Un cholo recorre el interior del Perú buscando entender por qué muchos decidieron no migrar a Lima en pos de aquellas oportunidades que brinda la capital de un país que se esfuerza hace décadas por descentralizar el poder y las posibilidades de éxito para sus habitantes.
Aunque a diferencia de los personajes que aparecen en “De dónde venimos los cholos” (Seix Barral) -- el libro de crónicas más vendido en la reciente Feria Internacional del Libro de Lima 2016 --, su autor, Marco Avilés, es un cholo que sí salió de su ciudad de origen.
En la capital, Marco caminó decenas de kilómetros hasta convertirse en periodista. Firmó crónicas memorables que aparecieron en revistas de prestigio internacional. Publicó un libro con historias de mujeres en prisión. Fue profesor universitario. Creó un periódico hecho en cómics. Y hace algún tiempo le sumó un nuevo grado a su CV: pinche de cocina en un restaurante estadounidense.
¿Puede un gran cronista darse el lujo de convertir el trabajo que lo hizo famoso en simplemente un hobby?
Conversamos con Marco Avilés días antes de que su retorno a Maine, donde vive junto a su esposa, dos gatos y un perro peruano sin pelo.
-¿Cómo surge “De dónde venimos los cholos”?
El libro lo empecé a escribir hace casi 10 años con los primeros viajes que hice como reportero a la sierra y a la selva del Perú. Publiqué historias que son casi versiones preliminares de las historias que están acá. Algunas que aparecieron en dos mil palabras en una revista, ahora tienen 10 mil. Este libro me ha permitido revisar mis notas, a veces volver a reportear de nuevo y tener el espacio que no te permite siempre un medio tradicional.
Inicias contando tu origen, luego vienen las historias de otros peruanos y concluyes con Lima y tu presente. ¿Cómo planificaste esta estructura?
Fue hacia el final porque el libro bien pudo haber sido solo una selección de crónicas. El reto fue encontrar qué unía mi trabajo durante todo este tiempo. Creo que nunca me sentí como ese periodista héroe que debía inmolarse al servicio del lector, siempre me sentí un curioso, un mirón. Y la historia que aún quiero contar es la mía. He viajado mucho y la curiosidad que uno encuentra en este libro es no solo la del periodista, sino también la de un cholo que se ha ido a vivir a la costa y que observa cómo vive la gente que no se fue.
¿Te sientes uno más de los personajes que aparecen en tus historias?
Soy un personaje porque en un momento del libro decidí contar la tragedia de mi familia, por qué vinimos aquí a Lima. Pero no soy el personaje principal, sino más bien, como te decía, un mirón, alguien que busca entender lo que observa.
En “De dónde venimos los cholos” mencionas tus inicios en el periodismo, saliendo con una libreta en mano a buscar historias para publicar en “El Comercio”. ¿Qué recuerdos te trae aquella época en la que te hiciste periodista en la calle?
Entré muy joven a “El Comercio”, a los 21 años. Una de las cosas que aprendí a valorar con el tiempo es ese entrenamiento que significa escribir casi a diario y recorrer la ciudad en busca de historias. Yo dejé el periodismo de diario algo fatigado, pero con el tiempo aprendí a valorarlo. Creo que nunca volví a escribir tanto en mi vida y siento que eso me permitió poder soltar mis manos y escribir con mayor facilidad.
La era digital obliga a algunos periodistas a hacer coberturas solo desde base. Si lo comparas con tus inicios, ¿crees que esta forma de trabajo todavía es periodismo?
Creo que el periodismo está evolucionando de manera continua y, así como cambia, también aparecen nuevas formas de hacerlo. Hay uno en profundidad, de largo aliento, que puedes encontrar en libros o en ciertas páginas web, pero también otro más inmediato. Hay una intención de poner en conflicto diferentes tipos de periodismo. Yo mismo caí en eso en algún momento, pero creo que ambos pueden convivir tranquilamente siempre y cuando sepamos que el periodismo puede ser muy diferente, con distintas gamas.
¿Crees que la crónica es el género periodístico más idílico porque no apremia tanto el tiempo como en el periodismo informativo?
La crónica tiene un día a día que es bien pesado. En mi caso, cuando hago crónicas estoy haciendo, además, el trabajo que me da de comer. La crónica es más algo ‘extra’ y significa mucho más trabajo para mí. No sé si haya cronistas en Latinoamérica que vivan solo de hacer crónicas y, si los hay, deben ser muy pocos. Para empezar, los chicos deben entender que, si quieres vivir siendo cronista, te vas a morir de hambre, o no vas a poder lograrlo. Además, se trata de una disciplina. No es solo sentarte y escribir todo lo que se te viene. Tiene de fondo mucho trabajo, investigación, entrevistas. Es un género literario pero a la vez informativo. Cuesta trabajo entenderlo y el tiempo te enseña que esto es como una carrera de espermatozoides. Hay un millón que buscan llegar al óvulo, pero solo uno llega. Hay tantos chibolos que quieren ser cronistas y no entienden bien de qué se trata.
Muchos jóvenes que desean hacer crónicas te tienen como su referente. ¿En algún momento sentiste algo de popularidad?
