La culpa fue de los Beatles, una vez más. Cuando creyeron que era hora de llenar sus pliegues sensitivos con la mística y espiritualidad, decidieron aterrizar en la India y caminar con los pies descalzos hacia los aposentos de Maharishi Mahesh Yogi, gurú de la meditación trascendental. Sería Paul Horn, famoso músico de jazz, quien se desmarcaría de la rutilante comitiva. Sacó una flauta dulce y se fue al Taj Mahal. Ya bajo la cúpula de mármol de esa joya del arte musulmán —que el poeta Tagore describiría como “una lágrima en la mejilla del tiempo”— mezclaría el canto en hindi de un guardián de las tumbas con el bajo continuo de su instrumento.
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Todo ocurrió el 25 de abril de 1968: el guardia lanzaba una llamada vocal cada minuto para demostrar la notable acústica de la cúpula de mármol, lo que producía un eco ininterrumpido de 28 segundos. El sonido envolvente generó en Horn la débil esperanza de tocar una sola nota en esa notable cámara. “No fue mi intención hacer un álbum, solo quería grabar una cinta dentro del edificio y tocarla para mis amigos”, dijo. Lo cierto es que registró hasta el vuelo de los mosquitos bajo el majestuoso recinto. Y, de regreso en Los Ángeles, editó “Inside the Taj Mahal” (Epic Records, 1969), disco que no solo vendió un millón de copias sino que fundó un nuevo género musical: el de la nueva era.
Simplificando, podría decirse que se trata de una amalgama de armonías modales, consonantes y bajos en forma de drone que, por repetición, crean sensaciones hipnóticas. El problema fue que, bajo esa apariencia de flautas, pianos y guitarras acústicas de secuenciador se irían filtrando imposturas asociadas a cánticos tribales, oraciones en sánscrito y alabanzas tibetanas. El acabose ocurrió cuando fue instrumentalizado por los métodos de relajación. Y entonces la reputación del ‘new age’ se degradó hasta que el núcleo genitor —esa subcultura hippie con sed de infinito, espiritualidad no sectaria y expansión extática— terminó como banda sonora de las más pueriles formas de controlar el estrés.
MAGIA TRASCENDENTE
Todo indica que lo de Ruy Hinostroza Sipkes (1991) va por otro lado. Con tres discos de música meditativa y uno de rock místico, dice poseer un universo referencial que trasciende los socorridos tributos a Kitaro, Vangelis, Jean Michel Jarre y Enya. O la música espiritual de Tito La Rosa. Que lo suyo, en su calidad de ingeniero de sonido por la Universidad Trece de Febrero de Buenos Aires, va más allá de esa ortodoxia de lo ‘trascendental’, cosa que le permite participar tanto de bandas de rock indie —Mundaka, v. gr.— como en festivales internacionales de música cósmica. Pero, claro, en su calidad de profesor de meditación, lo suyo es acompañar los ‘círculos de sonido’ en sesiones de yoga y tocar en espacios ancestrales como la ciudadela de Caral.
No en vano ganó una beca para artistas en Tailandia, donde vivió con monjes y guías espirituales que le enseñaron el uso de instrumentos milenarios. Producto de semejante experiencia sería la grabación de un disco de música relajante (Anahata, 2012), música meditativa (“Círculo de Sonidos”, 2016) y new age (“Un paseo por el cosmos”, 2017). Hasta que, con la pandemia, maduró “Respiración”, primer single del disco de rock místico “Vipassana” que acaba de lanzar. “Retrata un momento emocionalmente duro donde tienes ganas de escapar pero la única salida es mirar hacia adentro y conectar con tu dolor. Su lanzamiento coincide con el final de la cuarentena y se convierte en un acompañante ideal para estos tiempos complicados. ‘Respiración’ es una mezcla de psicodelia, misticismo y rock que nos lleva por estados densos y de iluminación, los mismos que viví durante un retiro espiritual del cual nace este disco”, dice.
En efecto, es el resultado de una experiencia personal en un retiro de meditación de 10 días en completo silencio. “Cada canción corresponde a un día del retiro y en total son 12 canciones, con su respectivo intro y outro. Es, en definitiva, un viaje místico en el que, musicalmente, transitamos por el rock progresivo, matices new age y tribales y con flautas de la India que van y vienen. Las letras narran los aprendizajes y reflexiones de cada día y algunas de ellas contienen la voz del maestro de este retiro, Goenka, que entra y sale como para hacernos reflexionar con sus enseñanzas y revivir esos recuerdos”.
Con letras que refieren los intrincados pensamientos de un hombre en tránsito perpetuo, el disco se puede escuchar por Spotify. Y, por cierto, los sonidos anclados en el track “El mago” homenajean a Rodolfo Hinostroza, padre del autor y fuente de toda inspiración. “Habla sobre la capacidad que tenemos de recordar invocando la información poética y sentir el poder de las palabras, que siempre quedan vigentes. Al escribir esta canción entendí que morir es solo dejar el cuerpo físico, pero la energía de mi padre sigue aquí, al recordarlo, al invocarlo mediante su brillante poesía y toda la sabiduría que contiene. En general, esta canción habla de la magia, esa capacidad que tenemos todos de crear cualquier realidad”, concluye, emocionado.
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