Ángel Navarro

Tras el auge de la , es casi imposible separar la imagen del Perú de los restaurantes que lo representan alrededor del mundo, así como del calor de las hornillas, los uniformes blancos y los distinguidos chefs que constantemente exploran nuevas recetas para brindar una experiencia nueva a los comensales más exigentes.

Y es que, tras el éxito de Gastón Acurio en el extranjero y la posterior victoria de Central en el “The World’s 50 Best Restaurants”, los límites de la culinaria nacional parecen no encontrar un fin más allá de la creatividad de quienes cocinan. Tampoco hay un atisbo de que nos encontremos cerca de una etapa de decadencia; todo lo contrario, la identidad del peruano parece ceñirse a la frase: “Eres lo que comes”.

Cuando queremos mostrarle a un extranjero qué es lo que nos hace sentir peruanos, nuestra carta de presentación es la comida. No los llevamos a museos o al teatro, sino a un restaurante para que puedan conocernos”, menciona Javier Valdés. Idea que comparte su compañero de escena. “En el Perú, solo hay dos cosas que nos unen: el fútbol y la gastronomía. Después de eso, no hay un motivo más fuerte que nos haga sentirnos como una sola nación”, agrega Aldo Miyashiro.

Detrás de la cocina

Lo que en apariencia puede ser un punto fuerte de nuestra sociedad, esconde tras de sí una parte siniestra que empuja a la gastronomía a explorar caminos insospechados en el afán de superarse constantemente y mantener el puesto que ahora ocupa en nuestras vidas.

La pregunta siempre fue ‘¿Qué tan dispuestos estamos a hacer cosas que no queremos para mantenernos vigentes?’ ―nos comenta Robinet―. Hay algo de mentira dentro de este éxito, relaciones de poder dentro de la cocina que determinan el fracaso y la gloria de algunos chefs más allá del esfuerzo”.

Para responder a la pregunta, la obra nos cuenta la historia de El Chef (Javier Valdés), el mejor cocinero peruano a nivel mundial, quien tras alcanzar un éxito casi absoluto en todo el mundo se ha propuesto llevar su arte culinario a un siguiente nivel: quiere cocinar a un ser humano. Para ello llega Juan Pérez (Aldo Miyashiro), un cocinero frustrado que busca un momento de gloria al ser un insumo más de quien es su ídolo profesional.

“A pesar de que la premisa sea fantástica, no es algo que esté lejos de la realidad. Pensamos muchas veces en conseguir nuestros quince minutos de fama sin importarnos nada, cegados por la opinión del resto que hoy se mide en visualizaciones en alguna red social”, menciona Miyashiro.

Situado en un “futuro cercano”, la puesta en escena reflexiona también sobre los límites éticos de una sociedad que está en constante persecución de cosas nuevas e instantáneas que ver en sus celulares. “Antes, el límite de lo que uno podía hacer se lo imponía uno mismo o dependía de la educación que te daban. Hoy esos límites son cada vez más difusos y parece que las personas a nuestro alrededor nos condicionan a llevar una vida muy efímera”, concluye Valdés.