Ya tienes 70 años, Charlie Brown.
Siempre será para nosotros ese chico ingenuo, noble, altruista y ansioso que tercamente busca ternura y aceptación. El líder del peor equipo de béisbol del mundo, el tenaz volador de cometas, el eterno perdedor en la patada del balón de fútbol americano que Lucy le sujeta con trampa. La imagen del auténtico ‘loser’, del sempiterno y entrañable perdedor.
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“Peanuts” (O conocida más en el mercado latinoamericano tras los nombres de sus protagonistas “Carlitos” o “Snoopy”) es una tira de prensa dibujada a lo largo de medio siglo por Charles M. Schulz, desde el 2 de octubre de 1950 hasta su muerte, el 12 de febrero de 2000. Por cierto, su autor siempre detestó el título en inglés que refiere al maní, impuesto por su editor original. Sin embargo, fue con esta tira cómica con la que el dibujante estadounidense enganchó con la cultura popular. Con su sensibilidad existencialista, fue en su tiempo la tira cómica más popular a nivel global, llegando en sus mejores momentos a ser publicada en más de 2600 diarios, con una cobertura de 355 millones de lectores en 75 países y 40 idiomas.
“Pienso que “Peanuts” haría las delicias de una o un psicoanalista infantil” dice el historietista peruano Javier Flórez del Águila, quien con 16 años más que las criaturas de Schulz, prácticamente, ha seguido toda la aventura vital de la pandilla. “'Peanuts', es una ‘kid strip’ magistral”, sentencia el autor de “Selva misteriosa”. Para él, la genialidad del autor nacido en Minneapolis en 1922 se basa en haber roto radicalmente con el típico modelo de las historietas de travesuras infantiles y zambullirse en las angustias cotidianas y las neurosis de los adultos, curiosamente, personajes siempre ausentes en los casi 50 años en que se publicó la historieta.
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Como señala Flórez del Águila, no se trata de personajes “chiquiviejos”. Al contrario, son niños que viven y que comparten alegrías y tristezas. “Lo que cambia en “Peanuts” es la mirada con que los niños-personajes viven situaciones propias de ellos mismos, y las tiñen con la angustia adulta trasladada a ese mundo infantil”, explica.
El psicólogo y lingüista Ernesto Reaño recuerda un verso de Rilke: “mi patria es mi infancia”, para hacernos notar que aquél periodo temprano de nuestras vidas es un destino al cual siempre regresamos, “es la tierra litoral donde aguardan los personajes de Peanuts. Revisitándolos, uno encuentra el sentido reservado a los adultos, en aquellos personajes que eran en realidad facetas de los que conoceríamos al crecer. Volver a ellos es no desertar de la infancia para seguir viviendo”, afirma.
“Charlie Brown y sus amigos vivían en la promesa de un mundo simple y predecible para la clase media, antes de la globalización, cuando debíamos lidiar con el tiempo libre, interminable, de las tardes después del colegio”, explica la psicóloga Ana María Guerrero. A decir de la especialista, nos identificamos con ellos y reconocemos, en los adultos de voces distorsionadas, esa dificultad infantil para interpretar sus normas. “Jugamos en esas tardes de los 70s y los 80s a representar un mundo adulto fascinante pero incomprensible: escribir, cantar, imaginar fiestas o destinos lejanos, preparar limonada, mirar las estrellas o llorar desconsoladamente”, recuerda.
Minimalismo y profundidad
Melvin Ledgard, crítico de cine y estudioso de la historieta, celebra ese minimalismo virtuoso de su puesta en escena: unas líneas crean el césped, la vereda, la sala, el dormitorio, la carpeta del salón de clases, el montecito desde donde se lanza la pelota de baseball, incluso el árbol pelado donde se trababa su cometa. Ledgard nos explica que con la misma aparente sencillez, Schulz nos remite a esos momentos en que nos hemos sentido descolocados en nuestra infancia. “El universo de Charlie Brown, decididamente suburbano y estadounidense caricaturiza el mundo limitado que le pueden ofrecer adultos a los niños pensando que proveerles un status social es suficiente sin entender que se puede empujarles a perpetuar rutinas no siempre agradables”, explica el estudioso, para quien no hay mejor que “Peanuts” para evocar las angustias de un mundo infantil cuando el sentimiento de derrota no es poca cosa.
