Si su vida fuera una pieza musical, tendría la velocidad de un allegro. Confiesa que al ser ejecutante, compositor, productor y profesor de música a la vez se siente como un malabarista. En ese agitado ritmo encontramos a José Luis Madueño, multinstrumentista, cultor del jazz y del folclor peruano al que, como él mismo dice, ha sabido “vestir de mundo”.
Hijo del director de orquesta Jorge Madueño Romero y hermano menor de ‘Pelo’, destaca por su versatilidad e innovación musical. Uno de sus más celebrados proyectos es “A dos pianos”, concierto a cuatro manos con Juan José Chuquisengo. El esperado recital, que ya lleva cuatro ediciones, se presentará este 28 de agosto en la Universidad de Lima como parte de un evento benéfico a favor de la Fundación Niños del Arco Iris de Urubamba, entidad que brinda programas integrales de salud y educación en la zona desde el 2001.
Previamente al concierto en la capital, Madueño y Chuquisengo, viajarán a Bucaramanga para participar en un festival de pianistas. Y el 31 tocarán en la Upao de Trujillo. En medio de su recargada agenda, el cantautor nos recibe para contarnos sobre su pasión por la música, sus nuevos proyectos y la tradición oriental que rige cada una de sus acciones.
¿Cuándo empieza tu romance personal con la música?
Somos una familia de músicos, la influencia de mi padre es clara. Además de Jorge, tengo dos hermanas que se dedican a la música. Rocío toca teclados en banda y Claudia canta. Mi madre no es profesional, pero cultivó la música desde niña. Ellos nos incentivaron. Mi padre tenía un piano en casa y nosotros jugábamos siempre tocándolo, así que nos puso en clases de piano clásico a todos desde los ocho años. Por ahí empezó la historia.
En tu casa se celebraban conocidas tertulias…
Papá ejercía la ingeniería civil y era músico en paralelo, entonces había muchas reuniones. En los setenta llegaban poetas como César Calvo y Manuel Scorza. Chabuca Granda también iba a la casa porque mi padre le hizo los arreglos a la misa criolla que ella compuso para el matrimonio de su hija. También trabajó con Tania Libertad. Esto también fue una motivación.
¿Cómo te recuerdas e aquellos tiempos?
Esas tertulias tenían magia. Mi hermano y yo salíamos del dormitorio en medio de la noche, con 9 y 8 años, y nos quedábamos mirando lo que pasaba en la sala. Había gente con guitarra, tocando y bailando. Nosotros mirábamos cómo la pasaban súper bien. Era bastante común en las noches de fin de semana, la noche bohemia.
¿Alguna vez participaron de pequeños?
En algún momento mi padre nos presentaba a los amigos para que toquemos. Eso, con el tiempo, se convirtió en algo clásico. Los viernes por la madrugada nos despertaba y decía vamos a tocar. Todos los hermanos hemos pasado por eso.
Luego del piano ¿qué otros instrumentos llamaron tu atención?
En casa nadie tocaba el piano pero se escuchaba mucha música, de diferentes estilos y lugares. Seis años después de que ya tocara piano empecé con la guitarra acústica. Hasta el día de hoy no toco con ella en vivo, solo en las grabaciones. Por eso el público no me identifica como guitarrista. Siempre aparezco con los teclados o el piano.
Sé que tocas algunos más…
Flauta traversa, con la que también he grabado. La quena, las zampoñas, el cajón. En mis producciones he grabado también la percusión menor.
Y hace algunos años incursionaste como cantante.
Sí, finalmente he grabado mi voz. Podría decirse que es la faceta más nueva. Recuerdo que en el 2009 participé en un concurso Claro, en la categoría criolla con una composición mía. Esa podría decirse que fue la primera vez en grande porque fue en el Parque de la Exposición. Ya en el año 2017 saqué un álbum que se llama ConVersiones, donde los valses los cambié a otros ritmos como el huayno o el panalivio. En ese disco estoy como solista o haciendo dúo con Andrea De Martis.
Tú música y producciones están ligadas al folclor. ¿Qué se viene próximamente?
Ahora estoy armando la producción de un disco donde todas son canciones mías y la música es peruana. Huayno festejo, panalivio, siempre estoy vinculado con lo que he convivido y aprendido de chico. Pero, al igual que en anteriores producciones, no es enteramente tradicional. Es música peruana vestida de mundo.
¿Es cierto que en alguna época tocaste rock, heavy metal?
Hubo una época, entre los 18 y 23 años, que toqué de todo. Me abrí y tocaba con quien me necesitara. No le decía no a nada porque era parte de un aprendizaje. Hasta que llegó un momento en que me dije bueno, voy a tocar solo las cosas que quiero hacer. Desde los 23 o 24 años empecé a trabajar con lo mío. Pero de vez en cuando, desde hace más de 20 años, siempre de vez en cuando como dice el vals, colaboro con otros artistas.
Siendo todos tus hermanos músicos ¿han tocado y/o cantado juntos?
Muy poco. Con Jorge, yo no le dijo ‘Pelo’ a mi hermano, tocamos juntos como parte de una orquesta en el año 89 o 90, era un festival de Chabuca Granda. Él antes de ser cantautor tocaba batería en un grupo de punk rock, pero en aquella ocasión entró a tocar vals, que era lo mío. Luego se metió en el jazz. Fue en esa época en que coincidimos. Luego hubo otra pequeña etapa en Madrid. Yo viví allá un año y tocaba toda la semana con un trío de jazz. Jorge tocaba la batería con nosotros. Eso fue todo. No nos hemos juntado nunca como familia, así como los Jackson.
¿Qué otras actividades ocupan tu tiempo?