Si haces bien un trabajo y tienes cierto reconocimiento, te hace visible. Hay mucha gente que te sigue, y como admira lo que haces, te busca. Me pasaba más cuando vivía acá en el Perú, los estudiantes me buscaban y enviaban sus crónicas esperando una opinión.
¿Y les respondes?
Trato de hacerlo, pero es imposible responderles a todos. A veces me pasa que encuentro un mensaje con dos años de antigüedad e igual lo respondo. Yo sé que esto a mucha gente le enfada y dice: “¡Oe, ese huevón qué se cree! ¡No recuerda cuando fue estudiante!”, pero no puedes responder 30 correos al día.
SENTIRSE O NO PARTE DE ALGO
¿Podría decirse que te fuiste a Estados Unidos por amor?
Sí, me fui por amor (risas). Uno hace muchas cosas por amor. Aunque tampoco fue que dejé todo por eso. Me fui porque quería darle espacio, en ese momento de mi vida, a la relación que tenía. Mi esposa es de allá, en algún momento la relación fue a distancia, pero ambos tomamos la decisión de vivir juntos, primero por un tiempo en el Perú y luego en EE.UU. Para mí (el irme) ha sido fuerte y duro en muchos sentidos, porque el periodismo ya no es mi principal fuente de ingresos. El periodismo para mí, hoy, es un hobby, un pasatiempo, es algo que me da propinas.
¿Llegaste a sentirte completamente limeño en algún momento de tu vida?
Me siento limeño. Tengo 37 años y he pasado 33 años viviendo en Lima. La ciudad me genera esta sensación de amor/odio de forma permanente. Hay cosas que adoro de Lima, como el mar, la comida, los amigos, la chela, el verano. Pero también hay otras que no me gustan. Pero sí, me siento limeño.
¿Crees que este denominado ‘Boom gastronómico’ refleja de alguna manera las desigualdades en esta ciudad? A veces para comer algo muy rico debes irte a un restaurante que no puedes pagar…
El otro día fui a un restaurante que me recomendaron y todo era muy rico, pero era la comida que siempre comí en mi casa. Entonces, me gustó estar ahí. Es una linda experiencia, pero no tienes que pagar 70 soles por un ceviche para hacer feliz. Lo puedes hacer en tu casa. Y eso es lo maravilloso de la cocina peruana, que no está limitada al restaurante, aunque permanentemente queremos creer que el ‘boom’ es solo eso. En Estados Unidos los restaurantes son alucinantes, pero la comida de casa es triste. Y lo que extraño cuando estoy allá no son los restaurantes, sino la comida de casa.
Sin ser tan trágico, ¿te parece posible imaginar a una Lima más armoniosa en la que la gente no se mate cada 20 minutos sobre una pista de asfalto?
Lo bonito de la imaginación es que no tiene límites. Yo puedo imaginar una Lima mejor, pero la cuestión es pasar de la imaginación a la realidad. Si bien estamos permanentemente reclamándole a las autoridades que hagan su trabajo, creo que como ciudadanos debemos hacer el nuestro y ser autocríticos. Y me refiero a todos. Cuando estás manejando y tocas el claxon, estás jodiendo a alguien. Cuando te estacionas en la vereda para que el chico del Valet Parking mueva tu carro y lo ponga obstruyendo la salida de una casa, también. Creo que eso no tiene que ver con Castañeda Lossio, sino conmigo. Por eso la última vez que me fui a un restaurante busqué yo mismo un estacionamiento para mi carro.
Dicen que aquí somos una persona pero cuando viajamos a Miami nos convertimos en otra que sí cumple las leyes y las reglas de convivencia…
No conozco tanto Miami pero en algunas zonas de Estados Unidos te das cuenta que las cosas funcionan. Si estás manejando y ves que alguien quiere cruzar, entonces paras. Y si no lo haces, te ponen una multa de 500 dólares. A menos que seas un millonario o un prepotente, vas a cumplir las reglas. A mí me sorprende que aquí para algunos cometer infracciones les da estatus. Eso está muy mal.
A muchos políticos se les pregunta si se arrepienten de algo y dicen que de nada, ¿tú te arrepientes de algo?
(Risas) para empezar, creo que a los políticos no solo no hay que creerles, sino que no hay que preguntarles nada. Una de las cosas que me dan risa es que un político dice una estupidez y todos quieren entrevistarlo. Es como darle espacio a la estupidez ¿Y cuál es la posición de los editores? Ya volviendo a tu pregunta, sí me arrepiento de un montón de cosas. Cuando era más joven pensaba que debí estudiar antropología. Pero, a veces, arrepentirse puede convertirse en una carga y puede detenerte. Por eso hay que arrepentirse pero también perdonarse, entenderse, seguir y llegar a apreciar lo bueno que has hecho.
SOBRE EL LIBRO:
Título: “De dónde venimos los cholos”
Resumen: Con una pequeña dosis de autobiografía se muestra cómo un reportero recorre el interior del país buscando entender por qué algunos deciden hacer patria desde adentro y no irse a la capital.
Editorial: Seix Barral
Precio: S/45