El documental "Crip Camp" es dirigido por Nicole Newnham y James Lebrecht y producido por Barack y Michelle Obama. (Netflix)
El documental "Crip Camp" es dirigido por Nicole Newnham y James Lebrecht y producido por Barack y Michelle Obama. (Netflix)

Desde el simple hecho de que esté calificado como “Restringido” (es decir, que menores de 17 años requieren el acompañamiento de un adulto para verlo), uno puede deducir que “Crip Camp” no es un documental sobre personas con discapacidad igual que los demás. Aquí no hay conmiseración, manipulaciones sentimentales, miradas por sobre el hombro. En esta película el arrebato viene en silla de ruedas y a toda velocidad.

El punto de partida parece anecdótico, pero es fantástico: se nos introduce en Camp Jened, un campamento de verano de Nueva York que entre los años 60 y 70 recibió a personas con discapacidad que querían hacer las mismas cosas que las personas “normales” (algo impensable para la época). Y es así que en esa especie de Woodstock alternativo los ciegos podían jugar al béisbol, los parapléjicos se enamoraban, y la gente con polio podía escuchar blues y rock mientras fumaban marihuana sin complejo alguno.

A partir de videos de archivo, se nos muestra la vida dentro de Camp Jened, un paraíso ‘hippie’ sin las barreras habituales del mundo exterior, en el que nadie miraba raro a nadie por más severo que fuera su problema físico o mental. Pero en medio de ese desfogue de libertad (hubo una plaga de ladillas, lo que da una idea de cómo vivían su hasta entonces limitada sexualidad), empezó a gestarse un movimiento sumamente sólido de activistas que, años después, llevarían a la población con discapacidad a reclamar derechos inéditos.

La pareja de esposos Denise y Neil Jacobson, ambos con parálisis cerebral. (Netflix)
La pareja de esposos Denise y Neil Jacobson, ambos con parálisis cerebral. (Netflix)

MÁS Y MÁS FUERTES

De Camp Jened salió, por ejemplo, Denise Jacobson, por entonces una jovencita con parálisis cerebral que, harta de que la subestimaran y le dijeran que no podía ser sexualmente activa, sedujo al chofer del bus de su escuela porque no quería seguir siendo virgen. Poco después estudió Sexualidad Humana, se casó, escribió libros sobre su experiencia y se convirtió en madre. Su testimonio directo y desenfadado es de los mejores del documental.

Pero si hay un personaje central en “Crip Camp”, ella es Judy Heumann. Una mujer que sufrió de poliomielitis, pero a la que vemos con vocación de mando dentro de Camp Jened, con solo 23 años, y luego asumiendo el liderazgo de la organización Personas con Discapacidad en Acción. Como presidenta de este movimiento, Heumann encabezó la lucha por un país más justo para personas como ella: uno que tuviera rampas de acceso a edificios, espacios adecuados en los buses, oportunidades de trabajo. Una sociedad que, simplemente, no los invisibilizara.

Y es así como el documental pasa de ser una especie de festival de la paz y el amor, a un retrato de una batalla admirable y emocionante. Uno de los episodios más impactantes es , una institución estatal para niños con retraso mental en Staten Island. Tras años de funcionamiento, se descubrió las horrendas condiciones en que se atendía a los menores: se los tenía desnudos, sumidos en una suciedad espantosa y sometidos a maltratos físicos y psicológicos que parecían sacados del peor de los infiernos. Heumann y su grupo de activistas ayudaron a denunciar el caso, que sirvió como punto de quiebre para reivindicaciones posteriores.

Una de las protestas frente a la Casa Blanca de Personas con Discapacidad en Acción. Al centro, con la pancarta, aparece Judy Heumann, presidenta de la organización. (Netflix)
Una de las protestas frente a la Casa Blanca de Personas con Discapacidad en Acción. Al centro, con la pancarta, aparece Judy Heumann, presidenta de la organización. (Netflix)

LA LUCHA CONTINÚA

Mientras las autoridades los ignoraban, los miembros de Personas con Discapacidad en Acción aprendieron a exigir justicia. Tomaban por asalto dependencias gubernamentales, bloqueaban calles a pesar de sus limitaciones, se hacían escuchar en medios de comunicación y audiencias. Entendieron que quizá su discapacidad los contenía de forma individual, pero que la colectividad los hacía tremendamente fuertes.

Nixon aprobó una ley algo tibia, y no hizo nada por su aplicación real y efectiva. La lucha continuó mientras las administraciones pasaban (Ford, Carter, Reagan) y los 40 millones de estadounidenses con algún tipo de discapacidad –según cifras de aquella época– bregaban por un trato justo, humanitario.

Uno de los puntos cumbre de esta historia llegó el 12 de marzo de 1990, en lo que se conoce como : cientos de personas con discapacidad se apostaron frente a la sede del Parlamento estadounidense en Washington y treparon como pudieron los 83 escalones de su frontis. Las imágenes de ese episodio son tan admirables como conmovedoras, muy simbólicas respecto al esfuerzo, la indignación y la urgencia de ser atendidos.

Al poco tiempo, el 26 de julio de ese mismo año (hace exactamente tres décadas), el gobierno de George Bush padre aprobó finalmente la , que desde entonces ha servido de modelo e inspiración a otros países del mundo. El presente para esta comunidad no es perfecto, sin embargo, y requiere de una constante pugna por la igualdad de derechos. Pero si algo demuestra “Crip Camp” es que los grandes cambios comienzan con la libertad y la revolución personal. Y en eso es sumamente inspirador.


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