El niño que recolectaba huevos de gallinas de la granja familiar en Beit Hanan, un pueblo cerca de Tel Aviv que hasta hace poco tenía menos de 550 habitantes, se convirtió en el científico que sostiene que los primeros extraterrestres ya están aquí. Las reflexiones filosóficas que leía en la cima de los montes, las cambió por certezas comprobables y la cátedra de Astrofísica en la Universidad de Harvard, desde donde propuso una de las teorías más inquietantes y polémicas sobre la vida afuera de la Tierra. Por ella, Abraham Loeb (Israel, 1962) ha sido vilipendiado por sus colegas.
¿A qué se refiere con una afirmación tan controversial? La explicación está en su libro “Extraterrestre: la humanidad ante el primer signo de vida inteligente más allá de la Tierra” (Planeta, 2021), que tiene como eje central el Oumuamua, objeto interestelar que no se parece a nada de lo que conocemos, y que, el 6 noviembre del 2017, pasó por nuestra casa. Haberlo detectado haría que sus colegas se emocionaran, pensó, pero sucedió todo lo contrario.
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¿La reacción fue un signo de estos tiempos? ¿Qué pasó para que la comunidad científica perdiera la chispa? ¿Cómo afectará esa pérdida del norte a las revelaciones que el Pentágono haga sobre lo que sabe de la vida extraterrestre? De eso conversamos con Loeb, quien también es miembro del Consejo de Asesores de la Presidencia de Estados Unidos.
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—¿Vivimos en tiempos de crisis del pensamiento científico? Parece que cada vez es más fácil toparse con antivacunas o con quienes creen en brebajes para evitar el coronavirus.
La ciencia es el vehículo principal que nos llevará hacia adelante. No hay substituto para ella. A diferencia de la economía -en la que cuando una persona gana, la otra pierde- el conocimiento científico añade valor, y se puede compartir y confiar en los resultados. Ahora bien, muchas veces la ciencia no tiene suficientes evidencias y es como un detective sin pistas y con muchos sospechosos. En ese sentido, la ciencia es un trabajo en constante desarrollo… Hasta que se consigue suficiente evidencia, los resultados se vuelven claros y lo que se descubre se convierte en sentido común. Y deberíamos estar celebrando la vacuna, especialmente las de tipo ARNm que son completamente sintéticas, hechas en laboratorios gracias nuestra manera científica de entender las cosas, porque las estadísticas son impresionantes. En Estados Unidos, más del 99% de las personas que se vacunaron evitaron ser hospitalizadas. Solo piénsalo: prácticamente nadie terminó en el hospital. Pero no se está celebrando lo suficiente en los medios y no se está comunicando lo suficiente. La ciencia no es una ocupación de una élite ni algo que solo un grupo selecto pueda entender. Es algo que todos podemos comprender si nos lo explican de manera clara.
—¿Diría que el problema es que es más fácil asumir que el problema es el otro?
Y que muchas personas en la academia se sientan elevados y le hablen al público como diciendo: “Yo sé algo y ustedes no, así que déjenme decirles qué tienen que hacer”. Esa es una forma errada de hacer ciencia; por el contrario, yo la entiendo como una forma de vida. Te doy un ejemplo: cuando tienes un problema con las tuberías de tu casa, llamas a un gasfitero y lo que él hace es mirar toda la evidencia, decidir cuál puede ser el problema, tratar de arreglarlo y confirmar si logró su objetivo. Ese es un experimento científico y es cuestión de sentido común.
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—Y en lo que se refiere al resto de la comunidad, ¿siente que existe una tendencia a pensar que el otro, el que no piensa como uno, es un idiota?
Sí, y es un error. Una de las razones por las que me interesa buscar inteligencia en el espacio es porque no la encuentro en la Tierra con mucha frecuencia. A lo que me refiero es que perdemos muchos recursos peleándonos entre nosotros y tratando de sentirnos superiores al resto. Ese es el origen de toda la maldad en el mundo: personas que tratan de sentirse mejores que otras. Ese es el origen del racismo, y basta con fijarse en lo grande que es el universo para preguntarse ¿en qué circunstancias las diferencias en el color de la piel tienen substancia? Si nos fijamos en el panorama completo, nosotros somos como actores sobre un escenario y no sabemos de qué se trata la obra. Con eso en mente, lo primero que te das cuenta si eres un astrónomo, si miras al cielo y observas el universo, es que ese escenario es grandísimo, y que la obra se ha estado montando por 13.8 millones de años desde el Big Bang, y que nosotros llegamos al final, así que claramente no somos los personajes principales. A esto me refiero con el error que cometen algunas personas al sentirse superiores y creer que todo se centra en ellos.
Aristóteles dijo que éramos el centro del universo y lo puedo entender porque mi hija, cuando era niña y vivía en casa, pensaba eso y que era la más inteligente. Hasta que la llevamos al nido y vio el mundo desde una perspectiva distinta, vio a otros niños que eran más inteligentes. Por eso creo que nuestra civilización solo madurará cuando conozca a otras. Creer que somos únicos, especiales y privilegiados es una arrogancia que no se justifica por lo que sabemos. Ni siquiera lo que está en nuestro patio trasero es privilegiado: el sistema Tierra-Sol es muy común, cerca de casi la mitad de estrellas solares tienen un planeta como el nuestro. Eso lo supimos hace medio año gracias al telescopio espacial Kepler, así que mejor seamos modestos y humildes.