La música es mi pasión, pero también mi hobby. Tengo un sello discográfico que se llama Quinto Pulso, una plataforma discográfica. Además una escuela de música. Son actividades en paralelo a ser intérprete o compositor y las que más tiempo me ocupan hoy en día. Enseño desde los 17 años y acabo de cumplir 50. Son 33 años. Me he convertido en una marca. La gente me conoce y viene porque les ofrezco algo distinto.
Tienes un método de enseñanza diferente.
Es un método que está vinculado a las tradiciones orientales. Desde los 7 años hice kung fu, a los 14 practicaba tae kwondo, luego empecé a averiguar sobre el yoga. A los 25 años conocí a mi maestro hasta que se fue de este mundo, Augusto Cam Lee. Él me enseñaba chi kung, tai chi y kung fu. Todo lo que fui aprendiendo se volcó en mi música. Es decir, las tradiciones orientales se concentran en la esencia, lo elemental y básico. A partir de ahí se construye un todo. La ideología occidental, en cambio, ve lo básico casi peyorativamente y se concentra en lo complejo. En base a esto aprendí a darle valor a lo más simple. Sin eso no es posible aprender.
Danos un ejemplo de cómo lo aplicas en tu enseñanza.
El chi kung básicamente nos enseña a respirar. Si no somos conscientes de nuestro biorritmo no podemos ser conscientes de otras muchas cosas. Un ejemplo claro es la gradualidad. Cada uno tiene tiempos distintos para procesar ideas, pero siempre estamos apurados. Queremos tener más en menos tiempo, eso no funciona. Seguimos aprendiendo como hace 5 mil años. ¿Cuál es el método? Repetir, repetir y repetir. Hay que disfrutar el proceso.
Hablando puntualmente de nuestra música ¿qué le hace falta para ser reconocida internacionalmente?
La música peruana no está mapeada en el exterior. Al Perú se le conoce por Machu Picchu y su comida. A nuestra música, en general, le falta crecer todavía. Esto tiene que ver con el crecimiento como sociedad que también nos falta. Todavía no nos hemos dado cuenta de lo que podemos llegar a hacer.
¿Cuál sería el primer paso?
Hay que decirlo sin anestesia, tenemos la esencia pero nos falta mundo, técnica. La música peruana necesita evolucionar. Tiene los mismos sonidos desde los años cincuenta. Creo que la música andina es la que más está evolucionando. A lo criollo aún le falta. La cumbia para mí no representa a lo peruano. Es lo mismo que hay en Argentina o en México, con cambios pequeños. Siento que hay sonidos más peruanos. Que se conozca la música peruana no depende de pocos, es todo un engranaje.
Esta será la segunda vez que tocas junto a Juan José Chuquisengo a favor de la Fundación Niños del Arco Iris. ¿Cómo se conocieron?
Coincidimos en casa de unos amigos en Manhattan, en 1996. Fuimos invitados a una reunión íntima con ocho personas y terminamos tocando el piano a cuatro manos. Tocamos blues, valses peruanos. Me sorprendió verlo tocar música popular. Lo que hicimos esa noche se repitió por mucho tiempo y se formó la amistad. Juan José, además, practicaba karate y yo kung fu. Cuando llegó a Lima lo invité a conocer a mi maestro y terminó practicando kung fu.
Tuvieron que pasar 20 años para que el concierto “A dos pianos” se hiciera realidad…
Mucho antes tuve la intención de producirlo, pero no tuve apoyo y tampoco contaba con el capital en ese momento. Así que archive el proyecto. Fue en el 2016 que el Gran Teatro Nacional nos invita a hacer este concierto. Ellos acababan de adquirir dos pianos de cola idénticos. Fue la primera vez que tocábamos cada uno en un piano así que estuvimos varios días encerrados ordenándonos. Fue maravilloso. El público respondió enormemente. Luego del concierto nos pidieron que salgamos al foyer a firmar autógrafos.
Cuéntanos sobre el repertorio.
Tenemos uno bastante grande. Lo hemos ido cortando porque el primer concierto juntos duró más de tres horas. En Lima y Bogotá nos han dicho que los conciertos no pueden durar más de 2 horas. Tocamos siempre a los clásicos, Chopin, Rachmaninov. Además de música latinoamericana. La idea es que cuando vayamos a otros países toquemos siempre algo de la música local.
¿Cuál es el futuro de “A dos pianos”?
En octubre iré a Munich, donde vive Juan José. No tenemos conciertos ya organizados pero iré a hacer las conexiones. El plan es llevar este proyecto a todos lados.
¿Te consideras perfeccionista?
No creo en la perfección. Sí en que hay que tratar de sacar lo mejor en el tiempo que se tenga. Lo mejor del hoy. Esa es mi manera de hacer las cosas. A veces uno no se conecta con lo que está haciendo, comiendo, conversando. Un amigo me dijo que la infelicidad del hombre es siempre querer estar donde no estamos y querer estar con quien no podemos.
Alguna frase que describa tu filosofía de vida.
Hay un proverbio cherokee que a mí me ha marcado mucho. Dice, “hay dos lobos en cada ser. Uno es generoso, amable, compasivo y el otro es vengativo, temeroso, mezquino”. Esa primera parte reconoce nuestra dualidad y para mí rompe con cualquier religión. El proverbio pregunta, “¿quién gana? Aquel a quien alimentas”, concluye. Otra frase que me enseño mi maestro es “gota a gota el agua perfora a la piedra”. Las ansias por llegar a la cima no deben existir. No es el camino. Creo que el sistema está hecho para que no nos demos cuenta de esto. Otra cosa interesante que decía mi maestro es “no existe el máximo”. Pensar que ya llegamos al tope es una limitación.
Más información
Auditorio Central de la Universidad de Lima (Av. Javier Prado Este 4600, Surco). El 28 de agosto, 7 p.m. Entradas: Teleticket.