria. Jorge se vio envuelto de nostalgia pura y dura.

EL SÍNDROME DE ESTOCOLMO
Cuando diez años después, en 1995, regresa al Perú y va en busca de su baúl y el tesoro, se dio con la sorpresa que todo el contenido había sido puesto en manos de la baja policía. Lo habían botado a la basura. No pensábamos que ibas a regresar, respondieron unos progenitores definitivamente inmunes a la nostalgia.

Ese baúl contenía revistas, algunas ya fuera de imprenta como “TV Guía”, que se agotaba rápido, y el opus magnum de Alfonso Pocho Rospigliosi, “Ovación”. Bolsas de supermercados fenecidos como Tía, Galax o Monterrey; y merchandising variado de aquellos referentes comerciales que habían enmarcado su infancia y primera juventud. Lo que se llamaría una montaña de cachivaches. Ante el cofre vacío Marín juró que recuperaría todo.

Cumplió su juramento con creces a punta de cachineo intenso. Para su fortuna, esta remontada a lo Barcelona FC empezó en épocas en que aún la nostalgia no cotizaba como ahora entre el coleccionismo local. Por ejemplo, consiguió un álbum lleno de Argentina 78 por solo dos soles, mercancía que hoy por hoy puede llegar a los 200 soles. Este mismo mercado siglo XXI, donde a la nostalgia se le etiqueta de vintage, estima en 40 soles el precio de una bolsa llena de detergente Ariel de los años ochenta, mientras que pide 5 soles por una pila Lux, la pila chola, batería nacional común en los 70. En la subasta de verano del MALI del 2013 un aviso metálico de Esky, el personaje de la desaparecida lavandería American Dry Cleaners que se veía en las calles de Lima en los setenta, fue subastado con un precio base de US$700.

Marín regresó a Suecia con un botín insospechado. Lo que hizo llegando a Estocolmo fue empezar a escanearlo según categorías, deportes, espectáculos, productos, TV, y una lista aleatoria de recuerdos que tautológicamente llamó La Lista.

Su Lista 1 supuso el registro de hitos tales como: 
-La bronca entre la selección peruana y el Cosmos en el estadio Giants de Nueva Jersey (1982).
-Los Cabezones de Nescao.
-El misterioso cambio de actor en la serie “Hechizada”.
-El show “Yola Rocker” donde la Polastri versionaba a Pink Floyd.
-El beso en vivo de Humberto Martínez Morosini a Raffaella Carrà cuando esta visitó Lima.
Entre otros. Ya existía Internet. Así que abrió una página web, le puso otro nombre tautológico, archivo, pero en sueco. Así nació arkivperu.com.

EL RÁNKING DE ARKIV
Con el tiempo el hobby se convirtió en un trabajo a tiempo completo. Además empezaron a llegar los correos y comentarios de una comunidad de peruanos diseminados en el extranjero que adolecían del mismo estado de ánimo añorante que Marín. Ahora se trataba de una nostalgia ilustrada.

Revisando los copiosos archivos de arkiv, Marín identifica algunos hits de audiencia:
-La muerte de Rodolfo Rey Cachirulo. Pocos se acordaban del mexicano que afincado en el Perú vía su programa infantil fungió de tutor sustituto de varias generaciones a través del futurista “Cachirulo y los Cuatronautas”. (Por no mencionar el estoicismo con que toleró que su nombre artístico acabara fonéticamente asociado como sinónimo en jerga del fornicio recreativo). Enterado de su muerte en un asilo de México, Marín se contactó con el lugar, donde le proporcionaron el correo electrónico de su hija. Ella le envió material inédito de su trayectoria, además de un conmovedor video donde un octogenario Rey se dirigía a sus antiguos televidentes peruanos.

-Los Beatles en el Perú (1965). El anuncio lo hizo un canal del televisión y remeció los medios. Los Fab Four se presentarían en Lima, todo estaba “prácticamente cerrado”, sentando el precedente para el concierto imposible de Michael Jackson algunas décadas después.

-Homenaje a Víctor Raúl Haya de la Torre (1964). El 21 de febrero de 1964, Día de la Fraternidad Aprista, se dio uno de los espectáculos más insólitos en la historia de ese partido político. El verbo se hizo carne cuando fisicoculturistas desfilaron ante la oratoria del Compañero Jefe.

