Lo que ocurre dentro y fuera del convento: intrigas políticas y peleas entre frailes. Sobrepoblación, enfrentamientos con la corona, peleas intestinas, broncas con cuchillo y disparos de arcabuz. Hombres de fe enfrentados en un mundo de tensiones políticas y económicas. Si usted es un devoto lector de “El nombre de la rosa” de Umberto Eco, o si la película La Misión del director Roland Joffé le resultó una verdadera epifanía cinematográfica, podemos decirle que éste es un libro para usted. Es cierto que para los amantes de la historia del arte y para los interesados en la historia del catolicismo les resultará fascinante por sus hallazgos, pero “Los claustros y la ciudad”, nueva entrega editorial del Banco de Crédito del Perú, en su colección “Arte y Tesoros del Perú” resulta un libro irresistible para cualquier amante de las buenas historias.
Y es curioso que se trate del título 49 de esta colección a punto de cumplir medio siglo de trabajo ininterrumpido, pues entender la historia de las congregaciones religiosas a inicios del Perú virreinal, investigar la vida dentro de los claustros conventuales de las órdenes regulares de entonces, debería considerarse un requisito para aventurarse luego al estudio del riquísimo patrimonio barroco del arte peruano. Uno de nuestros más reconocidos historiadores de arte, Luis Eduardo Wuffarden, reconoce que hubo demora a la hora de centrarse en este tema apasionante: “Siempre he dicho que la historia del arte no puede estar desligada de la historia a secas. La idea detrás de este libro ha sido ligar la historia de la institución misma, sus vínculos con la sociedad y todo su mundo simbólico: su iconografía, su patrocinio artístico. Sumadas todas estas miradas, vamos encontrando como todo va cobrando sentido”, afirma el experto.
—El de las órdenes religiosas en el virreinato resulta un mundo mucho más conflictivo de lo que normalmente creemos. No lo imaginamos como un terreno en permanente conflicto...
Sí, y eso queda muy claro en el gran panorama que brinda el peruanista francés Bernard Lavallé en la brillante introducción del libro. Habría que tener en cuenta que los conventos eran parte muy importante de las ciudades virreinales, surgieron junto con ellas. Es parte de un proceso global de adaptación de la vida monástica: en el medioevo los religiosos habían ocupado las zonas rurales, luego se centran en las ciudades. En más de un sentido las comunidades religiosas eran un microcosmos de la sociedad virreinal. En ese sentido, reflejaban todos los conflictos que había en el Perú, entre criollos y peninsulares. Eso se ponía de manifiesto sobre todo en las elecciones de superiores o de provinciales. ¡Grandes tumultos llegaban hasta la calle porque los familiares de los sacerdotes aguardaban afuera! Eso llegó a punto culminante hacia 1669, cuando el propio virrey Conde de Lemos irrumpió en la sala capitular de San Agustín para imponer su candidato a prior del convento. Y todo esto con empujones y violencia, y en algunos casos incluso con disparos de arcabuz.
—Siempre se habló de la enorme población de religiosos que había en Lima, pero en el libro consta una curiosa alerta: se decía que la sobrepoblación de sacerdotes podría reducir “la capacidad reproductiva de la sociedad”. ¿Cuál es la razón de esta alta densidad demográfica?
Los conventos, como tales, surgieron junto con la fundación española de las ciudades y se convirtieron en espacios de irradiación cultural. Ellos tenían a su cargo la educación desde el colegio hasta la universidad. Fueron también centros de producción intelectual y bibliográfica, de ellos surgió el género historiográfico más importante de la historia virreinal americana que es la crónica conventual, que además de recoger la historia de los conventos de la orden, proyectó su interés hacia el pasado prehispánico. Allí surgió la exaltación del sentimiento criollista, la reafirmación de la sociedad criolla, diferenciada de la española.
—¿Dónde radicaba, más allá de la vocación personal, el atractivo para ser fraile?