¿Una historieta como “Peanuts” se mantiene vigente como un fenómeno nostálgico ligado a nuestros recuerdos de infancia o permanece actual porque sus personajes nos confrontan con nuestros comportamientos adultos? Para José Carlos Yrigoyen, escritor y crítico literario de El Comercio, está claro que la tira cómica hurga en asuntos muy propios del mundo adulto, sea el desamor, la soledad, el complejo de inferioridad o la depresión. “No es casualidad que Lucy van Pelt regente un puesto de ayuda psiquiátrica a cinco centavos la consulta y que Charlie sea su cliente más fiel”, señala. El crítico cita la notable biografía de Charles Schulz escrita por David Michaelis, en la que demuestra que las aventuras de Charlie Brown resultaban una diaria e ineludible catarsis sobre los problemas afectivos de su creador, de su pesimismo crónico y de su enamoradiza personalidad.
Como explica la psicóloga Cery Alvarado, en ese sentido “Peanuts” resulta una historieta atemporal, capaz de acompañarnos en distintos momentos de nuestras vidas: “Los comportamientos de sus personajes los veo ahora proyectados en personas que conozco, pues existe una relación estrecha entre emoción y patrones de comportamiento. Por ejemplo, sentir miedo al rechazo hace que nos apartemos socialmente (como Charlie Brown), buscar desmedidamente el éxito nos distancia del otro (en caso de Lucy) o abrirse a la experiencia hace posible la libre expresión (acción de Linus).”
El síndrome Charlie Brown
¿Cuántos de nosotros no nos hemos sentido identificados con la melancolía del pequeño Charlie Brown y su incapacidad de sentirse feliz del todo, pues tenemos siempre la certeza de que algo malo va a suceder? Ese mecanismo de defensa emocional que nos protege de mayores desalientos, al que podríamos llamar “Síndrome Charlie Brown”? es uno de los malestares que definen la sensibilidad contemporánea.
Para Flórez del Águila, al hablar de “Peanuts”, le resulta imposible desligar su oficio de dibujante a la de su larga carrera como neurólogo. Por ello, opina, un pretendido “síndrome Charlie Brown” debería incluir a prácticamente todos los personajes de Schulz. “Si queremos tener una versión semiológica de un síndrome como tal, podríamos sintetizarlo en pocas palabras observando las conductas del personaje principal: El sindrome Charlie Brown sería el que padece un niño, siempre perdedor, que angustiado busca comprensión y ternura”, añade.
“Todos los que fuimos niños solitarios nos identificamos un poco con ese chico de atuendo invariable y alopecia prematura porque crecimos a la sombra de ese llamado síndrome de Charlie Brown que la realidad confirma, desalmada, cada cierto tiempo. Por eso la obra de Schulz es tan valiosa: no aspira a la risa escapista, sino a la sonrisa agridulce que corrobora lo contradictorio de nuestra condición humana”, señala Yrigoyen.
Carla Sagástegui, escritora y especialista en cómics, señala que si bien “Peanuts” nos remite de inmediato a nuestros recuerdos de infancia, sus personajes son más bien, personalidades: “Valen para un adulto o para un niño, más aún cuando sabemos que en la vida uno no rompe con la infancia, sino que siempre se reactualiza”, explica.
Para Ledgard, la ternura de Charlie Brown en medio de la crueldad que lo rodea resulta conmovedora pero disiente en que al personaje le resulte imposible sentirse feliz por completo. “Charlie permaneció atrapado en su infancia por medio siglo, pero Schulz creció y envejeció como los demás. Las nuevas angustias que lo asaltan a uno ya no tienen tanto que ver con verse obligado a ir al colegio para lidiar con compañeros de clase pesados o cruzarnos con vecinos con los que preferiríamos no hacerlo”, opina. De acuerdo con su colega, Sagástegui rescata esos momentos esperanzadores en que Charlie Brown siente que es capaz de decidir. “Creo que esos son los momentos en que todos recordamos a Charlie bailando, a Charlie sonriendo. Ahí el increíblemente conmovedor impacto de la tira, que en medio de tanta ironía, nos llenaba de ternura, a borbotones”, dice.
