Formado como médico en Argentina, a donde su padre había sido deportado por el gobierno de Leguía, Carlos Alberto Seguín se hizo psiquiatra en la década de 1930 en una etapa de grandes cambios en la práctica médica. En una entrevista reproducida en YouTube, por la Asociación Psiquiátrica Peruana, Seguín cuenta un hecho revelador que le hizo descubrir esta vocación: una vez graduado, ejerció la Medicina a Formosa, un pueblito ubicado en el norte de Argentina, en el límite con Paraguay. Un día llegó a la consulta una persona que estaba convencida de que tenía una enfermedad muy grave al corazón. “Con esa suficiencia del joven recién recibido —narra Seguín— lo examine cuidadosamente y le asegure que no tenia nada, que se fuera tranquilo. El hombre volvió al otro día diciendo que yo estaba tratando de engañarlo y que realmente él estaba enfermo del corazón. Volví a examinarlo y otra vez le dije que no tenía nada y a la tercera vez que vino con estas cosas, le dije ‘oiga si usted no me cree, entonces para qué viene a verme, si no me tiene confianza’. A los pocos días me enteré que este hombre se había suicidado”.
Seguín refiere que eso le causó una impresión tan grande que comenzó a averiguar con la familia de este paciente y descubrió algo que no le habían enseñado en la universidad: esta persona pasaba por una angustia terrible que se manifestaba a través del temor a una enfermedad cardiaca. Eso lo llevó a interesarse por la medicina psicosomática. Por el enfermo y no solo por la enfermedad.
EL SERVICIO DE PSIQUIATRÍA
Cuando Seguín llegó al Perú, después de su trabajo en Argentina, la psiquiatría todavía estaba atada a la fenomenología —basada en la mera observación del paciente— y reducida a la práctica del manicomio. Lo que hizo el joven médico fue orientarla hacia la psicoterapia y llevarla al hospital. En 1941, ante la incredulidad de sus colegas, creó el servicio de Psiquiatría del Hospital Obrero (hoy Guillermo Almenara), que sería el primero de su tipo en toda Latinoamérica. Estos métodos los reforzó, posteriormente, durante una estadía en la Universidad de Columbia, en Nueva York, donde entró en contacto con la célebre analista Flanders Dunbar. “Fue un visionario —dice el médico psiquiatra e investigador Jeff Huarcaya—, pues comprendió que se tenía que ampliar la psiquiatría hacia los aspectos psíquicos de las enfermedades somáticas, males como la depresión, el duelo, la angustia que no eran tratados en un hospital... Ese fue uno de sus principales aportes, traer un nuevo modelo para entender y practicar la psiquiatría y con eso se adelantó 70 años a la reforma de la salud mental de la que tanto se habla actualmente”.
Sin embargo, en este camino, Seguín también se ganó algunas enemistades. Se distanció, por ejemplo, de Honorio Delgado —quien era su tío— y por años no pudo ingresar a enseñar a la Facultad de Medicina de San Fernando. Pero no se amilanó y, bajo su impulso, el servicio de Psiquiatría del Hospital Obrero se convirtió en una especie de centro de enseñanza psiquiátrica y psicológica en el país. Por ahí pasaron muchos jóvenes que, con el tiempo, se convertirían en destacados psiquiatras y psicoanalistas como Alberto Perales, Saúl Peña, Max Silva Tuesta, Beatriz Cuentas, José Alva, Alberto Péndola, Mario Chiappe, Max Hernández y Moisés Lemlij. Estos tres últimos lo llevaron, finalmente, a enseñar a San Marcos, cuando Delgado ya había salido de la universidad, tras la reforma de 1960.
