Los Productores tienen claro que lo suyo es el entretenimiento.
Desde que se entra al teatro Pirandello, la música alegre suena fuerte, y hay colas para comprar bocaditos y bebidas que se permiten dentro de la sala. Un acierto poco recordado. Y antes de empezar “Charada”, cuando las personas todavía buscan sus asientos, Sebastián Stimman y Carlos Casella se paran sobre el escenario y suben a dos voluntarios del público. Si adivinan la película, se llevarán un vale de consumo de uno de sus auspiciadores. La audiencia se ríe. La dinámica funciona a la perfección: la energía del teatro está a tope, luego de un ejercicio que se debate entre la improvisación y el ‘coaching’ de ventas. Entonces suena la tercera llamada.
Los Productores también apuestan por cierto tipo de obras. Mientras que algunos podrían decir que siguen el mismo libreto desde hace un buen rato –parejas reunidas en una sala se divierten hasta que algo detona, se pelean y dicen lo que no suelen decir– y que sus propuestas visuales son sospechosamente parecidas entre ellas, creo que sería más exacto hablar de su sello. Porque si bien todas las críticas tienen algo de verdad, omiten una todavía más importante: sus montajes son prolijos y de buena calidad. Saben lo que hacen.
“Charada” es la confirmación. Nelson Valente, autor del texto, ha sido claro al hablar de “Dígalo con mímica”, nombre que llevó en su temporada en Corrientes. Sí, es un texto pensado para el circuito más comercial, casi una Coca-Cola helada, pero que le permite hablar de lo que realmente le interesa, las pequeñas y cotidianas expresiones de violencia. El asunto es que la rapidez y la falta de pausa se roban la atención y dejan sin espacio a cualquier tipo de reflexión. Artificios y descargas de energía. Tiene sentido: el público fue a divertirse, a nada más. Es casi como ver una comedia de Netflix, solo que con la potencia de ser en vivo.
En ese sentido, “Charada” es sobresaliente. En casi toda la hora y 13 minutos de duración, el público no deja de carcajearse. El elenco, en los momentos precisos en los que debe destacar, brilla. Jimena Lindo saca lustre a sus recursos pasando de la verborrea a la rabia incontenible mientras su personaje se burla de la infidelidad. César Ritter propone una calma que saca de quicio pero que articula las dinámicas de las otras parejas. No hay mayores sorpresas en su interpretación: nos gustaría verlo en un papel más arriesgado.
También están Stimman y Casella, quienes proponen un trabajo corporal notable que jamás cruza la frontera hacia la burla, y Úrsula Boza, con un personaje menor que huye de la anagnórisis, pero al que logra sacar adelante. Parece sentirse cómoda sosteniendo la energía muy alta. Finalmente, Pablo Saldarriaga, a quien le bastan un par de gestos para que la audiencia explote de risa, demostración de su experiencia y destreza.
Analizar la dirección, a cargo de Alejandro Clavier y Rodolfo Reaño, es más complejo. Teniendo en cuenta la obra original y dejando de lado los peruanismos –y otras referencias al contexto nacional que se incluyeron– y cambios más notorios –como los de vestuario–, ¿en qué habrá consistido su propuesta? ¿Qué tantas posibilidades habrán tenido para jugar con el libreto? A diferencia de otras obras en cartelera, esta no está en Teatrix. Aun sin esas respuestas, “Charada” debería estar en sus planes de fin de semana.
Lugar: teatro Pirandello (Av. Alejandro Tirado 274, Lima). Funciones: de jueves a domingo. Temporada: hasta el lunes 27 de abril. Dirección: Alejandro Clavier y Rodolfo Reaño.
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