Tras una semana cargada de rumores sobre su salud, Benedicto XVI falleció este 31 de diciembre a los 95 años en el Monasterio Mater Ecclesiae del Vaticano. Su deceso se produjo días después de que el papa Francisco reconociera que el emérito estaba “muy enfermo” y de que el Vaticano rompiera con su costumbre de no hablar del tema y reconociera que la salud de Joseph Ratzinger se había agravado por el avance de la edad.
Con su partida, además de las oraciones de fieles y obispos de Europa, Estados Unidos y otros países, han reflotado los análisis de lo que significó para la Iglesia Católica la figura de Benedicto XVI, que en el 2013 se convirtió en el primer pontífice en renunciar a su cargo en casi 600 años. El último había sido Gregorio XII, a principios del siglo XV.
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Pablo Blanco Sarto, sacerdote y teólogo español que ha escrito una biografía y varios textos de Ratzinger, conversó con El Comercio sobre la obra del Papa emérito y de los hechos que le siguieron a su renuncia.
—¿Qué significa la figura de Benedicto XVI, después de lo que implicó su renuncia?
Él es un gran teólogo alemán que llegó a ser Papa y yo creo que eso es significativo porque Alemania es un hervidero de ideas, donde se han creado corrientes de pensamiento de todo tipo y resulta que todo ese pensamiento ha llegado a Roma. En cierto modo, eso se ha contrastado con la realidad de la Iglesia mundial. Se dio la confrontación de la teoría con la realidad. Si alguien que viene de una universidad alemana de repente está en un lugar como Roma, donde vienen ideas, datos, información de todo el mundo, digamos que esa teoría se puede apresurar. A mí me parece que esa unión entre teoría o teología y práctica es interesante.
—¿Cómo será recordado Benedicto XVI?
Primero, por un magisterio fecundo, que bebe en la escritura y en los primeros cristianos, pero que también mira al futuro, ese futuro del que también nos habla el papa Francisco, un futuro de reforma, de purificación, de una Iglesia más ligera para ejercer la evangelización de todo el mundo. Será recordado, además, por el gesto de la renuncia, que es importante. Que un Papa diga en un momento dado que no es indispensable y que pasa el relevo a otro es un gesto que hace pensar. Él ha servido a la Iglesia como teólogo en Alemania, como arzobispo, como prefecto y como Papa por ocho años.
—¿Qué es lo que se le critica? ¿Cuáles son las sombras de su papado?
Evidentemente ha habido problemas. La decisión de afrontar los abusos, algo que entra en ese programa de purificación y reforma de la iglesia, tiene un precio y se ha visto con todo lo que significó las filtraciones de los Vatileaks. De todas formas, yo creo que eso no es lo más importante. Se suele presentar eso como causa de la renuncia, pero yo creo que tiene una fundamentación teológica más honda y que indudablemente esas circunstancias pueden influir. Detrás de su dimisión hay algo más que solo retirarse ante circunstancias adversas. Además, ese no es el estilo de Ratzinger, que siempre ha estado afrontando las dificultades, entonces sería un poco raro que de repente se quitara del medio sin más. Yo insisto en que hay una teología de la renuncia, de decir “yo he servido aquí un tiempo y ahora que venga otro y que siga”.
—¿Cómo ha sido la relación con el papa Francisco después de la renuncia? Hemos tenido dos Papas por primera vez desde hace casi 600 años.
Según dice el mismo papa Francisco, ha sido excelente. Le hacía frecuentes visitas y siempre, tanto el papa Francisco como el Papa emérito, se han mostrado muy cercanos y disponibles los dos. Primero porque Benedicto XVI nunca ha hecho la contra a Francisco, sino que ha permanecido en silencio y en oración, y yo creo que ha hecho un importante aporte a través de esa oración por la Iglesia en momentos en que no eran sencillos. Y yo creo que el papa Francisco lo valora, dentro de las diferencias de estilo y mentalidad que lógicamente hay. Si tienes un sabio en los jardines vaticanos me parece lógico que de vez en cuando uno vaya a pedir consejo o simplemente a hacerle visita y rendirle honores. Esa parece que ha sido la relación habitual.
—Se hablará mucho de la renuncia de Benedicto XVI cuando se analice su legado. ¿Cuál fue el impacto que eso tuvo en la Iglesia?
En primer lugar, yo creo que la renuncia nos agarró a todos de sorpresa, nadie podía prever una medida de ese tipo, sobre todo de alguien que era conservador y tradicionalista y que de repente tuvo un gesto revolucionario. Yo creo que ese gesto ha hecho reflexionar y pensar bastante. Evidentemente, ante una novedad en la iglesia hay quien reacciona con inseguridad y quien reacciona con confianza. Hay quien confía más en las propias ideas y piensa que no hay que cambiar nada en la Iglesia y hay quien piensa que hace falta una renovación.
—¿Qué tipo de renovación?
No una renovación en plan progresista o ideológico, sino una renovación en profundidad, yendo a las raíces del evangelio, yendo a esa purificación necesaria en la Iglesia. Entonces quienes piensan que esa reforma a través de la purificación es necesaria pueden considerar el gesto revolucionario de Benedicto XVI, a lo mejor traumático en algún caso, como algo digno de confianza y ver que la Iglesia en ese momento necesitaba ese cambio, ese relevo, dejando intacto todo el mensaje, el magisterio y todo el pontificado de Benedicto XVI, que yo creo que todavía tenemos que digerir.
—Una de las consecuencias de la renuncia de Benedicto XVI fue que algunos de los sectores más conservadores de la Iglesia se mostraron más a favor de Benedicto XVI que de Francisco. ¿Qué tan importante fue ese problema para la Iglesia?
Yo he estado estudiado a Ratzinger durante muchísimos años y para mí no ha sido un problema porque yo entendía que lo que decía el papa Francisco estaba en la misma sintonía que lo que decía Benedicto XVI. Es verdad que el lenguaje es distinto, yo suelo decir que lo que dice Francisco es lo que diría Benedicto XVI, pero en tuits. Francisco tiene un lenguaje más inmediato, más directo. Lo que pasa es que a veces por inseguridad o temperamento o cultura o biografía uno se agarra a lo que conoce mejor, entonces a lo mejor alguien se pone en plan nostálgico, pero apreciando la diferencia y lo mejor de cada uno, yo creo que el mejor Papa es el que toca en cada momento.