Tilsa Otta (Foto: Richard Hirano)
Tilsa Otta (Foto: Richard Hirano)
José Carlos Yrigoyen

En el ya lejano panorama de los jóvenes poetas que animaron la escena de los primeros años de este siglo destacaba con luz propia Tilsa Otta Vildoso (Lima, 1982), quien en el 2004 publicó un libro misterioso y cautivador, "Mi niña veneno en el jardín de las baladas del recuerdo". El volumen trajinaba un mundo en apariencia inocente que provenía de los dibujos animados y de la ingenuidad infantil, pero que ocultaba seres pequeños, desvalidos y heridos, además de una sardónica crueldad que reinaba en ese paisaje mental de marginalidad y dolor que Otta había edificado con gran imaginación y rara sutileza. Comparada con muchos de sus colegas generacionales, su propuesta era bastante más original y llamativa; el rumbo que se había trazado prometía una voz que podía asaltar espacios novedosos en nuestra tradición.

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Los siguientes poemarios de Otta, "Indivisible" (2007) y "Antimateria. Gran acelerador de poemas" (2014) cumplieron a medias con aquellas expectativas. No cabía duda de que era capaz de seguir entregándonos buenos poemas y de mantener esa alegre oscuridad que enriquecía sus textos, pero también se evidenciaban ciertos límites que parecía no poder franquear: aquellos que la recluían en una invariable desolación adolescente y en un humor juguetón que se agotaba en su mismo ingenio. El talento y la audacia estaban ahí, pero se extrañaba la renovación de sus referentes y la consolidación de su voz a través de búsquedas de mayor ambición y trascendencia.

"La vida ya superó a la escritura", aparecido en diciembre del año pasado, es el libro que se le reclamaba a Otta hace buen tiempo y que señala el derrotero de su madurez artística. No solo es su conjunto de poemas más extenso y complejo desde el punto de vista temático y del lenguaje, sino que su mismo concepto delata esas ansias de desbrozar las fronteras de su coto creativo y proyectarlo a experiencias y ámbitos diferentes. El poema que inaugura el volumen y que le da título –basado en la "competencia" entre el espacio lúdico y consolador de la literatura y el más urgente de la vida real– es todo un arte poética al respecto.

La primera parte del libro ("Si tu edad es la de ese rayo") abandona la dulce y desoladora ironía del anterior yo poético de Otta por una visión optimista y un descubrimiento vital que inscribe en versos lúcidos y conmovedores: "Belleza natural en la euforia de vivir/ Más cosas que no diré/ Me pregunto qué harían las flores si trabajaran/ En qué áreas podrían desempeñarse/ Porque son mi modelo a seguir mi referencia más cercana/ Estoy pensando en dormir siempre/ porque la alegría de vivir satura los colores y mis ojos" (p. 17). La poesía, ante este despliegue de sensaciones y expectativas, es "la gran aguafiestas" que "no se halla, se aburre rápido, piensa que estaría mejor en casa" (p. 18). Ese ánimo integrador con las pulsiones de lo circundante produce poemas antológicos como "El recién nacido observa por primera vez el rostro de su madre" o "Hay cosas que nunca podré contar".

"Velocistas jamaiquinxs del amor" es la segunda sección, centrada en las relaciones afectivas, uno de los temas recurrentes de la poeta. Si bien algunos textos no superan la fase del apunte ingenioso o del jueguito estéril, hay otros que sí se contagian de los nuevos aires de Otta y brillan con el oficio y convicción de quien ya domina la materia a la que se ha consagrado. Esto se puede comprobar en "Odio la fiebre que se posa en tu frente", "Cuerpos dóciles" o "No puedo creer que tengas 53 lunas Saturno", composición que cierra un poemario de veras recomendable.

AL DETALLE
​Título: "La vida ya superó a la escritura"
Puntaje: 3 1/2 de 5 estrellas.
Autora: Tilsa Otta.
Editorial: Juan Malasuerte.
Año: 2018.
Páginas: 94.
Relación con la autora: cordial.

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