En el documental “Flowers of Taipei”, de Chinlin Hsieh, diversos cineastas, críticos y creadores reflexionan sobre la trascendencia del llamado Nuevo Cine de Taiwán, una generación de directores que entre los años 80 y 90 renovaron la cinematografía asiática con películas de propuesta innovadora y arriesgada, poseedoras de una particular forma de abordar asuntos sociopolíticos, aunque siempre con una autoría muy personal.
En una parte de dicha película, el cineasta tailandés Apichatpong Weerasethakul habla de la influencia que tuvieron los directores del Nuevo Cine de Taiwán en su propio trabajo. Y lo hace con una ‘boutade’ enternecedora: “Cuando veo una película de Hou Hsiao-Hsien, Edward Yang o Tsai Ming-Liang, siempre me quedo dormido. Y ahora, años después, son mis películas las que hacen dormir a la gente”.
Es una síntesis irónica, pero acertada, del cine taiwanés, y también de uno de sus representantes más insignes, Tsai Ming-Liang. Porque el director de 62 años, ganador del León de Oro del Festival de Venecia y de un Oso de Plata en la Berlinale, no es un cineasta fácil: películas como “Vive L’Amour” (1994) “What Time is it There?” (2001) o “Goodbye, Dragon Inn” (2003) destacan por ser retratos pausados y cautivantes de personajes en permanente desencuentro (o en su defecto, de encuentros tan azarosos como desconcertantes).
Son varios los rasgos que hacen reconocibles sus filmes, cada vez más radicales: los planos largos y muchas veces estáticos, que van de la cruda naturalidad a la estampa más estilizada; las figuras silenciosas y fantasmales que deambulan por sus historias, muchas veces al acecho inconsciente de dónde desfogar un deseo contenido; paisajes lluviosos que dan la impresión de situarnos en un mundo que lidia con la catástrofe.
Como parte de la undécima edición del Festival Al Este, que se llevará a cabo de forma virtual del 1 al 11 de octubre próximos, Tsai Ming-Liang brindará una clase maestra que, desde ya, anticipamos como imperdible. Y como preámbulo, desde Taipei y con una diferencia de 13 horas, el maestro taiwanés pudo conversar con El Comercio. Lo que sigue son fragmentos de dicho diálogo.
Sobre la dificultad de sus personajes para conectarse entre ellos
“Siempre he creído que la comunicación interpersonal es un vínculo muy, pero muy difícil. Incluso en los casos en que las palabras que se usan llegan a ser precisas, la posibilidad de comunicarse sigue siendo ardua. Esto se debe a que toda persona es un individuo particular, con su propio modo de pensar, sus propios antecedentes. Y a menudo, cuando creemos que comprendemos al otro, en realidad se trata de un malentendido. Creemos entender a los demás, pero nunca terminamos de hacerlo por completo”.
El efecto de sus películas en el público
“Trato de no ser estricto o controlador con el público que ve mis películas. Aun así, lo que suelo tener en mente al filmar, o lo que espero que ocurra, es que el espectador pueda apreciarlas en un estado de relajación. En mis últimas obras, cada vez más, intento crear el ambiente de un museo de arte, en donde el espectador ve y puede apreciar las obras a su propia manera y en su propio ritmo. Deliberadamente presento planos más y más largos, para quitarle el énfasis a los diálogos o a la trama, y que el espectador se tome el tiempo de observar cada escena. Esa extensión a veces supera la paciencia o la tolerancia de algunas personas, pero en otra clase de espectador adquiere un nuevo sentido y significado”.
Su evolución como director
“Tuve en la universidad una formación teatral, y por eso en mis inicios les prestaba mucha más atención a las estructuras dramáticas. Pero conforme transcurrieron los años, empezaron a parecerme más importantes los elementos de realidad y naturalidad, la noción de la verdad detrás de lo dramático. Los esquemas tradicionales del cine limitan mucho la capacidad de ver y palpar la realidad, y es de esa limitación de la que busco alejarme, para estar más cerca de lo natural. En mis últimos trabajos, más que en los elementos dramáticos, prefiero enfocarme en la cuestión estética, en la pura belleza de las imágenes”.
El futuro del cine tradicional
“Está cambiando mucho nuestra forma de entender el cine. Cuando hice ‘Goodbye, Dragon Inn’, ya estaba experimentando varias transformaciones. Los cines de mi infancia eran más parecidos a los templos, a esos lugares que solo se abrían al público cada cierto tiempo, como la visita de los domingos a la iglesia. Pero los cines han pasado a ser lugares abiertos permanentemente, donde el público va cuando quiera. Son un modelo de consumo más y ese sentido del consumismo es muy fuerte, desde el simple hecho de que estén instalados dentro de centros comerciales. Por eso extraño el modelo del cine de mi niñez”.
Hacer cine en Taiwán
“Taiwán es en realidad muy parecido a otros países de Asia, respecto a sus problemas de desigualdad. Pero lo que destacaría son sus libertades, algo que se percibe claramente en su producción creativa. No existe ningún tipo de límites o restricciones en la creación, y eso se nota, sobre todo, en que tiene una presencia de producciones comerciales muy fuerte. Pero también estamos los que tenemos nuestros propios ideales, mucho más personales, y que aunque no desarrollemos proyectos necesariamente lucrativos, estamos movidos por una motivación poderosa que nos impulsa a seguir trabajando”.
La importancia del humor en su cine
“Es muy importante, definitivamente. De hecho, el método de extender escenas muy largas no solo me sirve para crear una atmósfera distendida, sino para acercarme al funcionamiento de la vida cotidiana. Y eso implica transmitir cierto tipo de humor, la posibilidad de poner una sonrisa en el rostro del espectador”.
Clase maestra de Tsai Ming-Liang
Viernes 9 de octubre, 8 p.m. Aforo limitado.
El costo es de S/89 e incluye también las clases de los cineastas Abel Ferrara, Sergei Loznitsa y Hubert Sauper.
Detalles, compra de entradas y más información en https://www.peru.alestfestival.com/
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