Venía de la sociedad española, en realidad. En los virreinatos americanos se trasladó el sistema hispánico de la herencia, algo muy diferente al sistema prehispánico. Éste estaba gobernado por el mayorazgo, cuando las familias concentraban todo su patrimonio en el hijo mayor. Esta institución se mantuvo inamovible, y para los segundos o terceros hijos quedaba como principal posibilidad ingresar a la vida religiosa, lo cual daba a sus familias un poder adicional. Por eso los conventos tenían una población muy grande.
—Esa sobrepoblación llevó incluso al hacinamiento en los claustros, especialmente en el caso de las mujeres. ¿Por qué el llamado vocacional de la mujer era aún mayor?
En muchos casos, el monasterio era para ellas un refugio. Cuando a la familia no le gustaba el novio, por ejemplo, o cuando la mujer se quedaba viuda, o cuando el marido las abandonaba, el primer recurso era el monasterio. Los Monasterios se convirtieron en instituciones muy ricas, incluso eran prestamistas de capitales. Recordemos que, simbólicamente, una monja al ingresar al monasterio se convertía en esposa de Cristo, y como tal, tenían que dejar una dote. Allí la razón de la acumulación de capitales.
—El poder económico de las órdenes regulares tuvo que ver con la herencia, las donaciones, la concentración de tierras y de su producción. ¿Qué sucedió para que este poder económico entre en crisis?
Con las reformas borbónicas la política central de la monarquía cambió sustancialmente. El anterior sistema de los Austrias dejaba mucha autonomía a los virreinatos y a las instituciones. Por el contrario, los borbones, siguiendo el modelo francés, iniciaron una serie de reformas que tendieron a quitar los poderes de las aristocracias criollas y a controlar el poder de la iglesia. No olvidemos que en esa época se expulsó a los jesuitas, pues habían concentrado muchísimo poder económico y político. Se impuso así la política del regalismo, en que las órdenes tuvieron que subordinarse al poder del Rey. Por otro lado, en el plano simbólico, hubo también una secularización: se intentó eliminar todo lo que se consideraba supersticioso, concentrándose el culto en la figura de Cristo y de la Virgen. Todo eso fue disminuyendo el poder de las órdenes religiosas. Al llegar de la Independencia ya los conventos estaban muy disminuidos de población. El golpe final lo dio Bolívar, al suprimir todos los conventos que tuvieran menos de 25 frailes como población. Y eran bastantes.
—Justamente esos conventos de pocos sacerdotes eran los más alejados de las ciudades, los que más contacto tenían con la población campesina…
Muchos de los locales religiosos, ya secularizados, se convirtieron en instituciones públicas, en colegios, etc. Sólo las órdenes que tenían más arraigo popular, como los Franciscanos, mantuvieron algunos privilegios, como su recolección en Los Descalzos, en Lima. Pero esa es una gran excepción.
—Este empobrecimiento de los conventos fortaleció, de alguna manera, su vínculo con el proceso independentista?
Sí. De hecho hubo una gran división. Hubo un sector del clero, tanto regular como secular, que seguía fiel a la Corona. El propio Arzobispo Las Heras marchó exiliado, junto con varios obispos. Pero, por otro lado, estaba el movimiento de los clérigos y frailes patriotas, que firmaron las actas de la jura de la independencia. Con Bolívar hubo la llamada “Junta de Purificación”, que examinó qué curas habían sido patriotas para premiarlos y darles cargos, mientras que exilió o marginó a los que fueron leales a la corona. En ese sentido, hubo una afirmación del sentido de Patria, pero ese fenómeno también ocasionó una mayor despoblación de los conventos.
—En su ensayo introductorio, Bernard Lavallé habla de una “aparatosa” rivalidad entre jesuitas y dominicos. Háblame de ella.
El gran motivo de esta rivalidad fue la doctrina de la Inmaculada Concepción, una de las banderas políticas de la monarquía española impuesta en toda América, pero frente a la cual, desde el punto de vista teológico, los dominicos se mantuvieron reacios. Eso les generó una serie de conflictos con la población y con las otras órdenes, sobre sobre todo con los jesuitas y franciscanos, que eran los que más promovían esta doctrina. Eso provocó una serie de tumultos en Lima, desencuentros callejeros que les obligó, al final, a aceptar su culto a la fuerza.
