Un tronco de olivo afilado y ardiendo en llamas, clavado en un ojo, fue la llave para escapar. Polifemo, hijo de Poseidón y pastor antropófago –que pertenece, además, a esa segunda generación de cíclopes desposeída de conocimientos elevados–, capturó a Ulises y a sus tropas para engullirlas y saciar su sed de venganza. Los extranjeros habían llegado a sus tierras para saquearlas y él no iba a dejar la falta impune. En su cueva, apresados, los guerreros de Ítaca esperaban su final.
Se trataba, sin embargo, de una treta, por lo menos en la versión de Eurípides. En “El cíclope”, el griego sitúa a Sileno y a los sátiros como los causantes del mortal embrollo. Víctimas del maltrato de Polifemo y condenados a pastorear sus rebaños, ven en Ulises la oportunidad para disfrutar, aunque sea por un momento, de los placeres mundanos de la vida. En medio de las celebraciones, el cíclope los descubre danzando ebrios. Para no ser víctimas de represalias, las criaturas culpan al guerrero y a sus hombres de engañarlos para robarles. De allí que su muerte esté pensada para equilibrar la balanza.
Pero Ulises, el que logró sobrevivir a la Guerra de Troya y salvó a sus tropas de la adicción a las flores de loto, tenía algo que los cíclopes no: inteligencia. Para salvarse los emborrachó, dejó ciego a su captor y huyó cubierto en lana de oveja y haciéndose llamar Nadie.
“Lo que se cuenta aquí es un juego de conveniencias”. Fernando Flores, director de la versión libre a cargo de estudiantes de la Escuela Nacional Superior de Arte Dramático (Ensad) que ya se puede ver en el Teatro Roma, anota que más que inteligencia, lo que termina por ganar la partida es la astucia y el engaño. Cada uno de los personajes quiere lograr algo y está dispuesto a hacer lo que sea necesario para conseguirlo. La cuestión, para él, es que la historia que se deriva de la “Odisea” de Homero ha mitificado al guerrero itaquense (quien da vino para recibir provisiones) y ha situado al cíclope como el enemigo absoluto.
“Pero la gente se olvida de que, para vencerlo, Ulises emborracha a Polifemo –destaca–. Él recurre a eso porque no es nada frente a un semidiós como Polifemo, y actúa casi como si fuera una pepera que va a un bar y lo debilita. Esa es la única forma en la que puede ganarle”.
La farsa, anota Flores, ha sido indispensable para recrear el mundo de Polifemo, que es el de los salvajes e indomables (y por tanto malos), y el de Ulises, que es el del hombre civilizado y conquistador. “Lo que nos podría invitar a hablar del conflicto entre españoles e incas”, agrega Flores.
EL DESTERRADO
Si bien Polifemo ha sido históricamente vapuleado –desde la concepción antropológica antigua, donde quien vivía alejado de la civilización era un salvaje; o desde el simple hecho de que él perteneció al bando de dioses que perdieron prestigio frente a Zeus y compañía, lo que puede resonar como guerras religiosas–, también hay que dudar de sus intenciones.
Tal como se narra en la versión de Eurípides, Polifemo dejó de lado todas las convenciones y reglas de la época relacionadas a la hospitalidad y esclavizó a los sátiros, seres dionisiacos que viven en perpetua abstinencia en una tierra donde no crece la vid. Habría que entender, sin embargo, que su vida está condenada a sufrir en el exilio, producto de su salvajismo y enemistad con Zeus, y que, en ese sentido, sus acciones cobran sentido.
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Lugar: Teatro Roma Ensad. Dirección: calle Emilio Fernández 248, Santa Beatriz. Horario: todos los días hasta el sábado, a las 4 p.m. y 7 p.m. Entrada: libre, capacidad limitada.