‘Lo juro por lo que más quieras, salté junto a Shilton pero le di con la cabeza’, diría después de haber tocado el cielo. Lo tocó él y lo tocaron 114 mil almas congregadas en el Estadio Azteca. Era el 22 de junio de 1986. ‘Lo hice con la cabeza de Maradona, pero con la mano de Dios’, agregó. Quién diría que 34 años después sobre esa misma cabeza no se posaría una pelota: una venda blanca tapaba la herida posoperatoria de un grave hematoma subdural. Y así, con semejante herida de venas abiertas en la superficie del cerebro y su cubierta externa, su médico y él se hicieron un selfie.
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Esa fue la última foto pública de uno de los hombres más fotografiados del mundo. Ese astro del Azteca que doce mil 575 días después de rasgar la bóveda celeste abandonó este mundo para volverse sideral. “Desde el azul se han desprendido panes dorados por la luz que vienen desde el fondo del universo, genios del hambre y la esperanza vuelan junto a tu corazón: no los olvides nunca, juega por ellos”, dice la copla olvidada de un folklorista de Santiago del Estero que se escucha ahora mismo en las rejas que resguardan la Casa Rosada, dispuesta a abrir sus puertas para que un millón de argentinos se despidan de ‘D10S’. Allí será velado el niño prodigio de Villa Fiorito, el pibe humilde que nació con una pelota. Y la esculpió tanto hasta convertirla en una estrella.
Esa que nunca se despegó de sus botines en el inmortal minuto 55 del partido frente a Inglaterra: recibe la pelota del ‘negro’ Enrique, pisa el balón y se viste de mago: empieza a convertir a cinco ingleses en postes. Hoddle, Reid, Sansom, Butcher y Fenwick quedan sembrados en la grama mientras la voz del relator acompaña una sinfonía de 10.6 segundos: ‘arranca por la derecha el genio del fútbol mundial, deja el tendal y va a tocar para Burruchaga. Siempre Maradona, genio, genio, ¡genio! Ta-ta-ta-ta-ta-ta-ta-ta. Gooooool. Gooooool. ¡Quiero llorar! Barrilete cósmico, ¿de qué planeta viniste para dejar en el camino a tanto inglés? Gracias, Dios, por el fútbol. Por Maradona. Por estas lágrimas. Por este Argentina 2 - Inglaterra 0″.
Iglesia Maradoniana
“Todos llevamos adentro el cielo y el infierno”, decía Óscar Wilde para significar el movimiento pendular que compone la existencia humana. Pero los cardiólogos de Maradona pensaban otra cosa, que el hombre caminaba con un certificado de defunción en el bolsillo. 120 kilos de peso, arritmia e hipertensión por exceso de cocaína parecían precipitar cada vez más al Diego hacia el peor de los desenlaces desde su primer positivo (Nápoles, 1991) hasta reincidir en vivo y en directo la tarde que salió del gramado de la mano de una enfermera que lo llevaba al control antidoping (Mundial EE.UU. 94) Tristes días de efedrina inaugurando una trayectoria signada por detenciones policiales, agresiones con rifle comprimido e innumerables escándalos maritales.
Incluyendo un reguero de paternidades que, dicen, acercan a diez los hijos no reconocidos del diez. Se incluiría en la lista a dos párvulos nacidos en Cuba, a donde fue para desintoxicarse pero terminó cimentando su romance con los más connotados capitostes de la izquierda latinoamericana. En 2000 y 2004 se salvó gracias dos milagros no precisamente atribuibles a su tatuaje del Che. Entonces, especialmente entre los miembros de la Iglesia Maradoniana fundada en Rosario, se pensó que era realmente inmortal. Y la dinámica agonía-resurrección devendría en una constante. Pero la muerte de sus padres lo devolverían al suelo. Y allí quedó, mito y leyenda atrapado en un cuerpo vulnerable.
Inconexo, balbuceante y sin norte, erró por Arabia Saudita y entrenó a un club de la segunda división mexicana. Y como lo que quedó del astro era un planetoide devastado y sin rumbo, solo quedó recordarlo desde la ficción. Benedetti dijo que su gol con la mano era “la única prueba fiable de la existencia de Dios”. “Es un dios sucio, pecador, el más humano de los dioses”, escribió Eduardo Galeano. “Qué me importa lo que Diego hizo con su vida, me importa lo que hizo con la mía”, apostilló Roberto Fontanarrosa. “Para dos o tres mil millones de personas la Argentina y los argentinos no somos nada más o nada menos que la confusa nube de pedos que aureola la pierna izquierda del Gran Diez”, sentenció Juan Villoro. “Maradona es un dilapidador que anda por el mundo con la reserva acumulada durante algunos años mágicos en el fútbol”, sentenció Beatriz Sarlo.
¿Y qué deseó Maradona para sus últimos días? “De viejo me gustaría disfrutar de mis nietos, No puedo soñar envejecer con (su ex mujer) Claudia porque no tengo ninguna posibilidad, pero era lo que soñaba. Envejecer con mis nietos sería una muerte tranquila”. Eso dijo Diego Maradona en una auto entrevista televisiva (“La noche del 10”, 2005). “¿Y si tuvieras que decirle en el cementerio una palabras a Maradona, qué le dirías? Gracias por haber jugado al fútbol porque es el deporte que me dio más alegría, más libertad, es como tocar el cielo con las manos. Gracias a la pelota, pondría una lápida con un gracias a la pelota”. Que así sea. Y no se manche nunca.
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