-“La guerra de las galaxias” se estrena en la televisión peruana (1980). Se anunció con bombos y platillos como el mejor regalo de Navidad para el niño peruano. Al final no se trataba de la película original, sino de un infame especial de Navidad tan malo que hasta el propio George Lucas ha desconocido.

Con el fin de continuar su apostolado de proveer de insumos reparadores a los embates de la nostalgia, Marín está embarcado ahora en una doble tarea. Por un lado, bajo marca patentada, está sacando una serie de prendas de vestir y decoración con referentes del pasado. Una coqueta bolsa de playa con el logo de pilas Lux, por ejemplo. Por otro, está alimentando arkiv con referentes ad hoc para las generaciones más jóvenes, los nuevos cuarentones, hablándoles de sus productos, sus referentes, sus obsesiones y sus dibujos animados. El ciclo del retorno nunca se detiene.

ÚLTIMA VUELTA EN U
Uno de los recursos de la nostalgia es el mapa mental retroactivo. Es un romance con la fantasía de continuidad en un contexto fragmentado, entre otros, por el ‘boom’ inmobiliario, los alcaldes y los terremotos. Además del simple y cruel paso del tiempo.
Desde esa perspectiva el coleccionismo deviene en rescatismo, que es lo que me enseñó hace más de veinte años un publicista cuyo nombre ha de mantenerse en reserva por aquello de una prescripción en curso. En la sala de su casa tenía un magnífico y hermoso aviso de Cinzano, el vermut de Torino, retratando un jinete en túnica sobre un caballo rojo hecho en hierro porcelanizado, debidamente iluminado como joya de un tiempo irrecuperable. El susodicho había sacado la publicidad, pata de cabra mediante, de una pared de la avenida Brasil colindante al antiguo restaurante Pildorín que acababa de cerrar. Dejar el aviso ahí hubiera sido condenarlo a morir en una fundición.

Recrear visiones del pasado supone un mapeo paralelo de la ciudad en el cual persisten las señas de cómo volver al ayer. Por eso cada quien atesora en su memoria las propias hojas de ruta en reversa. Así siguen imaginariamente en pie el aviso de neón de Seguros Fénix en la plaza San Martín, el letrero luminoso de aceite Cocinero del óvalo de Miraflores, las letras gigantes de Inca Kola de El Rancho que cobijaban juegos infantiles. Indicadores todos de tiempos diferentes, aquellos gobernados por el pausado ritmo de los sueños perdidos.

Uno de estos referentes nostálgicos transversales tiene que haber sido el dúo conformado por el hermoso edificio Limatambo del arquitecto Enrique Seoane, construido en 1954, y el aviso luminoso de Coca-Cola que había sobre él, en el emblemático cruce del zanjón y la Javier Prado. Casi una mitología colectiva que parecía a salvo del tiempo.

Inicialmente el edificio estuvo coronado por un aviso de Panagra, cuando el aeropuerto de Córpac funcionaba. Después llevó uno de cerveza Cristal. Luego llegó el de Coca-Cola, inicialmente en forma de pantalla y luego rectangular antes de adoptar el círculo en su tercera versión. Desde ese lugar, el centro de todos los caminos prehispánicos de la ciudad, la publicidad de la bebida carbonatada iluminó indirectamente a los limeños durante más de tres décadas.

Al comenzar la demolición del edificio en el invierno del 2013 hubo un tenue lamento vía Facebook por la partida de ambos, construcción y cartel. La liquidación del recuerdo comenzó por el desmantelamiento del aviso, partida a plazos bajo penosa constatación pública cada vez que se pasaba por el zanjón. Un amigo involucrado con el retiro del anuncio, atendiendo a una incomprensible voluntad por quedarme aunque sea con la letra C del logo, me llamó un día y me dijo ven, ya está abajo.

Entrar al garaje de Limatambo era como pasar a reconocer un cuerpo en una morgue. Lo que era señal de ruta, falsa cruz del sur alimentada de neón, yacía descuartizada en pedazos irreconocibles, tristes y derrotados de un metal sin futuro. La única manera de desmontar el aviso había sido cortándolo en pedazos, destruyendo toda posibilidad de preservación de lo que había sido. Confirmada estaba la imposibilidad de repetir lo irrepetible. Y que más enamora la distancia que el retorno.

(1) El idioma portugués hace que hasta la pena sea sexy.

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