Dijeron que sus películas actuaban con la rapidez de un laxante sobre un paciente estreñido. Que funcionaban con el mismo desprecio que uno tiene al arrojar un papel a la basura. Que todo lo que había filmado era francamente despreciable. Que no había redención para sus personajes ni para ese público minoritario que se interesaba por sus adefesios. Que lo suyo era un cine de espíritu infantil. Un cine que pertenecía al género neo-facilista. Cine de clase B. Cine C. Cine Z. Cine psicotrónico. Sub-cine. Lo que haces es cualquier cosa menos cine. En fin, le dijeron de todo. Pero don Leonidas Zegarra –'el cineasta anticomunista más fabuloso de todos los tiempos, espacios e imaginaciones’, según él mismo– permanecía intacto, rodando.
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