La confesión resulta un tanto inquietante. Envuelto en la bata de médico de su amigo de infancia, el poeta Luis Hernández, Reynaldo Arenas suele trabajar o ensayar sus libretos. Cree en la pachamama, y también en la energía que pueden conservar los objetos. Un cuaderno, una bata, una bicicleta y el escritorio del vate son algunas de las reliquias que le quedan de su amigo, el celebrado autor de “Vox horrísona”.
Actualmente en los ensayos de la obra de teatro “La Alondra”, sobre el juicio eclesial seguido a Juana de Arco y bajo la dirección de Jorge Sarmiento, Arenas recuerda en esta entrevista sus propias inquisiciones y verdugos: una vida tortuosa que lo llevó de sus idílicas tardes de infancia en Cusco al acoso escolar y social en Lima causado por lo que en este país sigue siendo una ofensa: ser serrano. Con un muro incaico de utilería de fondo, Andrés Hurtado le rindió homenaje hace no mucho en su programa televisivo. Entonces, le dijo: “Tú eres el Perú… eres Dios”. Luego, le pidió comer el panetón del auspiciador.
— ¿Cuán injusto ha sido el Perú contigo?
No tanto como injusto, porque el hecho de representar al prototipo del hombre peruano me ha dado la facilidad de hacer muchos personajes de la historia como Túpac Amaru, Atahualpa, Atusparia.
— Y, sin embargo, te has quejado de que te han buscado siempre para roles de criminal.
Sí, injusto en cuanto al racismo. Muchas productoras me encasillaban en una época solo para personajes marginales, seres serviles, de los bajos fondos, alcohólicos, drogadictos, violadores. El delincuente tiene que ser afrodescendiente o serrano. No son capaces de darnos un personaje de médico o banquero.
— Has comentado en varias oportunidades sobre los horrores que enfrentaste a tu llegada a Lima, ¿pero cuáles son los recuerdos más bellos que guardas de tu infancia en Cusco?
Fue una infancia muy bonita y tierna. Vivía en la Calle de Fierro, en una casa grande y bella que era propiedad de un político, el señor Loayza, que en las noches permitía que se hospedaran allí campesinos de Písac y Paucartambo que venían a vender sus artesanías. Eran noches de mucha música, y yo vivía allí junto con unos tíos cajamarquinos que eran comerciantes de sombreros. Estuve allí hasta los 5 años, y recuerdo que mi mamá nos compraba unos barquitos de palo santo y nos íbamos a la pileta de la Plaza de Armas a jugar. En el barrio donde yo vivía había muchos artistas, músicos de arpa y violín, gente que cantaba, gente que bordaba, gente que hacía telares, que pintaba acuarela.
— Entonces viniste a Lima.
Fue un golpe brutal, brutal, porque venir del campo, de las ovejas, de la pachamama, venir al concreto y, sobre todo, a la avenida Arica donde había mucha congestión de tránsito... pero la ventaja de vivir allí es que al frente estaba el oratorio de los salesianos, donde podíamos jugar ajedrez o pimpón. Era un refugio, y si asistías todos los días para Navidad tenías derecho a unos premios fabulosos: chompas, casacas, zapatos, pantalones, juguetes. Eso fue antes de ir al puericultorio, donde estuve 18 meses porque mi mamá se enfermó. En esas rotondas del Pérez Araníbar declamábamos poesía, hacíamos teatro, pintábamos, y a veces los papás traían alimentos y me regalaban un poco a mí también. Fue una época linda. Yo desde pequeño tenía cierta noción de que había momentos en que había que estar solo, porque durante mucho tiempo mi mamá trabajó como empleada doméstica y yo tenía que esconderme de los patrones porque a veces no aceptaban mujeres con hijos, pero eso cambió cuando mi mamá fue a trabajar a la casa de los Hernández, donde fui aceptado como un hijo más.
— Lo que se llama “cama adentro”.
