Imaginen una novela con esta trama: un escritor dedica su vida a coleccionar momentos de tragedia, tristeza profunda o incluso decepciones pequeñas en las vidas de esos colegas suyos que pasaron a la historia―los llamados clásicos―; toma la información y arma narrativas donde establece causas y efectos al por qué estos sujetos vivieron, y murieron, bajo la sombra de la desdicha. El escritor hace lo suyo en una cafetería, acompañado de gente para no sentirse tan solo, pero ya en su casa, en esos momentos donde el trabajo se filtra en la vida cotidiana, el conocimiento de esas existencias lo hace cuestionar la suya. Si no será él, también, un infeliz.

En la vida real Javier Peña no tiene tal debate porque se sabe un infeliz, pero no lo asume como algo malo. El conocimiento de su situación le hace tener un enfoque humano para crear los episodios de “Grandes infelices” (Blackie Books), podcast donde usa recursos de la ficción para narrar la vida de sus maestros, y maestras, literarios. Con quince episodios a lo largo de tres temporadas, el programa cuenta la vida de autores tan notables y diversos como Patricia Highsmith, Roberto Bolaño, Virginia Woolf y Juan Rulfo desde las tragedias que los marcaron. A veces esas tragedias parten de lo aleatorio, otras tienen nombre propio. Y algunas otras son una suma del contexto y la oportunidad. Una oportunidad oscura que a veces salta y hace cambiar de camino, o al menos de ritmo.

“Está esa famosa frase, que ‘somos enanos a hombros de gigantes’. Pues no podemos olvidar a los gigantes que han hecho todo lo que ahora escribimos, que es gracias a los caminos que han abierto. Pienso en el episodio dedicado a Virginia Wolf, en su papel como pionera del feminismo y del modernismo literario, [sin ella] no seríamos lo que somos ahora. Siempre está bien revisitar esos clásicos”, dice Peña a El Comercio en entrevista por medio de un Zoom.

Entre los titanes cuya vida narró el podcast está el japonés Yukio Mishima, cuyo sepukku (suicidio ritual mal llamado “harakiri”) tiene relación a cuando fue criado por su abuela añorante de un Japón que ya no existía, así como el que huyera del servicio militar y que su país se rindiera tras Hiroshima y Nagasaki. Mishima exigía a los demás una conducta intachable, pero sobre todo a él mismo. Y cuando sus acciones chocaron contra el ideal de conducta, el escritor decidió que su vida no podía continuar. Cosas así las cuenta mejor Peña, novelista autor de “Infelices” (2019) y “Agnes” (2021), que empezó el podcast como una forma de responder a su comunidad de lectores y que ha ganado tracción en Latinoamérica (es uno de los más escuchados en la categoría Libros de Spotify).

―Hablando de los escritores “infelices”, conocer las vidas de estas personas ¿da una nueva perspectiva al leerlos?

Un poco la idea es que los vuelvan a leer conociendo sus vidas. A mí me da una doble perspectiva. Primero, siempre me he considerado un infeliz, mi primera novela se llama “Infelices”; pensé que escribía en buena parte por ser infeliz. Entonces, al descubrir y adentrarme en todas las vidas de estos maestros, de alguna forma me consuela saber que ellos también han tenido momentos de gran infelicidad, [me hace] no estar solo, saber que de alguna forma el papel del creador está muy unido a cierta infelicidad. Segundo, ahora que está tan en boga la autoficción, es cierto que investigar sus vidas ayuda a conocer que gran parte de sus obras están muy ligadas a sus vidas. Por mucho que inventemos, siempre estamos trasladando algo de nuestras vidas a la ficción y creo que eso es algo también muy positivo.

―Voy a citar tu novela, “Infelices”: “Amara es realmente inteligente y ella [Karl, la madre] no lo celebra; al contrario, le asusta, porque ya lo ha vivido de cerca y sabe que es el camino más corto hacia el dolor”. ¿La gente muy talentosa está condenada al sufrimiento? ¿Pagan el precio como Prometeo?

Con esto siempre genero cierta polémica: Hay escritores amigos míos que me dicen “pero si yo soy feliz”. No digo que sea un absoluto, es posible ser creador y feliz, pero sí creo que la infelicidad está muy ligada a la creación. Porque cuando alguien es plenamente feliz no se dedica a contar sus miserias en una novela. Simplemente, sale por ahí con sus amigos y disfruta de su felicidad. Yo creo que los escritores hacemos mundos paralelos porque no nos gusta mucho el mundo actual, no estamos cómodos. Esto no quiere decir que tengas que ser infeliz las 24 horas del día, los 365 días al año. Digamos que de alguna forma somos neuróticos o tenemos esos esos picos, arriba y abajo; yo, por ejemplo, creo mucho mejor o creo mucho más en mis periodos depresivos que mis periodos felices. De alguna forma escribir es hablar conmigo mismo y hacer terapia en cierto modo.

"Siempre miro hacia atrás como ha sido mi vida y me doy cuenta de cuando más he buscado un objetivo, más se me ha escapado"

―A ti te interesa mucho el tema del azar, ¿crees que la infelicidad está vinculada a eso?

Yo creo que la que todo está vinculado al azar, la infelicidad y la felicidad. Siempre miro hacia atrás como ha sido mi vida y me doy cuenta de cuando más he buscado un objetivo, más se me ha escapado. En “Infelices” hay un personaje, la Chica del Cáncer, basado de mi mejor amiga que murió de cáncer con 31 años. Pues qué peor azar que una persona tan joven enferme de cáncer. Mi padre recientemente ha fallecido justo después de la pandemia por una fibrosis pulmonar. Podría haber vivido 10 o 15 años más perfectamente, pues no sé.

