El Premio Nacional de Literatura en el rubro poesía ha sido concedido este año a “Usina de dolor”, libro de Antonio Cillóniz (Lima, 1944), autor tan insular como prolífico de la generación del setenta. Sus dos primeros poemarios, “Verso vulgar” (1968) y “Después de caminar cierto tiempo hacia el este” (1970), llamaron la atención por su lenguaje elegante y preciso, mediante el cual desarrollaba un discurso crítico e irónico colmado de referencias cultas, muy tributario de Antonio Cisneros. Cillóniz señalaba con eficacia las iniquidades de la represión capitalista en el horizonte histórico peruano y mundial, denunciaba el papel marginal del escritor en una sociedad materialista y automatizada e insistía en las circunstancias y desventuras personales del yo poético, procurando que estas desembocaran en reflexiones sobre los grandes temas, como el paso del tiempo, la desmitificación de la divinidad y del poder político o la desesperación existencial.
Lamentablemente, su obra posterior no ha estado a la altura de lo que esos libros iniciales prometían. Cillóniz se dedicó a trabajar un gran proyecto –titulado primero “Los dominios” (1975), luego “La constancia del tiempo” (1990) y después “Opus est” (2016)–, en el que la ambición conceptual sobrepasaba la débil consistencia del aliento poético. Toda posibilidad de conocimiento o intensidad emocional era sustituida por una retórica cansina y un ingenio discreto y formulista. La enjundiosa estructura de su propuesta impresionaba a primera vista, pero al hurgar en sus entrañas hallábamos una árida solemnidad generadora de abundantes versos sin mayor gracia ni filo.
“Usina de dolor” recupera el tenaz ánimo cuestionador que Cillóniz había demostrado en su etapa primigenia. Sus intereses siguen siendo los mismos, aunque ya liberados del corsé de la desmesurada empresa a la que estuvieron largamente sometidos. Aparecen ahora en poemas más despojados, dueños de una autoironía que los salva del tratamiento casi burocrático del pasado. A estos motivos se unen nuevas tribulaciones que atraviesan, como aflictivos pensamientos recurrentes, buena parte del poemario: los rigores de la senectud y la inapelable cita con la muerte.
Los mejores poemas del conjunto son los que transitan por esa vía. La serena incertidumbre de “Si no sé lo que ocurrirá mañana” (“Si no sé lo que ocurrirá mañana / ni lo que será de mí después / dentro de pocos años / ¿cómo con toda mi experiencia oh vida mía / en ti / así vivida / con toda despreocupación e intensidad / voy a saber lo que hay allá / al otro lado de mi piel y de mis dedos / más allá de mis dedos y mis ojos?”) o la resignada esperanza de “Larga y penosa vida” (“Dura es la muerte en vida con sus sueños incumplidos / pues tan solo es la muerte en sí / una vida duradera ya / que no defrauda / por nunca prometerte nada”) constituyen interesantes hallazgos acompañados de otros textos que ahondan en la incómoda consciencia de nuestra finitud y de todo aquello que detiene y trunca. También destaca un puñado de poemas que echan sal en la vieja llaga de la precariedad del poeta en el mundo actual. En “Como los miembros de un poeta atropellado quedan” o “Podría haber tenido yo un autito”, cualquier tipo de victimismo deja paso a una mordacidad sin concesiones que es la perspicaz respuesta a ese “vaso que me tienden lleno de cicuta”.
Sin embargo, no todo es tan favorable en esta travesía. Samuel Taylor Coleridge afirmaba que la poesía basada en una reflexión sin imágenes corría el peligro de convertirse en una masa inerte, y eso sucede con varias composiciones de “Usina de dolor”, donde el enfático afán sentencioso de Cillóniz resulta contraproducente para un libro que obtiene sus momentos más valiosos en la duda y la zozobra frente a lo insondable.
DATO
3/5
Autor: Antonio Cillóniz.
Editorial: Hipocampo Editores.
Año: 2018.
Páginas: 64.
Relación con el autor: ninguna.