¡Exacto! Y ahí conocí a este gran amigo, Luis Hernández, y estuve con ellos hasta los 11 años cuando mi mamá se salió para dedicarse a coser pantalones para la policía, y a lavar ropa. Con los Hernández yo era un hijo más de la familia, gozaba de las propinas de los domingos, de los regalos de Navidad, los regalos de cumpleaños, y con Lucho hasta el final nos unió una gran amistad, y prácticamente lo vi hasta sus últimos momentos cuando se fue a Argentina, donde lo mataron, porque él no se suicidó, nunca.
— ¿Qué lo hacía un gran amigo?
Lucho era un tipo muy auténtico, sensible, dadivoso, inteligente y sabio, un hombre que dominaba todo.
— Con una gran biblioteca en la casa de sus padres.
Inmensa, inmensa, era una habitación completa, y había libros dispersados por toda la casa, no solo en la biblioteca, sino en el comedor, en el cuarto, en el bar, libros, libros, libros y libros de todo tipo y naturaleza: de arte, filosofía, música. Era una puerta abierta para poder cultivarte, y además Lucho era un tipo amante del teatro, de la música, del ballet, de la ópera, un tipo que destilaba arte. Íbamos al cine y de ahí veníamos a la casa a reproducir lo que habíamos visto.
— ¿Era la felicidad total?
Sí, y los veranos todos los días a la playa, y en las tardes a hacer teatro, música, danza, a escuchar programas de la radio, como el príncipe Tamakún, una especie de Indiana Jones. Fue una época muy linda.
— Y hacían radionovelas.
¡Claro! Él tenía unas grabadoras que no eran de carrete, sino con hilo de metal, y nos daba unos textos para leer, y por supuesto todo era literatura rusa e inglesa, y leíamos y jugábamos.
— Esa voz tan honda que tienes, ¿siempre la has tenido?
No, la he trabajado en la escuela.
— ¿Pero hablas así a diario, hasta cuando pides que te pasen el pan en el desayuno?
Sí, sí, ya es una voz cultivada por el teatro, pero yo antes era una persona con un fuerte acento serrano, y eso era una especie de barrera para ser actor. Todo el mundo me decía que era cusqueño o cajamarquino, no decía Ramón, sino Rshamón o Rshaquel, ajustaba las erres, era tímido y hablaba muy bajo, pero la experiencia del teatro me ha permitido tener una voz sonora y clara.
— Has comentado en varias oportunidades sobre el racismo feroz con el que te topaste al llegar a Lima, lo que en Cusco no habías experimentado.
No, pero hace diez años tuve un percance en el Cusco. Cuando viajo para allá me gusta andar con poncho y chullo, y una tarde estaba en la plaza Regocijo tocando mi quena al lado de un chico argentino que tocaba su guitarra, y vino una policía municipal y me dice: “Retírate, indio, fuera de acá”. Yo pensé que estaba haciendo mucha bulla y me fui, pero el chico siguió tocando desgarradamente su guitarra y no le decían nada. Entonces volví a tocar y la policía me dijo: “¡Indio de mierda, retírate!”. Me saqué el chullo y comenzamos un boca a boca, ella se puso a llorar, me trajo a su jefe y le dijo que yo le había dicho que era una bestia, pero el señor me reconoció y me dijo: “Señor Arenas, ¿qué sucede?”. “No lo sé”, le dije, “yo estoy tocando quena, viene y me agrede y al señor que está tocando guitarra no le dice nada, ¿cuál es su prejuicio contra los indios?”. La chica me pidió perdón y le dije que nada de perdón, que cuál era su problema si ella era tan chola como yo. ¡Y esto en mi propia ciudad! Es grave ser cholo en este país, pues, es grave. Esas cosas te ocurren a diario.
— ¿Estás cansado?
