Colombia: La mujer que perdió a su papá, su hermano y su pareja
Colombia: La mujer que perdió a su papá, su hermano y su pareja

Para saber cuán cruda llegó a ser la violencia por el conflicto de más de medio siglo en el que aún está sumida sólo basta con conocer la historia de Jackeline Rojas.

En sus 48 años de vida experimentó una serie de tragedias que pocas familias tienen la mala fortuna de acumular en varias generaciones.

Jackeline, quien no esconde su vivaz carácter, su sonrisa contagiosa, habla casi siempre con serenidad cuando relata lo que le ocurrió; casi todos son hechos que han cicatrizado en el tejido del dolor de esta curtida trabajadora por los derechos humanos de la Corporación para el Desarrollo de los Territorios (Cordeste).

Pero se quiebra cuando habla del atentado –como lo llama ella– que la llevó a abandonar la ciudad de Barrancabermeja, en el centro norte de Colombia; en el corazón, por mucho tiempo, del conflicto interno colombiano de más de 50 años que ha dejado no menos de 220.000 muertos y el mayor número de desplazados internos del mundo, 6,9 millones según el más reciente informa de la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados, ACNUR, difundido este lunes.

— Guerrilla y paramilitares —

Antes, Jackeline me cuenta los otros tres más terribles momentos de violencia que marcaron su vida.

"Trabajé más de 25 años en la Organización Femenina Popular y ya estando allí, en el año 1992, tuve que vivir el primer golpe que la guerra me dio, que fue el asesinato de mi padre".

Lo mataron las FARC, un comando urbano del grupo rebelde en Barrancabermeja.

Aun siendo civil terminó de conductor en una base militar y eso lo volvió objetivo de la guerrilla.

La siguiente tragedia ocurrió en el año 2000, cuando el segundo grupo rebelde del país, el Ejército de Liberación Nacional (ELN), mató a su pareja y padre de su hija de tres años entonces.

Era taxista y el ELN lo acusó de asistir a los paramilitares, grupos armados que surgieron como oposición a los movimientos guerrilleros, que en esa época se habían vuelto fuertes en Barrancabermeja.

"Los taxistas fueron utilizados (por los paramilitares) –me explica–, les decían 'me llevas o si no la llevas'. En el año 2000 se hace la toma (paramilitar) total a Barrancabermeja. Casi 800 personas fueron asesinadas. Tú salías de tu casa y para llegar al trabajo, a la oficina o ir al mercado, te encontrabas dos o tres cadáveres en el camino. Era muy doloroso".

"Paz es vida en dignidad con justicia social", asegura Rojas. (Foto: Jackeline Rojas)
 

Jackeline Rojas

Jackeline asegura que las grandes víctimas del conflicto en Barrancabermeja fueron los civiles, blancos de las presiones entre unos y otros grupos armados en disputa por el puerto petrolero asentado a orillas del río Magdalena, que por años fue la gran autopista húmeda de Colombia.

Civiles como su padre, su pareja y su hermano.

A él, profesor de filosofía y organizador de bandas musicales juveniles, lo mataron los paramilitares en 2003.

Dijeron luego, me cuenta, que se volvió objetivo porque ellos creían que utilizaba las bandas como fachada para reclutar jóvenes para la guerrilla.

— El ataque —

Su recuento de calamidades finalmente llega al ataque que cambió el tono de su relato.

Ocurrió en su casa de Barrancabermeja en 2011, pero todavía habla de ese hecho en presente, como se habla de esas cosas que aún se sienten con la intensidad de lo inmediato.

"Entran a mi casa, yo estoy sola con la niña, mi hijo está en la universidad, mi compañero actual no está. Cogen la niña, una bebé especial, ella tiene dificultades y la retienen a ella".

Desde hace tres años las FARC adelantan un proceso de negociación con el gobierno. En la foto, combatientes de ese grupo armado. (Foto: Getty)
 

Getty

Las dos personas que entran a su casa, describe, visten camisas negras, cascos de motocicletas, guantes.

"Me dicen que si grito o hago algo agreden a la niña –a la hija la encierran en una habitación y a ella la llevan a otra–, me golpean, me amordazan. Y yo siempre con la angustia, como mamá, de saber qué está pasando con mi hija. Son las horas más largas de mi vida".

Después, recuerda con una mueca de impotencia en la cara, rocían todo su cuerpo con aerosol, la misma pintura con la que habían manchado las paredes y los cuadros del Che Guevara que había en su casa.

"Escriben en las paredes: 'Perros hijos de puta, no los queremos".

