FERNANDO VIVAS @arkadin1
Cine gris, lacónico, breve y cortante, de hermanos que jugaban en la infancia a enunciar el mundo a su ritmo y a su antojo. Hasta que aprendieron a comunicar, en el cine, los modos de ver que solo entre ellos entendían. Como los Coen y como los Kaurismaki. Los primeros siguen juntos como Daniel y Diego, los segundos tomaron vías muy distintas. Aki siempre ha tratado de entender a su Finlandia, hasta cuando filma lejos de ella; Mika siempre fue a la caza de otros mundos.
Pero a Daniel y a Diego los une Lima y sus zonas grises, que son la mayor parte de nuestra guía de calles y de nuestras instituciones. No estilizan la ciudad, ni la glamorizan, ni la pintan noir o roja. Los Vega son realistas para poder ser, si cabe, poéticos; si resulta, conmovedores. Y en algunas escenas ni cabe ni resulta nada, pero las paso por alto, porque en el balance siento un trance creativo, como si conversara con el juez mudo sobre cada una de sus intenciones. Si “Octubre” (2010), el primer largo de los Vega, también apostaba al minimalismo afectivo y al brillo de lo gris con regulares resultados; “El mudo” redobló la apuesta con mejores resultados.
Una digresión comparativa para poder entender lo que nos quiere decir el mudo: a diferencia de Víctor Prada en “El limpiador” (Adrián Saba,2012), que es casi mudo porque así encaja en la amargura futurista de esa película; el mudo contemporáneo de Fernando Bacilio es elocuente porque tiene un motivo (rei)vindicativo y una misión. Quiere vengarse de quien le disparó y le anuló las cuerdas vocales pero, por encima, de eso, quiere afirmar su honor luego de haber sido destituido, quiere (re)encontrar el sentido a su vocación, que le viene de familia. Hay un asunto de linaje clasemediero que se redondea en un bizarro y hermoso baile, en el que no abundaré más para no ‘spoilear’. Y hay, ¡esto hay que proclamarlo!, una mirada digna y (des)acomplejada de nuestro mestizaje y choledad, erotizada sin roche en el ‘telo’ en el que este cholo power algo lorna y panzón, lleva a la secretaria de juzgado, Tatiana Espinoza. Y erotizada en la ducha, en la que intima y discute la agenda familiar con su esposa Norka Ramírez.
Si el juez mudo tiene una misión, tiene que comunicarla, y para eso tiene una batería gestual precisa. El minimalismo afectivo abraza uno de los oficios más desprerstigiados del Perú, el judicial. Nunca más verán un expediente como metáfora de texto muerto luego de ver la acción en detalle del folder horadado con taladro y luego cosido. El juez, jodido y destituido, reivindica la humanidad que, por pose, negamos a su oficio. Y ante la incomprensión de su motivo y de su misión, repite a todos el gesto que lo inmortaliza: la mano apuntando al cuello, porque ahí le dispararon, porque por eso es capaz de matar, porque por eso es capaz de olvidar y de vivir.