—Otra historia narrada en el libro podría ser un episodio de novela: los padres de San Juan de Dios escribiéndole al rey para quejarse que los legos, los trabajadores a cargo del hospital de la congregación, los amenazaban con cuchillos si los sacerdotes se metían con ellos. ¿Cómo se dieron estos hechos de indisciplina tan notables?
¡En el Cusco eran más fuertes aún! Hubo un enfrentamiento que duró un año entre los seminaristas de San Antonio de Abad contra los universitarios de San Ignacio de Loyola, la universidad de los jesuitas. Allí la pelea era con arma blanca. Se logró una tregua después de muchos meses de enfrentamientos y estudiantes heridos. También es conocido, ya no en el ámbito conventual sino del clero regular, la irrupción del obispo Mollinedo en el cabildo que se mostraba rebelde a sus disposiciones en Cusco. Allí hizo apresar a todos los clérigos. Fue un escándalo.
—¿Crees que la expulsión de los jesuitas de América terminó siendo un revulsivo para las ideas que empezaron a germinar sobre la independencia?
Casi todos los jesuitas peruanos terminaron en Italia, porque habían sido expulsados de la monarquía hispánica. El caso de Vizcardo y Guzmán es muy interesante: él comienza a describir y a cuestionar la autoridad de la monarquía española en América. Es uno de los grandes precursores de la independencia americana, uno de los primeros en cuestionar la injerencia del rey. Es un discurso desencadenado por la situación traumática de los Jesuitas en América.
—¿Finalmente, como apreciar Lima después de leer la historia de las órdenes religiosas que habitaron el ella?
Este libro es también un llamado al público actual para que se acerque a monumentos que guardan tanto de la historia de la ciudad, y que para muchos resultan desconocidos. Estos centros no solo fueron religiosos: fueron espacios de irradiación cultural, por ello guardan gran parte del patrimonio artístico del país. Sugiero empezar por los grandes conventos, ubicados en lugares estratégicos, equidistantes de la Plaza Mayor. Estos grandes conventos monásticos se colocaron en ubicaciones en los inicios de la ciudad, cuando era un núcleo urbano muy pequeño, cada uno en una esquina diferente. Permitían en sus torres colocar cañones para defender Lima. Eran baluartes no solo espirituales, sino también físicos de la ciudad. Estamos hablando de Santo Domingo, San Francisco, San Agustín y La Merced. Y San Pedro, que se incorporó después, y que posee un tesoro artístico comparable con cualquier iglesia importante de Roma. Conocerlos todos resulta esencial para entender la historia de la ciudad.
Hallazgos de las investigaciones
“Los claustros y la ciudad. Las órdenes regulares en el virreinato del Perú” convoca los aportes de los investigadores Luis Eduardo Wuffarden, Bernard Lavallé, Ramón Mujica, Irma Barriga, Gauvin Alexander Bailey, Ricardo Kusunoki y Pedro M. Guibovich. Se trata de ensayos académicos desarrollados en un lenguaje cercano a todo lector, y cuyas investigaciones ofrecen verdaderos hallazgos históricos. Por ejemplo, Wuffarden ha podido identificar un grupo de obras del periodo virreinal cuya autoría no estaba correctamente atribuida, como es el caso de “La virgen entrega el hábito y el escapulario de la Merced a San Pedro Nolasco”, expuesto en la Iglesia de la Merced en el Cusco, fechado em 1662 y que se ha establecido como una obra temprana del maestro Basilio de Santa Cruz Pumacallao.
Otro hallazgo interesante es la serie de pinturas que actualmente se encuentran en la sacristía de la Iglesia de La Merced, en Lima, la cual según los documentos procedían de México, pero las investigaciones recientes arrojan que eran de Guatemala, país al que pertenecen también los finísimos muebles con aplicaciones de concha que forman parte del conjunto de la iglesia limeña.
Otro hallazgo divulgado por la publicación del BCP lo ofrece Ramón Mujica, que investiga en profundidad la riqueza iconográfica en las pinturas de la iglesia y el convento de Santo Domingo de Lima, ofreciendo alcances históricos que cuestionan y proponen nuevas autorías en algunas piezas del notable conjunto.
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