— Los vecinos —

"Pero eso no me importaba, lo que me importaba era mi hija".

Solloza una angustia que no se disuelve. Finalmente se van, dice, llevándose computadores, memorias, una cámara de fotos: "Todo aquello donde puede haber información".

Ella se suelta, busca a su hija, pide auxilio.

"Desafortunadamente mis vecinos de edificio, también de pronto por miedo, no quisieron salir".

Dice, dando cuenta del pavor que todavía reinaba en 2011 en Barrancabermeja.

A pesar de las amenazas, Rojas no dejó de realizar su tarea en el territorio de Barrancabermeja y su área rural. (Foto: Jackeline Rojas)
 

Jackeline Rojas

Ella sospecha que las autoridades a cargo de su seguridad –tenía protección por parte del Estado– tuvieron que ver o al menos dejaron hacer, ya que no estaban allí cuando ocurrió la agresión y llegaron a los pocos minutos.

Quienes la atacaron nunca dieron a entender quién los enviaba, quiénes eran.

Pero una semana después alguien le hizo llegar un mensaje a su hermana.

Le lanzaron, cuenta, una advertencia inequívoca y con ese sarcasmo ridículo de las amenazas mafiosas: "Dígale a su hermana que lo mejor es que se vaya, la próxima vez no le vamos a dar tiempo y sí vamos a hacer la tarea completa y si no se quiere ir dígale que por lo menos tenga en el celular minutos (crédito) para que alcance a llamar para que vayan a recogerla".

— "Nos vamos" —

Aunque apenas pasado el ataque todavía pensaba en no salir de Barrancabermeja, después del mensaje que recibió su hermana decidió, junto a su pareja, irse.

"Creo que yo fui la que más fuerza tomó y le dije a mi compañero 'nos vamos'. Para él fue muy duro, para mí también; también empieza todo el tema de los hijos, a decir: 'nosotros por qué tenemos que irnos, el problema es usted'".

El 27 diciembre de 2011 se fueron a vivir a Bucaramanga, desplazados, unos 100 kilómetros al este.

"No quisimos irnos más lejos, pues lo claro es que salíamos de Barranca más por proteger a los muchachos, pero que no íbamos a renunciar al trabajo que hacíamos en Barrancabermeja".

Varios grupos paramilitares se desmovilizaron la década pasada. Desde entonces el gobierno colombiano no reconoce su existencia y a los nuevos grupos los llama bandas criminales (Bacrim). (Foto: Getty)
 

Getty

— Los atacantes —

Según Rojas, sus agresores eran paramilitares. La Fiscalía, se queja ella, consideró que se trataba de delincuencia común.

Es que para las autoridades ya no existen los paramilitares; se desmovilizaron hacia el año 2005. Lo que hay son, de acuerdo con la versión oficial, grupos o bandas criminales (bacrim), ahora rebautizadas "grupos armados organizados".

En respuesta a eso, Jackeline lanza una afirmación polémica, especialmente teniendo en cuenta que Barrancabermeja es el municipio, de acuerdo con el Centro de Recursos para el Análisis de Conflictos, donde más significativo ha sido el descenso de la violencia causada por los grupos armados.

"Hoy creo que Barranca y la región del Magdalena Medio pasan por un momento mucho más difícil que el del año 2000, 2003, 2005, porque es más sutil, es más peligroso. Los paramilitares siguen estando dicen que son las bacrim ¿Para qué nos decimos embustes? Son los paramilitares, son su mismo actuar".

— El exilio parcial y la paz —

Ella sigue trabajando con la corporación Cordeste, en el Magdalena Medio y en la misma Barrancabermeja que la marcó con las cicatrices más profundas, con el objetivo de que la región, el país, cambie para que la historia que ella vivió no se repita en otros.

Jackeline Rojas es trabajadora de derechos humanos en la región del Magdalena Medio. (Foto: Jackeline Rojas)
 

Jackeline Rojas

Es algo que también buscan los representantes del gobierno y las FARC en La Habana, que están cerca de alcanzar un acuerdo de paz para poner fin a más de medio siglo de conflicto interno en Colombia.

Con Jackeline Rojas me reuní en Bogotá, a donde había asistido justamente a un foro sobre ese proceso.

"Para mí la paz no es el acuerdo que se pueda firmar en La Habana. Paz es vida en dignidad con justicia social, que haya empleo, que haya educación, que haya salud; no solamente el silenciamiento de los fusiles".

Es lo mismo que plantean –al menos en el papel y en las palabras– los negociadores que llevan tres años intentando desactivar la guerra colombiana desde la capital cubana.

 

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