Nos cuidamos de abrazar la alegría pues tenemos la certeza de que algo terrible se aproxima. Sean peruanas o estadounidenses, de eso se trata la vida para la gran mayoría de personas, a decir de Sagástegui, quien cita una línea de la filósofa catalana Victoria Camps: “para ser feliz hay que distinguir situaciones que se pueden manejar de las que no”.
“El Perú también parece vivir de manera similar, con una fortuna adversa que nos confirma que algo malo va a suceder”, afirma.
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La ansiedad hoy es permanente
También devota de la serie de Schulz, la escritora Jennifer Thorndike considera a Charlie Brown uno de sus más lindos recuerdos de infancia. “Tenía un VHS grabado con un solo capítulo de los “Peanuts”. Aunque fuese el mismo capítulo una y otra vez, lo veía casi a diario y me acompañaba en los momentos en que no había dibujos animados en la televisión”, comenta. “Otro recuerdo lo comparto con mi mejor amiga. Ella tenía una enciclopedia protagonizada por los Peanuts, que siempre me gustaba leer. Me encantaba pasar horas en su casa acompañada de estos libros y aprendiendo sobre diferentes temas. Me gustaban tanto, que muchas veces pensé llevármelos. Mi mejor amiga lo sabía y estaba siempre atenta”, confiesa.
¿Existe el “síndrome Charlie Brown”? le preguntamos. La escritora peruana radicada en Estados Unidos advierte que lo que existe ahora es la sensación angustiosa de no estar haciendo lo suficiente, lo que nos lleva a la ansiedad permanente. “Es un síndrome similar, sobre todo por la creencia de que “algo malo va a pasar” si no cumplimos con todo lo que deberíamos hacer. Esto no solo ocurre en el trabajo o los estudios, está en la vida social, en los lugares que deberías estar visitando o conociendo, en las actividades que deberías estar haciendo, entre otras cosas. Esto muchas veces impide que no podamos disfrutar del presente”, explica la autora de “Ella”.
Por su parte, el psicólogo Ernesto Reaño prefiere el término “profecía autocumplida”, aquel que, a fuerza de pensar que todo saldrá mal, de manera inconsciente hacemos que sea así. “Pero Charly Brown, pese a la depresión y el fracaso, retoma una y otra vez su intento, sube al montículo de bateo, como un Sísifo infantil condenado a tratar de volar su cometa aunque sepa que no lo logrará: he ahí su rebeldía contra todas las tristezas. Y es absurda y completamente feliz”, destaca.
En efecto, como advierte la psicóloga Cery Alvarado, si bien en la literatura científica no hay referencia alguna a un “síndrome Charlie Brown” sin embargo, este informal diagnóstico se ha popularizado para denominar el disfuncional patrón conductual del entrañable Charlie. “Algunas conductas de este patrón son: preocupación por ser aceptado, evitar situaciones sociales, sobre-análisis de situaciones preocupantes, entre otras”, enumera. Por otro lado, para la especialista, actualmente existe un rechazo por aquello que pueda afectar la experiencia de la felicidad, dejando a la persona incapaz de modificar su situación adversa, generando una sensación de falta de control sobre sí y pensando que sus actos no resolverán nada.
Para concluir, la psicóloga Ana María Guerrero nos advierte que, actualmente, la búsqueda ansiosa por un único sentido de “lo correcto” le resta margen a la introspección. “Lo existencial hoy es performático, ansioso, productor de respuestas homogéneas. Charlie Brown, lleno de preguntas éticas y existenciales, encontraba acogida y reconocimiento en su entorno. Los títulos de las viñetas funcionaban como la voz social que lo afirmaba: “¡Eres bueno, Charlie Brown!”, es decir, créetelo, o para Charlie Brown, créetelo un poco. Alguna vez quisimos ser así, vivir así”.
A decir de Guerrero, hoy es claro que esa sensación de que algo saldrá mal siempre nos acompañó, de que ese mundo estable nunca fue. “Como decía Lucy en su atención psiquiátrica a 5 centavos: “Tal vez seamos normales, tal vez no””, añade la especialista.
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