A lo largo del viaje Martínez ha tenido que utilizar tres bicicletas. La primera se la regaló a un francés que lo alojó y la segunda se le rompió mientras conducía. (Javier Martínez)
Javier Martínez
Renzo Giner Vásquez

Han pasado ocho años y 87.500 km desde que Javier Martínez decidió tomar su bicicleta, su cámara y viajar a Indonesia sin saber qué haría luego. “Era fotorreportero en África, estuve en Somalia, en la guerra del Congo, en la crisis de refugiados, en Palestina, en Medio Oriente. Me cargué demasiado y busqué algo diferente”, nos cuenta.

—¿Desde el inicio la idea era dar la vuelta al mundo?
No. Inicialmente me iba a quedar en Asia, pero tomé impulso. Ahora el plan es llegar hasta Alaska, cruzar hacia Australia y Nueva Zelanda. Seguir hacia Japón, Rusia, Siberia y Europa. Ahí habré completado la vuelta al mundo sin vehículos a motor. No he subido a un avión, ni he cogido un auto como parte de la travesía. Cuando debo cruzar un océano lo hago en barcos a vela, como cuando me tocó venir de África a América y como haré desde Alaska hacia Oceanía.

—En una publicación contaste que África era un continente especial para ti.
Sí , mis primeros viajes fueron a África. Además, si ves las fotos, notarás que te marca mucho. La gente tiene un corazón enorme, viven puertas para afuera, la relación es muy cercana con ellos. Cada vez que te alojan en un pueblo terminas con amistades y te despides casi llorando. Así contraje el mal de África: te vas de África pero esta se queda dentro de ti.

—En un viaje así de largo descubrimos cosas increíbles de nosotros mismos...
Claro, ahora sé cómo responderé en situaciones extremas. He cruzado la Patagonia en invierno, la selva del Congo o el Amazonas y he visto cómo reaccioné ante cada uno. Muchos preguntan si le temo a los animales...

—¿Y les temes?
El mayor peligro en bicicleta no son los leones sino los camiones. Odio las ciudades, bordeo casi todas. Solo fui a Santiago de Chile y ahora a Cusco.

—¿Y a la soledad le temes?
Cuando estoy en medio de la naturaleza me siento menos solo que en fechas como Navidad en una ciudad. Pero es una soledad elegida y temporal, sé que hay gente esperándome en casa y eso me calma.

—¿Qué sientes al saber que el viaje acabará pronto?
Tengo ilusión. Me encanta viajar, pero ya veo el fin cerca. Cuando acabe me gustaría comprarme un terreno, hacer mi casa, casarme, tener hijos y realizar viajes cortos. Quién sabe, pasar seis meses en el Himalaya, recorrer el Amazonas en kayak.

—El viaje debe haber estado lleno de peligros...
He tenido miedo en ocasiones contadas: en Nigeria, cuando la gente pensaba que era un terrorista y con los rayos, a los que ahora les tengo fobia. ¿Sabías que el deporte más letal en EE.UU. es el golf? El palo es como un pararrayos en las llanuras, lo mismo pasa con la bici. Una vez acampaba en la selva de Ghana y me cayó un rayo al lado. Otra vez estaba en un voluntariado en un centro para chimpancés entre Zambia y el Congo, me puse mal y caían rayos. Le dije a un colega que nos fuéramos, cuando nos retirábamos un rayo cayó en un árbol cerca de nosotros y se incendió. Luego me enteré de que estaba mal porque había contraído malaria.

—¡Malaria!
Ya llevo cuatro. También me ha dado dengue y dos fiebres tifoideas.

—¿Cómo llegaron a confundirte con un terrorista?
Pasaba por Nigeria, pero como sabes al norte está el Boko Haram y al sur hay más piratería que en Somalia. Entonces, decidí pasar por el centro. Por aquella época se había producido el ataque contra “Charlie Hebdo” y asumieron que por ser europeo era islamista. En el primer pueblo me esperaban con palos, les expliqué qué hacía, nos reímos y seguí. Pero el rumor se extendió y en cada pueblo esperaban al ciclista terrorista. En un momento vi cómo 50 motos, con dos personas en cada una, con palos, me perseguían… ¡Parecía Braveheart, tío! [risas]. Otro día llegué a una iglesia y todos salieron corriendo despavoridos. Vino la policía, me interrogó y terminé conociendo a un obispo que me salvó.

—¿Cómo lo hiciste?
Escribió una carta para los sacerdotes de los pueblos por donde pasaría, así logré cruzar Nigeria. Aunque me quedé atrapado cinco semanas más en el país, pues habían cerrado las fronteras por el brote de ébola [risas].

—¿Toda esa aventura en Nigeria fue el momento más duro del viaje?
Mira, en Armenia estuve perdido cinco días en una montaña, sin comer ni beber por una ventisca. Pensé que moría ahí. Pero ni eso fue más duro que cuando a mi hermana le detectaron cáncer. Tuve que viajar de emergencia a España, me imaginé qué pasaría si ella muriera y yo estuviera lejos. Pero ella me dijo: “Javier, tú no te preocupes, en la vida se vive sin miedo porque a lo mejor no hay mañana. No hay peor melancolía que añorar algo que no pasó”. Y seguí. Afortunadamente mi hermana está perfectamente recuperada. Ahora tiene más cabello que yo [risas]. Ahí mi vida cambió para mejor.

—¿Sientes que esta travesía te ha vuelto más fuerte física o psicológicamente?
En ambos aspectos. Después de tantos kilómetros ya no me duele nada y mentalmente sé que siempre llegará un momento bueno, en el que todo merece la pena.

Ficha del personaje


Javier Martínez
Aventurero 
Tengo 35 años, soy de Madrid y estudié un poco de todo. Comencé con Comercio Internacional pero terminé eligiendo Fotografía en Inglaterra, aunque preferí aprenderla en África, en el terreno. Pueden seguirme en: .

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