No, acostumbrado. Vivimos en un país racista y elitista. El otro día me pasé una luz ámbar. El policía me paró, me pidió mis papeles, saqué mi DNI, me miró y me dijo: “Si usted es Reynaldo Arenas, yo soy Marlon Brando”, y me llevó a la comisaría. Es un país donde el cholo cholea al cholo. Ahora, incluso, es denigrante, en algunos clubs hay servicios higiénicos y espacios especiales para las sirvientas, y no puedes mezclarte con el resto de gente. Es terrible.
AL DESNUDO
— Has actuado calato en café-teatro.
¡Oh, sí! En El Diablo, el Nautilus y El Ático, en los 80, cuando el café-teatro estaba en toda su efervescencia. Hice, por ejemplo, “El último tango en París”.
— ¿Con la escena de la mantequilla?
Sí, y se ganaba mucho dinero en esa época. ¡Dos mil dólares al mes por calatearse me parecía un negocio redondo! Pero no era nada porno, sino muy estético, con juegos de luces y transparencias. Es curioso, porque el café-teatro nace como café-concert en espacios donde se hacían brevísimas obras de teatro de treinta minutos. Se hacían obras de Allan Poe o Peter Shaffer, en el Urpi, en el pasaje Los Pinos, pero después vino el argentino Vinko que comenzó a trastocar la idea del café-teatro y a meterle chistes en doble sentido y vedettes, y terminó siendo muy pervertido y mal actuado. Incluso, últimamente se ha presentado Susy Díaz con la obra “La Caperucita Rota”. En eso terminó.
— ¿Y la primera vez que te calateaste?
Hubo una vergüenza, pero era teatro, y eran 500 dólares semanales que iban para la casa, para la comida, para la niña.
— ¿Lo volverías a hacer?
¡No, ya no! Ya no hay tanta urgencia de plata, pero esto me trajo problemas también porque mi hija estudió en colegio religioso, y la monja me llamó a decirme que cómo era posible, me dijo: “¿¡Qué está usted haciendo!?, los padres de familia nos han llamado la atención sobre un padre pervertido que se presenta en las noches a hacer cosas inmundas!”. Y tuve que explicarle: “No hay nada inmundo, es la historia de un excombatiente de Vietnam que se encuentra con una chica y hay un encuentro sexual, pero no se copula en el escenario, madre, si quiere vaya a verla”. Y la madre lo entendió.
— Has sido también taxista y quiosquero.
¡Qué no he hecho para vivir! He hecho taxi, tuve un quiosco en la playa, afilé cuchillos en Puerto Maldonado, tuve una bodega ambulante en el río, en una canoa, y en el aeropuerto decía: “¡Oro Tours, oro Tours!”, y me llevaba a los gringos a los lavaderos. Gané tanta plata, amiga, tanta plata, que vine a Lima y puse una dulcería en Pueblo Libre, donde un día aparece un amigo y me dice: “Reynaldo, están convocando a un cásting para una película sobre Túpac Amaru, sería bueno que te presentes”. Le hice caso y me presenté. Yo era flaco, pesaba 60 kilos, y todos los días durante un año me preparé, de 5 a 7 de la mañana iba al gimnasio y los sábados al Potao a montar a caballo. Al año siguiente, cuando me presenté dijeron: “¿Quién es esta bestia?”. Pesaba 85 kilos, tenía el pelo hasta acá, largo, y me había aprendido algunas palabras en quechua. Dijeron: “Ya tenemos el Túpac Amaru”. Y me escogieron. Yo había ido por otro papelito. Entonces cerramos la dulcería. Mi mamá me dijo: “Tú vuelves a tu profesión, no has nacido para estar detrás de un mostrador”. Se filmó, se estrenó, y a raíz de eso los productores se dieron cuenta de que no solo podía hacer de delincuente.
Más información
"La Alondra"
Estreno: 9 de noviembre.
Lugar: Teatro del Centro de la Amistad Peruano-China (cruce de la Av. de la Peruanidad y Jr. Los Mogaburos, Jesús María).
Entrada: boletería.