Desde las máscaras tribales –con propósito de cacería o sentido mítico-religioso– hasta las KN95 que se extendieron por el mundo en plena pandemia del coronavirus. Así es como estos enigmáticos accesorios se han acoplado a nuestros rostros desde tiempos inmemoriales: usaron máscaras los griegos en su teatro, los venecianos en sus carnavales, los egipcios y los mochicas, los samuráis y los catchascanistas mexicanos.
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Las motivaciones para esconder la cara son diversas. Y por eso el cine y la televisión se han valido mucho del recurso, con personajes memorables no por sus facciones, sino precisamente por cómo las cubrieron. El género del terror, por ejemplo, abunda en máscaras que acentúan lo oculto, lo grotesco o la pura maldad. Imposibles de olvidar son las máscaras de Michael Myers en “Halloween” o la de Jason Voorhees en “Viernes 13″.
No se queda atrás otro clásico del slasher como “Scream” y su Ghostface, luego parodiado en “Scary Movie”: su blanca y alargada máscara ha quedado en el pantanoso terreno entre la comedia y el horror.
Diferente es el caso del Dr. Hannibal Lecter en “El silencio de los inocentes”. Aunque conocemos el rostro del perturbador caníbal –irrepetible Anthony Hopkins–, el bozal que lleva para contener sus impulsos hambrientos no hace más que realzar su aspecto aterrador.
De otro lado, en “V de Vendetta”, el protagonista es un anarquista que usa una máscara de Guy Fawkes, símbolo de los conspiradores católicos ingleses del siglo XVII. El gesto irónico de la careta, con delgado bigote y barba, ha trascendido tanto en el tiempo que fue adoptado también por los miembros del grupo ‘hacktivista’ Anonymous.
No es posible hacer este recuento sin mencionar a “La máscara”, recordada comedia fantástica protagonizada por un actor que pareciera haber nacido con una máscara de carne y hueso: Jim Carrey. Más allá de su gracia, la película es interesante por lo que representa, pues la máscara no solo toma posesión del rostro de quien la posee, sino que muestra una curiosa ambivalencia: a veces sirve para convertirnos en otros, y a veces para poder ser uno mismo, sin tapujos.
DRAMAS OCULTOS
Todo lo dicho sirva para hablar de “La chica enmascarada”, miniserie surcoreana estrenada hace pocos días en Netflix que rápidamente se ha convertido en una de las más vistas de la plataforma.
Cuenta la historia de Kim Mo-mi, una jovencita cargada de complejos por su apariencia que decide mostrar su verdadero yo como ‘cam girl’; es decir, vendiendo la faceta más sensual de su imagen por Internet, aunque ocultando su rostro con una máscara.
El antifaz usado por la protagonista es uno bastante simple, que emula una piel tersa y sin demasiados aditamentos. Por momentos nos remite a la máscara de “Los ojos sin rostro” de Georges Franju, obra maestra del terror sesentero francés. Pero también parece aludir a ciertas obsesiones de la cultura pop coreana de los últimos tiempos, tan dominada por la estética sin imperfecciones.
Puede que “La chica enmascarada” no presente nada demasiado novedoso en su premisa, pero se hace más interesante cuando no se centra solo en la protagonista, sino que se dedica a observar a otros personajes que también eligen desaparecer o esconderse detrás de máscaras físicas o imaginarias. Así, su trama se va retorciendo y nos confronta con nuestras propias inquietudes: ¿Cuánto del rostro que mostramos al mundo es realmente el que nos identifica y define? Vale la pena preguntárselo.
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