(Fotos: El Comercio)
(Fotos: El Comercio)

Tuvo que ser un italiano el que se diera cuenta de que Lima estaba perdiendo su lado más bello. Se llamaba Bruno Roselli, venía de Florencia, era profesor de arte en la Universidad San Marcos y estaba obsesionado con los balcones de la capital. Mientras otros los desmontaban y convertían en madera desechable, allá por los años 50,
él realizaba protestas en solitario y comenzó a comprar algunas de esas piezas arquitectónicas. Su empresa, sin embargo, tuvo un final de pesadilla: al no poder pagar el galpón que alquilaba en el Rímac para almacenar sus balcones, los dueños no vieron mejor forma de desalojarlo que provocando un incendio. Los tesoros de Roselli se hicieron cenizas y volaron con el viento.

Roselli murió en 1970 y Mario Vargas Llosa, en 1993, se inspiró en su
figura para escribir la obra teatral “El loco de los balcones”. “Nadie le hacía caso, por supuesto, pero la gente le tenía simpatía porque veía en su campaña una iniciativa noble y desinteresada.[...] El día que el depósito se incendió y se quemaron esos amados balcones que había rescatado, el profesor Roselli debió sufrir mucho y sintió, acaso, que había perdido su razón de vivir”, dijo el Nobel de Literatura en alguna ocasión.

—Herederos del rescate—

Luego de la desaparición de este quijotesco personaje, por suerte han surgido otros idealistas que han intentado emular su locura. Primero fue Eduardo Orrego, alcalde de Lima, quien en 1983 constituyó el Patronato de Balcones y logró rescatar cerca de 50 de estos símbolos capitalinos. Nadie continuó su trabajo sino hasta los años 90, cuando el recordado Alberto Andrade, también burgomaestre de Lima, retomó la idea. Justamente el 14 de marzo de 1998, hace casi 20 años, se inauguró el primer balcón restaurado de su campaña Adopte un Balcón. El proyecto rescató unas 100 estructuras pero, nuevamente, por razones diversas, los planes se truncaron.

¿Cuál es el encanto de un balcón? Su origen tiene mucho de estatus: tras la fundación de Lima, había que buscar una manera de hacer visible su crecimiento y categoría de capital. De esa manera, su construcción era una forma de exteriorizar los aires señoriales. Desde entonces se han convertido en el símbolo arquitectónico más notorio de nuestra ciudad y una de las principales razones para que la Unesco declarara Patrimonio de la Humanidad al casco antiguo limeño.

La evolución en el tiempo de los balcones también ha sido objeto de varios estudios: los más antiguos aún en pie se remontan a los siglos XVI y XVII. Entre ellos está la famosa Casa del Oidor, en plena Plaza de Armas (cruce de los jirones Carabaya y Junín). Aunque muchos lo consideran el de más edad, es una cuestión aún en disputa. Destacan, además, la Casa Oquendo, el Palacio de Torre Tagle, la Casa Aliaga, el Palacio Arzobispal. Y varían los estilos –barroco, rococó, neoclásico, entre otros– y también los tipos –abiertos, de cajón, corridos, etc.–. Toda una variedad que reclama a gritos su preservación.

Habría que agregar que los balcones no solo fueron decorativos, sino
utilitarios: espacio fresco en los veranos, punto de encuentro en los edificios donde vivía más de una familia y, gracias a sus celosías, hasta instrumentos de seducción para las limeñas de una ciudad recatada.

—Proyección a futuro—

En la actualidad, el Programa Municipal para la Recuperación del Centro Histórico de Lima (Prolima) ha emprendido el proyecto para la conservación de los balcones limeños, aunque esto deba realizarse dentro de sus limitadas posibilidades. El gerente de la institución, Luis Martín Bogdanovich, explica que la Ley General del Patrimonio
Cultural de la Nación señala que solo los propietarios de los inmuebles son responsables de su mantenimiento. Y que, además, la ley peruana impide que se pueda invertir dinero público en propiedad privada.

Pese a las restricciones, la Municipalidad de Lima ha empezado a recuperar las fachadas y balcones de inmuebles monumentos que son de su propiedad, así como de aquellos que le pertenecen a la Beneficencia Pública. Son 21 puntos, a lo largo del Damero de Pizarro y Barrios Altos, cuya recuperación se espera terminar este año.

Aparte de ello, se están interviniendo las fachadas de algunos inmuebles de los jirones Áncash y Carabaya, en la medida que la ley lo permite, como parte de proyectos de renovación urbana –pavimentación, por ejemplo–, pese a que son de propiedad privada.
“La otra salvedad es no intervenir con dinero, sino con el trabajo de técnicos, que incluye el retiro de cables, de letreros luminosos y otros elementos que perturben la visión del monumento. Ese trabajo se realiza de manera sistemática”, explica Bogdanovich sobre este proceso de rescate que, como nunca antes, requiere de un serio compromiso y, sobre todo, de continuidad

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