EL RECUERDO DE SUS DISCÍPULOS
“Era un hombre cultísimo y un gran profesor”. Con estas palabras, el psicoanalista Moisés Lemlij recuerda a su maestro. “Realmente, él abrió las puertas a una nueva psiquiatría que, con el perdón de amigos míos, ya necesitaba un cambio. Los alumnos que estudiaban medicina la empezaron a ver de otra manera y se comprendió al paciente desde un punto de vista integral como un individuo sufriente. Significó un cambio de percepción no solo en la psiquiatría y sino en toda la medicina”, añade el reconocido psicoanalista.
En el campo analítico, Lemlij destaca dos libros de Seguín: Introducción a la medicina psicosomática y Amor y psicoterapia, que se convirtió en un clásico de la psiquiatría peruana. Y, además, resalta su papel como animador de la vida cultural limeña. “Escribió una obra de teatro (Encrucijada) y tradujo “El Profeta”, Khalil Gibran, además de publicar artículos en diarios y revistas —como “El Comercio” y “El Dominical”— y los sábados, por la mañana, en el hospital, realizaba una serie de encuentros académicos en los que participaban alumnos e invitados”.
“Un muy importante fue lo que él llamaba ‘psiquiatría folclórica’”, añade Lemlij. “Me encargó a mí estudiar en la selva la ayahuasca y de hecho después publicamos con Mario Chiappe y Luis Millones un libro (”Alucinógenos y chamanismo en el Perú contemporáneo”) que fue, definitivamente, inspirado por el. Después, mando a Mario Chiappe y a Max Hernández a estudiar el sampedro. El no tenía una duda de que muchas de las técnicas terapéuticas de estos curanderos tenían cosas en común con las técnicas psicoterapéuticas usadas a partir de Freud”.
LA MEDICINA TRADICIONAL
Seguín, en ese aspecto, estuvo abierto a todo tipo de conocimiento. “Le prestó atención a la medicina tradicional, de nuestros antepasados, y en eso siguió los estudios iniciados por Hermilio Valdizán”, afirma el médico Jeff Huarcaya, quien es actualmente jefe de la Unidad de Psiquiatría de Enlace del Hospital Almenara. “Él siguió —agrega— esto también por una cuestión práctica. Al Hospital Obrero llegaban muchas personas migrantes, incluso analfabetas, pero que tenían su propia concepción del mundo y de cómo curar las enfermedades. Seguín los escuchaba atentamente y eso lo llevó a interesarte por la psiquiatría folclórica. En el fondo, él trató de humanizar la práctica médica y sus investigaciones han sido importantes para avanzar en esta dimensión cultural de la psiquiatría”.
Un aspecto que hoy se ha abandonado. Por eso también es importante recordar a Seguín, a 25 años de su partida.
El TESTIMONIO DE SAÚL PEÑA K.
“Este texto es expresión de mi gratitud hacia mi maestro, profesor Carlos Alberto Seguín, auténtico precursor del psicoanálisis en el Perú, así como de nuestra relación significativa y trascendente, su Weltanschauung sigue viva y estimula mi interioridad en una mutualidad creativa, consciente e inconsciente de estar juntos, diferenciados, individualizados y separados en un Eros y un Tánatos psicopedagógicos, psicoterapéuticos, humanos, libres y éticos. Seguín no solo sabía sino que sabía enseñar, en la integridad, la plenitud y la belleza. El amor para él es un elemento fundamental en su ser y hacer (Eros psicoterapéutico). Hay que ser capaces de dar y de darse, de amar y de pensar despertando vida interior. Comprender es mantener el espíritu abierto sin prejuicios ni rigideces, con ansia de descubrir, con una pasión lúcida, con el intento de encontrar respuesta a interrogantes, enigmas y misterios para aliviar el sufrimiento del hombre, integrando pasado y presente, favoreciendo el futuro. Para Carlos Alberto Seguín es tremendamente importante la relación con el paciente. Su orientación es de una medicina humanista, de ver al paciente como una totalidad de alma y cuerpo frente a problemas de vida y muerte, reales y simbólicos, restaurando el equilibrio perdido. Puente que une la terapia con la cultura”.