―Y también nuestra felicidad e infelicidad está vinculada a las demás personas, porque no existimos en el vacío. Me quedó muy en la cabeza el episodio de Sylvia Plath, donde la historia de la autora está muy vinculada a otros. Una telaraña de sucesos mutuamente influenciables.

Creo que la felicidad sólo existe si es compartida, no creo que se pueda tener felicidad estando en una isla desierta. Yo pienso que la única forma de felicidad es poder relacionarte bien con otra gente, sea tu pareja, familia o amigos. Y si analizamos todos los episodios que hemos emitido hasta ahora de “Grandes infelices”, realmente las grandes infelicidades llegan a través de las malas relaciones con la gente que les rodea. En el caso de Sylvia Plath había ahí un problema mental que viene de su familia, probablemente heredado de la relación con su madre y con la muerte temprana de su padre, pero este problema se dispara cuando conoce a Ted Hughes. A partir de ahí se genera esa gran tragedia, que es terrible, como una tragedia griega, que afecta a generación tras generación.

―Javier, te ha pasado de que estás investigando a los escritores y piensas “no, este infeliz no es tan infeliz. Mejor me busco otro”.

Ha pasado. Tampoco quiero centrarlo en grandísimas infelicidades, en que todos tengan que suicidarse de una forma como Mishima, teatral. Creo que a veces buscar las pequeñas infelicidades cotidianas también hace que nos identifiquemos más con ese autor y que digas, “ah, bueno, esto me ha podido pasar a mí”. Por suerte no a todos nos pasa como a Karen Blixen de tener la sífilis desde los 30 años o tener que llevar una granja en África que va fatal. El “Grandes infelices” tiene que ver con que son grandes y que son infelices, no necesariamente tienen que ser los mayores infelices del mundo. Es cierto que a veces leo una biografía y noto que no me da lo suficiente como para contar una historia. Para mí, la clave del podcast no es tanto que sea un documental sobre su infelicidad, sino que sea un relato. Yo lo trato como si fuese realmente ficción, con una estructura y desarrollo de personajes, pero con hechos reales.

―¿El infeliz sabe que es infeliz?

No, y de hecho, a veces creo que uno de los problemas es que el infeliz no sabe que es feliz. Yo, por ejemplo, que siempre me he caracterizado como un gran infeliz, el otro día lo hablaba con una amiga: al final voy a descubrir que realmente soy más feliz de lo que creo. Y lo voy a descubrir igual en mi lecho de muerte, al final decir “pues no he sido tan infeliz, al final era feliz” y eso es algo bastante trágico, ¿no? Eso es muy infeliz. Yo creo que es algo que nos pasa un poco a los escritores y a los creadores, que pedimos algo más a la vida, que igual lo que para otros es algo normal y lo consideran feliz, para nosotros es anodino. Nos hacemos demasiadas preguntas, le pedimos demasiado a la vida. Creo que a veces no es que seamos tan infelices, sino que no nos damos cuenta de que somos igual de felices que el resto. Yo era más infeliz cuando era más joven, he aprendido con la edad a ser menos exigente y aceptar mejor las cosas según te van viniendo. Creo que la clave de la felicidad es aceptar que vas a hacer pocas cosas en la vida y disfrutarlas.

― ¿Has considerado hacer un “Grandes infelices” de alguien que siga vivo?

Lo he considerado. Lo que pasa es que me gusta el hecho de que todo esté cerrado, aunque es un poco absurdo porque podrían surgir investigaciones que le den un giro a todo. Me gusta tener la idea de algo que ya ha acabado, me da miedo hacerlo sobre alguien y contar una cosa e, imagínate, que a sus 80 años acabe apoyando un partido fascista o algo así y digas “Dios mío, se me ha caído todo esto”. Tengo ese miedo y, aparte, sabes que esa persona lo puede escuchar y puede rebatir y puede creo que a nadie le gusta verse retratado, aunque sea bien. Yo no creo que la hija de Silvia Plath haya escuchado mi episodio, pero es posible que a Lautaro, el hijo de Roberto Bolaño, le haya llegado. Eso siempre tienes que tenerlo en cuenta para ser muy respetuoso, porque estamos hablando sobre la memoria de alguien.

―Y que nadie quiera ser el infeliz en la vida de alguien más.

No (risas). De todas formas para mí esa infelicidad no es negativa, la gente ve la infelicidad como como algo negativo a veces. Y como un una etiqueta. Todos somos infelices de alguna forma. El otro día leía una frase de Gertrude Stein que decía que toda vida observada es infeliz, todo lo que miramos desde fuera es infeliz. No sabemos lo que esas personas sentían. Desde fuera, nos puede parecer absurdo la existencia, las peleas, todo el mundo pierde a gente. Evidentemente, para el programa voy a olvidar esos momentos cotidianos en los que se ríe con sus hijos o en los que disfruta de una cena con su pareja, porque no tienen esa tensión narrativa. Hitchcock dijo que “un buen drama es como la vida, pero sin las partes aburridas”. Muchas veces esas partes aburridas son las partes felices. Nos quedamos con esa infelicidad y no quiero que sea una infelicidad morbosa, sino cómo esa infelicidad ha influido en la obra, en esa herencia universal.

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"Grandes infelices"

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