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La ciencia se basa en la evidencia, no es un monólogo en el que uno dice cómo debería ser la realidad. Pero muchas personas piensan lo contrario. Recuerda a los filósofos que no querían ver a través del telescopio de Galileo porque ya tenían “sus respuestas”. En todo caso, no se puede confiar en alguien que dice: “vi un milagro”, y lo que describe nunca vuelve a suceder. La ciencia tiene que poder reproducir los resultados. Pero, al final del día, a la realidad no le interesa si la ignoramos. La Tierra va a seguir girando alrededor del Sol sin interesarle lo que digan los filósofos.
Lo bueno de la ciencia es que anima a que las personas colaboren, compartan información y trabajen juntos, lo que es muy difícil para los políticos. En diferentes países y, en algunos casos, por intereses nacionalistas, se evita la cooperación. El mejor ejemplo fue que China se esmeró por dejar afuera de Wuhan a las autoridades de salud internacionales, cuando dejarlos entrar pudo habernos ahorrado tiempo en el desarrollo de la vacuna. Aun así, soy optimista, creo que eventualmente los humanos veremos la luz y estableceremos más políticas para cooperar en temas científicos. Ese será el tema más importante del futuro.
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—¿Se siente cómodo y tranquilo sabiendo que hay cosas que no se pueden entender?
Hay muchas cosas que nos suceden y que no llegamos a entender por completo. Muchas de ellas se deben a circunstancias desconocidas y, a veces, no sabemos si hubo alguien que decidió que pasaran. Hay mucha incertidumbre en nuestras vidas, pero eso no significa que no existan explicaciones, solo que no tenemos toda la información. Las estadísticas nos pueden ayudar a conocer las chances de que algo suceda. Es como el clima, que es probabilístico: pones cierta información en la computadora para intentar predecir, pero solo funciona por tiempo limitado porque eventualmente el caos aparece y las más pequeñas incertidumbres causarán grandes diferencias en el resultado. Eso se aplica a la vida así que uno tiene que aprender a nadar sobre la ola y no pensar que cómo las olas fueron creadas.
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—¿Han cambiado sus perspectivas sobre la existencia de vida afuera de la Tierra?
Sí, y hay varias razones para eso. Una de ellas es que, en los últimos años, se hizo claro que los planetas como la Tierra, ubicados en la zona habitable de las estrellas y a una distancia similar del Sol, son muy comunes. Cerca de un cuarto de la mitad de todas las estrellas tiene planteas así, y eso significa que, si replicas las condiciones y circunstancias de la Tierra en otros lados, podrías tener agua líquida en la superficie y la química de la vida como la conocemos. Eso me hace pensar que deberíamos aceptar las presunciones subyacentes, como, por ejemplo, el hecho de que quizás no seamos tan especiales y únicos, y que hay cosas como nosotros desde antes, porque muchas de las estrellas se formaron hace mil millones de años antes que el Sol. En ese sentido, otras civilizaciones u otras formas de vida nos precedieron, y como nosotros llegamos relativamente tarde, puede que muchas de ellas ya estén muertas, así que no podemos encontrar señales de radio. Lo que sí podemos hacer es buscar sus reliquias, así como los arqueólogos, y encontrar evidencia de culturas antiguas.
Otra de las razones es el Oumuamua, un objeto extraño que no se parece a nada que conozcamos. Es el primero que descubrimos que viene desde las afueras del Sistema Solar y yo me enfoco en sus anomalías, en sus rarezas, y defiendo que quizás es producto de alguna civilización tecnológica. Descubrir ese objeto es como estar en una playa con muchas piedras y toparse con una botella de plástico, evidencia de que allí hay o hubo una civilización.
—Con eso en mente, ¿cuán probable es que haya vida inteligente fuera de la Tierra?
No tenemos información así que no podemos decir nada sobre las posibilidades. Pero yo me aproximo a este tema como lo hizo mi hija después de ir al nido. El punto es ser más modestos y asumir que, en el pasado, existieron seres como nosotros y que, quizás, existan en otros lugares, y buscarlos. No podemos cerrar las ventanas y decir que no queremos ver si tenemos vecinos. Nuestra tarea es entender si estamos solos o no, y, si tuviera que adivinar, probablemente diría que hubo cosas parecidas a nosotros hace mil millones de años, y que quizás muchas de ellas ya no estén vivas. Somos tan comunes como hormigas en el pavimento, no somos particularmente significativos.
