"Nadie quiere la noche": la película que abrió la Berlinale
"Nadie quiere la noche": la película que abrió la Berlinale
Redacción EC


RODRIGO BEDOYA FORNO  ()
(Enviado especial a Berlín)

El punto de partida de “Nadie quiere la noche” es fascinante: Josephine Peary es la esposa del hombre que, en la primera década del siglo XX, llega al Polo Norte. Ella va en su búsqueda, encontrando un clima inmanejable, que impide la supervivencia. Pero Josephine lo intenta, ayudada por Allka, una joven esquimal que también conoce al esposo de la mujer, y con la que entabla una singular relación.

Llamaba la atención que Isabel Coixet, directora más bien interesada en el lado más íntimo de las relaciones, abordara esta historia, más ligada a priori a cierto aliento épico. Pero, una vez vista la película, entendemos que nada ha cambiado: la cineasta aborda no solo la amistad entre las dos mujeres (una educada y de la alta sociedad, la otra una nativa de la zona), sino también la nostalgia de Josephine por su marido, al que busca desesperadamente para volver a verlo.

Lo que ocurre es que Coixet, como suele pasar en sus películas anteriores, carga demasiado las tintas: su intimismo se siente demasiado afectado, abusando de palabras y frases hechas que tienen mucho de declamación y que, en muchos momentos, subrayan aquello que podría haber sido mucho más potente mostrado de una manera más sutil.

La gravedad de “Nadie quiere la noche” le juega muy en contra: es una película que grita aquello que debería susurrar y que nunca aprovecha el costado más físico y poderoso de su historia. Para Coixet, parece más importante decir que mostrar. Y ese es su gran problema. 

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