Hoy por hoy se busca vida primitiva, microbios, porque su existencia no afecta nuestro ego. Si la encontramos, las personas dirán: “¡Ah! No era tan sofisticada”. La siguiente generación de telescopios e instrumentos buscarán si hay oxígeno en las atmósferas de los planetas como señal de vida, pero el oxígeno no apareció en la Tierra sino después de los primeros dos mil millones de años y ya habían microorganismos en la superficie. El oxígeno no dirá si hay o no hay vida. Pero si usamos otros instrumentos, como la búsqueda de contaminación industrial, moléculas CFC que producimos por los sistemas de refrigeración, y descubrimos algo, sería concluyente porque la naturaleza no hace esa esas grandes moléculas, son artificiales. Mi punto es que, aun si las civilizaciones tecnológicas no son tan abundantes como las de los microbios, sería más fácil identificarlas porque la señal que producen es más concluyente.
—¿Qué cree que dirá el informe del Pentágono?
No lo sé, pero quizás sean videos similares a los que ya se conocen. Mi aproximación es que no debemos depender de los testimonios del personal militar porque no tienen los mejores equipos para grabar esos fenómenos inusuales. Lo que deberíamos hacer es desplegar las mejores cámaras que tenemos y los mejores sensores de audio en los mismos lugares en los que se reportaron las anomalías y ver si conseguimos información. La ciencia se trata de la capacidad de reproducir la evidencia, ver si se puede confirmar si algo inusual sucede. Así que creo que, en vez de ignorar esos reportes, que es la forma en la que la comunidad científica se porta ahora mismo, deberíamos hacer experimentos.
—A los protagonistas de esos videos se les suele llamar alienígenas. ¿Es el término correcto?
Depende del origen. Podrían ser otras cosas: en la mayoría de casos quizás sean resultados del mal funcionamiento de los instrumentos, una ilusión óptica, un fenómeno natural que produce la impresión visual de que no es un objeto real, o podría ser un equipo que dejó alguien del que no sabes nada. Todas estas teorías necesitan ser confirmadas, y si no es nada de esto, bien podría ser algo que no esperábamos y que llegó del espacio.
—¿Deberíamos temerles a nuestros vecinos de la Vía Láctea o todo es una invención de la ciencia ficción?
Cuando vas por la selva, lo mejor es ir callado. Nunca sabes si habrán depredadores. Desafortunadamente, no hemos seguido esa regla porque transmitimos radio frecuencias desde hace más de cien años, así que, si hay alguna civilización con radiotelescopios a un par de años luz de distancia, saben de nosotros. A ellos les tomaría un millón de años llegar hasta aquí si usan cohetes con propulsión química, del tipo del Voyager o New Horizons. Eso nos daría tiempo. Pero también podrían usar una tecnología distinta y llegar antes. Deberíamos estar abiertos a esa posibilidad y monitorear el cielo. Lo que sucede ahora es que la posibilidad de que el Oumuamua tenga un origen artificial tuvo mucho rechazo. La comunidad científica ha ridiculizado esta idea y no quieren discutir con estándares científicos las anomalías de este objeto.
—¿Me está diciendo que, a los humanos, incluida la comunidad científica, nos cuesta asumir la posibilidad de que haya vida afuera de la Tierra?
A menos que consigamos evidencia como la fotografía de un objeto que no se ve natural, que no se ve como una roca. Dicen que una imagen vale más que mil palabras, pero en mi caso serían 66 mil que son las que usé para escribir mi libro. Con una foto no tendría que haberlo escrito. Ahora bien, hubo una misión en la que se tomó una foto. Fue la nave espacial Osiris-Rex que aterrizó en el asteroide Bennu, y la idea es ver cómo es la piedra. Esa muestra llegará en el 2023. Si hacemos algo así con un objeto interestelar y no se ve como una roca sino como un pedazo de equipo artificial, nadie dudaría que es de otra civilización. Claro que siempre habrán conspiracionistas, gente que dice que nunca fuimos a la Luna.
—¿Qué dice de la comunidad científica que se descarte tan fácilmente la teoría de que el Oumuamua es un objeto artificial?
Desafortunadamente, en la comunidad científica hay dos tipos de personas. Están las que prefieren no lidiar con la evidencia que las saca de su zona de confort. Recuerdo que cuando se discutían las anomalías del Oumuamua, uno de mis colegas me dijo: “Ese objeto es tan extraño que ojalá nunca hubiera existido”. Esa es la actitud de un hombre de las cavernas que está acostumbrado a jugar con piedras y al que se le da un celular: lo que va a decir es una piedra brillante. Estas personas no quieren lidiar con la evidencia que pone en jaque a sus conocimientos y prefieren seguir pensando que todo sigue igual. También tienes la comunidad de físicos teóricos que trabajan en ideas muy especulativas, del multiverso, extradimensiones, de la teoría de las cuerdas, ideas que en el futuro cercano no podrán ser puestas a prueba. Esos tipos de personas tienen un común denominador: no necesitan evidencia para mantener sus creencias. Ellos se regocijan en sus grandes comunidades y dan premios a la gimnasia intelectual y a la manipulación matemática, y eso es poco saludable para la comunidad científica. Si hay algo inusual, discutámoslo, pongamos las cartas sobre la mesa. Y, si no hay forma de hacer experimentos para probar nuestras ideas, entonces trabajemos en otras cosas.
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